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Era mediados de septiembre cuando las hojas anaranjadas comenzaban a pintar los árboles, el frío calaba los huesos de aquellos residentes y no era una excepción para Francis quien bebía un trago de alcohol que le había servido Gilbert hacía minutos. El trío se reunía como era de costumbre, aprovechando que estaban todos en Boston debido a algunos asuntos internacionales que no eran tan graves como para sacarlos de sus apretadas agendas como países llena de ocupaciones pero cuando algo se le pasaba por la cabeza a Alfred no existía una persona que lo hiciera declinar.

Antonio bromeaba como era de costumbre mientras que el albino no dejaba de reírse pero el francés parecía demasiado abstraído en sus pensamientos que no emitía ningún gesto en su serio rostro. Había un asunto que le llevaba atormentando desde hace tiempo atrás, tal vez un año o dos, pero por alguna extraña razón se volvía muy persistente a medida que le veía... que veía a esa mujer.

El hombre de cabello rubio conservaba su semblante turbado lo que llamó la atención de Prusia, quien no acostumbraba ver en ese estado a uno de sus mejores amigos.

—Vaya, Francis. Te noto muy ausente, ¿hay algo en lo qué pienses? —observó el albino, sabiendo ya la respuesta.

—Es un hecho pero no algo, más bien alguien se adueñado de tu atención ¿o nos equivocamos? —dijo el moreno, mirándole detenidamente.

Sin embargo, él se encontraba preguntándose a sí mismo que era esa desconocida sensación que calentaba su alma de viejo. Habían transcurrido muchos años donde iba por la vida ocupándose únicamente de liderar su país y formando parte de las organizaciones como representación de la nación pero olvidó un factor importante o al menos, por lo cual todos le llamaban a pesar de ya no ser así.

Francia era el país del amor como solían decir los soñadores bohemios ¡aunque muchos creían aquello! Pero era irónico que él huyera de dichas declaraciones. Es más ni siquiera creía en el amor para empezar, sus ilusiones murieron con las decepciones y solo le quedaba un corazón partido por la mitad, congelado por completo.

—Dejen de hablar tonterías, solo estoy un poco cansado. No es nada más que eso —contestó el interceptado.

El español frunció el ceño y observó de soslayo al de ojos rojos que se encogía de hombros ante la respuesta evasiva que había pronunciado Francia instantes antes. Les generaba una profunda curiosidad ver a su amigo en ese estado ya que siempre había sido muy coqueto, sociable y despreocupado pero ahí demostraba todo lo contrario por lo cual estaba permitido alarmarse.

—¿Sabes? Haz pasado mucho tiempo estancado en la misma página del libro en vez de pasarla y seguir adelante —habló España, apuntándole—. Tú mejor que nadie estás consciente de que es así y estoy seguro que estás listo para buscar a alguien quien te haga feliz, te lo mereces.

—Es cierto, Fran... ¿Hasta cuándo seguirás ahogándote en la soledad? Somos inmortales, lo sé pero eso no es un impedimento para que tengamos sentimientos como una persona normal. También estamos sujetos a ello —espetó Gilbert, quien se terminaba su vaso de whisky.

Una parte de él estaba de acuerdo que ellos dos tenían la razón, que tal vez debería hacerle caso a sus palabras. Pero era más complicado de lo que le gustaba admitir, esa muchacha que había revivido sus sentimientos era similar a un paraíso prohibido; le tenía cerca pero tan lejos sin percatarse de ello. Sabía que diría Antonio si se enterara de quien protagonizaba sus sueños recientes, le partiría la cara por ser un pervertido y tratar de corromper a su hermosa flor. Después de todo, él era quien le enseñó su idioma, a vestir como una dama, le educó pero Francis le vio crecer, madurar y convertirse en la mujer que era hoy.

Su piel tostada que hacía juego exótico con sus orbes cafés ligeramente manchados por tonos verdosos como la divinidad María Lionza, sus rizos negros adornados por una orquídea como las que solía colocar en la entrada de su casa, su llamativa sonrisa que sin dudas era lo más atractivo de ella y su figura esbelta contorneada por curvas peligrosas en las cuales Francis le gustaría perderse. Descubrirlas con sus manos era uno de sus placeres ocultos, tenerla entre sus brazos y probar sus carnosos labios que prometían ser dulces como la miel.

Tú, que derrites corazones ℘ FranVeneWhere stories live. Discover now