Fragmento 2 - 22:21 (Parte II)

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    —He venido en busca de las palabras —pronuncio finalmente.

—Has venido en busca de lo único que no te puedo proporcionar —contestó sin desviar su mirada ni un ápice. Me levanto ansioso. Algo se me escapaba y la frustración me impedía pensar con claridad.

—¿Y qué pasará cuando las encuentre? —la entidad giró su barbilla y clavó sus ojos en los míos.

—Volverás.

La incertidumbre me golpeó aturdiendo mis sentidos. Cientos de preguntas sin respuesta me acuchillaban en un macabro baile de navajas. Cuando mis miembros me fallaban, su potente mirada atravesó mi cuerpo haciéndome perder el equilibrio por un segundo. El segundo en el que el suelo empezó a temblar.

El gran charco despertó de su calma vibrando y salpicando en todas direcciones. Caigo al suelo, y conmigo un falso cielo se derrumba sobre nosotros. Se desmorona en enormes pedazos que chocan sobre las aguas rompiéndolas en enormes cataratas que tanto suben como bajan.

Por mucho que lo intento no me consigo levantar. Ya no soy propietario de mi cuerpo ni de mi mundo y por primera vez experimento el descontrol sobre lo que era dueño. Frente a mí, la figura reposaba en su silla en la manteniendo su posición mientras todo lo existente se desmoronaba a su alrededor. Rastreé su mirada en busca de ayuda pero una vez más estaba perdida, ignorando completamente mi presencia. Cada vez estaba más lejos y el miedo me rodeó como un lazo negro que ataba mi cuerpo impidiéndome el más mínimo movimiento. Una fuerza desconocida tiraba de mí hasta alejarme de aquella isla que ahora flotaba en el vacío, me empujaba y precipitaba al vacío atravesando un suelo fino como el papel que se rompía en pedazos. El antiguo charco se drenaba sin fin por cada una de sus fracturas creando finas cortinas de agua que resbalaban por el espacio, doblándose sin un sentido de la gravedad determinado.

Algo había cambiado, todo lo que existía se encontraba fuera de mi dominio y escapaba a mi control. Me sentía herido y traicionado al observar como lo que antes era mío se doblegaba en mi contra, pero para mi desconcierto no percibía ningún signo de furia contra su antiguo dueño, simplemente seguía un orden natural de las cosas, como si en un principio hubiese necesitado depender de mi mano para al final desprenderse y evolucionar por su cuenta.

Pero, ¿Y ahora? ¿La existencia me controlaría a mí? ¿Me modificaría caprichosamente al igual que yo hacía con ella? ¿O simplemente me borraría sin ningún motivo en especial? Poco a poco el espacio se contraía y todo se alejaba. Quizás desde otro punto de vista podrías observar como todo se doblaba sobre sí mismo hasta reducirse en su centro, pero era algo que ahora me costaba imaginar, mis límites cada vez eran mayores. Cada una de mis acciones se centraban en buscar una razón lógica a mi posible fin, quizás en respuesta al miedo, a esa sensación de descontrol que envenenaba mis pensamientos. El caos me estaba destruyendo.

—¿Qué está pasando? —pregunté sin pronunciar una palabra. Esta vez el ser, situado arriba de todo lo que sucedía, no dirigió hacia mí su afilada barbilla, produciéndome una desesperada sensación de soledad.

—Cuando pensaste el lugar al que volver, abriste una nueva puerta, y con ella la destrucción de todo lo demás.

—¿Por qué? —grité esta vez con todas las fuerzas que conseguí reunir. Sin desviar su mirada vacía, pude percibir una leve sonrisa antes de recibir una respuesta.

—Porque no hiciste la pregunta indicada.

El intocable altar en el que se encontraba la figura se perdía en la distancia hasta convertirse en un pequeño punto. Lo último que pude ver fue esa silla a su derecha que en un momento llegué a ocupar, desmoronándose sobre sí misma hasta reducirse en un brillante polvo blanco que se resbalaba sobre los bordes de la plataforma dando lugar a una ligera lluvia plateada. En la medida en la que desaparecía, con él se marchaban mis esperanzas, mi única vía de escape de aquel extraño y condenado lugar. Podría seguir resistiendo, aplazar mi extinción unos sufridos momentos, pero que más daba, pronto sería consumido, inhalado por una existencia superior que arrancaría sin pudor mi presente y mi futuro. ¿Y mi pasado? ¿Cuál era mi pasado? El tiempo era un concepto que ya había olvidado. Por primera vez dejé de observar lo que ocurría en mi entorno, por primera vez me observé a mí. Fue entonces cuando la pregunta adecuada fue pronunciada.

—¿Quién soy? —dije de forma casi automática, abochornado por la evidencia de las palabras que siempre habían estado ahí.

En un frenazo fugaz, todo se congeló como si se le hubiese acabado la cuerda. Las cascadas ahora eran paredes duras e inquebrantables y las pequeñas gotas que saltaban de ellas formaban enjambres de letales aguijones de cristal. Desde la lejanía, una luz adquiría cada vez más fuerza, empezando desde el más pequeño punto hasta inundar todo lo que me rodeaba reemplazándolo por el más puro blanco.

—Eres Dios —contestó la voz en blanco —. Eres Dios de este mundo a la vez de que tú eres este mundo y este mundo eres tú.



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Fragmentos de vida de un sábado cualquieraWhere stories live. Discover now