Fragmento 1 - 21:21 (Parte IV)

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 Nosotros mantenemos nuestra faceta de observador y permanecemos en tensión, con miedo a que cualquiera de nuestros movimientos estropeasen aún más la imagen, aunque en el fondo sabemos que nos es imposible.

La tristeza nos inunda cuando ella desiste, dejando una mano solitaria posada a la altura de su vientre mientras una lágrima desliza por su mejilla. Caemos en una profunda depresión, queremos volver atrás pero solo somos un espectro en un mundo caótico seguido por ciertas reglas. Nos entran ganas de llorar más que nunca.

Cuando estábamos a punto de abandonar toda esperanza, percibimos un débil movimiento que vuelve a captar nuestra atención. Vemos como él acerca su cuerpo desnudo al de ella y alza su brazo sobre su cintura. Aún dentro del trance del sueño, se preocupa en posar su peso con cuidado, en rodear sus caderas despacio y finalmente abrazarla contra él. Sin pronunciar palabra, podíamos escuchar perfectamente la intención de su abrazo: No te preocupes, yo te protejo. No te voy a dejar escapar.

Sus manos se encontraron y sus dedos se entrelazaron. Entre sueño y vigilia, acercaron sus cuerpos y, como si lo hubiesen acordado, en sus caras se dibujó al mismo tiempo una leve sonrisa.

Llenos de júbilo, agradecemos tal transformación en la escena. La observamos una vez más, esta vez conformes y dispuestos a realizar nuestra labor que nos ha llevado a ese lugar.

La temperatura corporal de los individuos subió de golpe provocando un sudor denso que hacía resplandecer sus cuerpos bajo las leves luces nocturnas. Su respiración se dificultaba a la vez que unos temblores se presentaban cada vez mas frecuentes, pero ninguno parecía capaz de sacarles del lugar donde sus mentes estaban sumergidas.

Empapados, apretaban sus manos y sus cuerpos en un esfuerzo inútil de sostener la vida del otro por unos últimos momentos. No querían sufrir el terror de encontrarse solos al otro lado.

Prácticamente pudimos percibir el momento en el que sus almas se fusionaron en un último brote de belleza extrema. Abrazados, sus corazones sincronizados compartieron su último latido cuando la enfermedad se los llevó en un aliviado aliento.

Observamos perplejos como ahora los cuerpos yacían sin signos de vida, pero sin abandonar la mano que los unía. Esta vez no había nada que lo pudiese cambiar. No podría el viento, no podría absolutamente nada. Habían ganado al tiempo y a la mortalidad.

Después de todo este tiempo sin actuar, por fin llegó nuestro turno. Recordamos el por qué de nuestra presencia, además de la mera expectación. Habíamos llegado con un propósito que se remonta  a donde comienza lo eterno. Somos el transcurso, acompañantes de lo venidero, brújula de un destino desconocido. Ahora que había llegado su momento, cumplimos nuestra misión. Les llevamos al lugar donde nunca estarían solos.



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Fragmentos de vida de un sábado cualquieraWhere stories live. Discover now