19- El éxito de Tom

Magsimula sa umpisa
                                    

—¿Que te parece el compromiso? —preguntó Tom dirigiéndose a Polly, quien continuaba sentada junto a la señora Shaw a la sombra de las cortinas.

—Me agrada mucho —respondió ella con tanto ardor que Tom no pudo dudar de la sinceridad de su respuesta.

—Me alegro de oírlo. Confío en que muestres la misma satisfacción con otro compromiso que se anunciará dentro de poco. —Y con una risa extraña, Tom se llevó a Sydney a su refugio, mientras las dos jóvenes se telegrafiaban el horrible mensaje:

—Es María Bailey.

Polly nunca supo cómo logró pasar aquella tarde. A pesar de todo, no fue una visita muy larga, pues a las ocho salió de la habitación con la intención de dirigirse sola hasta su casa y no obligar a nadie a que la acompañara. Pero no tuvo mucho éxito, ya que cuando se hallaba calentando sus botas frente al fuego del comedor, preguntándose si María Bailey tendría los pies tan pequeños como ella y si Tom la ayudaría a ponérselas, alguien le quitó los zapatos de la mano y la voz de Tom le dijo en tono de reproche:

—¿De verdad pensabas escaparte y no dejar que te acompañara a casa?

—No es eso, es que no quería alejarte de tu casa —dijo Polly, deseando secretamente que su semblante no revelara demasiado sus sentimientos.

—Pero a mí me gusta que me saquen de aquí. ¡Hace un año ya desde la última vez que te acompañé! ¿Lo recuerdas? —dijo Tom agitando las botas sin ningún reparo.

—¿Te parece mucho?

—Muchísimo.

Polly pensaba decir esto con tranquilidad y sonreír incrédulamente ante su respuesta, pero, a pesar de la coqueta capucha rosa que llevaba puesta, y que sabía que le quedaba muy favorecedora, no habló ni se mostró alegre, y Tom vio en su rostro algo que le hizo decir apresuradamente:

—Creo que has hecho demasiadas cosas este invierno. Te veo muy cansada, Polly.

—¡Oh, no! Me sienta bien el trabajo. —Y empezó a enfundarse los guantes para demostrarlo.

—Pero a mí no me gusta que adelgaces y palidezcas.

Polly levantó la vista para darle las gracias, pero no pudo hacerlo, pues había algo más profundo que la gratitud en aquellos sinceros ojos azules que no podían ocultar del todo la verdad. Tom se dio cuenta, se sonrojó pese a su rostro moreno y, dejando caer las botas, la tomó de las manos y le dijo del modo más impetuoso:

—¡Polly, quiero contarte algo!

—Sí, ya lo sé, lo estábamos esperando. Deseo que seas muy feliz, Tom. —Y Polly le dio la mano con una sonrisa mucho más patética que el más triste de los llantos.

—¿Qué? —exclamó Tom, mirando a Polly como si esta hubiera perdido el juicio.

—Ned nos habló de ella. Estaba muy convencido, de modo que cuando nos hablaste de otro compromiso, comprendimos que te referías al tuyo.

—¡Pero no es eso! Me refería a Ned. Me pidió que te lo comunicara en persona. Ya está todo arreglado.

—¿Con María? —murmuró la joven, sujetándose a una silla como si se preparase para lo peor.

—Por supuesto. ¿Qué otra podría ser?

—No nos dijo nada. Tú nos hablabas de ella continuamente... y por eso pensamos... —masculló Polly sin saber cómo continuar.

—¿Que yo estaba enamorado? Lo estoy, pero no de ella.

—¡Oh! —Y Polly contuvo el aliento como si le hubiesen tirado por encima un cubo de agua fría, pues cuanto más sincero se mostraba Tom, más brusca era ella.

Una muchacha anticuadaTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon