—No te hizo nada. ¿Cuándo vas a dejar de pensar cosas que no son reales?

—Defiéndela.

—Ya... —susurra tomándome de la mano— Mejor vamos a bailar.

—Baila con ella. —replico, tratando de zafarme de su agarre; como no quiere permitirlo y no deja de pedir que me tranquilice y evite hacer una escena, mi mano vuelva en dirección suya y se detiene en su cara.

Le acabo de dar una cachetada. En público. La necesidad de desaparecer se apodera de mí, por lo que en vez de quedarme a dar explicaciones, salgo corriendo. No sé hacía donde. Quizá un baño, quizá afuera, algún lugar aislado. Pero no quiero que toda esta gente rica y famosa se burle de mí.

Mi vista está nublada por las lágrimas y una sensación insoportable controla todo mi cuerpo, aun así no pienso detenerme. Avanzo con pasos rápidos, sin mirar a mi alrededor, hasta que llego al pasillo. Aquí no hay nadie, pero sólo por el momento. No me detengo, decido dirigirme a una de las puertas, la que —segundo el cartel— lleva al baño de mujeres.

Llegada frente al espejo, ignoro mi reflejo porque mudo mi atención en mis manos. Las miro horroriza, como si hubiera cometido un pecado imperdonable, como si esperara que ellas cobraran vida propia y me dijeran por qué pasó eso. Por qué lo golpeé. Es la segunda vez. Durante estos cinco años jamás lo había hecho y ahora, en menos de dos semanas, lo hice dos veces. ¿Qué me pasa?

— ¡Daniela!

Lo acabo de oír. Me quedo muda e inerte, sin saber cómo reaccionar. Lo cierto es que me da vergüenza enfrentarlo. La rabia que sentía desapareció como por arte de magia, dejándome...

— ¿Estás ahí?

No contesto. Dudo que entre y a decir verdad es justo lo que quiero. O no. No sé, es que por otro lado quisiera abrazarlo y disculparme. Trato de analizar su voz y de guiarme por ella para concluir si está molesto. No logro darme cuenta.

De pronto oigo la puerta abriéndose y debido a los nervios agarro el lavabo con ambas manos y agacho la cabeza. No, no seré capaz de enfrentarlo... No hay nada bueno que pueda salir de mi boca después de la escena que hice. ¿Cómo no me di cuenta de que estaba a punto de meter la pata? ¿Por qué me descontrolé?

Si él no hubiera insistido...

— ¿Estás bien?

Vuelvo a la posición inicial al comprobar que la que ingresó es nada más y nada menos que Jacqueline. Estoy de espaldas a ella, así que me dedico a mirar su reflejo. Luce preocupada. Ja. El que le preocupa es Eduardo, pues parece que aun cuando estaba ocupada, corrió hacia él y lo siguió hasta acá. ¿Pero por qué entró? ¿Él se lo pidió?

—Oye... —se acerca hasta estar a mi lado— Deberías salir y hablar con...

—No te metas. —pido, controlando mi tono, pues no tengo intención de parecer irrespetuosa; sólo que no quiero ni necesito que haga esto

—Sé que no te caigo bien pero no pretendo hablar del por qué. Lo que quiero es darte un consejo —explico y yo tuerzo los labios—. Cuida tu relación. Si siguen así, terminarán dentro de un infierno.

¿¡Y ella qué sabe!? Al parecer son tan amigos que Eduardo le cuenta todo, incluso lo que no debe. Respiro con detenimiento apenas noto que estoy a punto de enojarme de nuevo. No es el momento. No, yo tengo que arreglar la situación, tengo que disculparme por lo sucedido. No aguantaría perderlo.

—Deberías ser más comprensiva. Aunque no le gusta hablar de lo que siente, es obvio que le afecta.

— ¿Y tú quién te crees para darme consejos?

—Su amiga. No quiero que sufra.

—Lo de hoy también pasó por tu culpa —me doy la vuelta para encararla—. Así que cuidado con tus intenciones y con tu manera de actuar... ¿Sí? Y los problemas desaparecerán.

Ni yo misma estoy segura de lo que digo. Sin embargo, odio considerarme culpable del posible sufrimiento de Eduardo... Odio admitir que me enojo por cualquier cosa.

— ¿Está afuera?

—Y puede que te haya escuchado —advierte ella—. Por cierto, quiere hablar contigo.

—Dile que voy a salir en unos minutos...

«Te prometo que no volverá a pasar. »

No pude cumplir. Al quedarme sola, me tapo la boca y lloro por eso. Lloro por mis actos, por mi arranque de rabia, por la incertidumbre que envuelve nuestro futuro. Esto no puede volverse una costumbre, no puedo seguir golpeándolo. No puedo ser esa clase de persona.

Creo que pasa demasiado tiempo hasta que recuerdo que me está esperando en el pasillo. Y en cuanto lo hago, decido salir. Tarde o más temprano tendré que verlo, mejor que pase de una vez. Ojalá no esté furioso...

—Amor —susurra al percatarse de mi llegada; que me llame así me deja asombrada—, te estaba esperando. ¿Te encuentras bien?

Y todavía se preocupa.

— ¡Perdón! —exclamo, guardando la mirada a la altura de su pecho

—Está bien. Sería mejor que nos fuéramos.

—Yo sí me iré. Tú quédate si quieres... —se niega— Claro, después de la escena que hice... Debes sentirte muy avergonzado y... ¿Será que lo vieron todos?

Se encoje de hombros. Nos quedamos en silencio y me animo a observarlo, tal vez es la peor idea que pude haber tenido. Sus ojos dicen algo completamente diferente. Luce dolido y confundido.

—Espera. No estás bien. En realidad no me perdonas ¿verdad?

No dice nada. Su amiga y yo estamos de acuerdo en algo: a mi esposo no le gusta hablar de lo que siente. ¿Y si hubo veces cuando no me fije en este aspecto? Quizá lo lastimé más de lo que sé. No, eso no... Tuvimos nuestras discusiones pero estoy casi segura que hoy es la primera vez que lo veo tan dolido. Casi.

—Vamos, no te guardes nada. Esta vez sí que metí la pata.

—Estoy sorprendido, eso es todo. En serio, ya pasó, no pienses en ello. Sólo trata de no repetirlo. Por favor.

Hago amago de prometer y recuerdo la primera cachetada. Aprieto los labios y desvío la mirada. Dios, esto no me puede estar pasando... No puedo parecerme tanto a mi madre.    

Llámalo infierno © |COMPLETA|Where stories live. Discover now