Sobrevolaron Shantytown antes de encontrar un lugar donde aterrizar. Tal cual había anunciado la radio, el panorama en el barrio era desalentador. Todo estaba en ruinas, el agua fluía por lo que alguna vez habían sido viviendas precarias, objetos de todo tipo flotaban en arroyos de baja profundidad que claramente se habían formado por la tormenta. La iluminación era escasa, apenas podía ver con la luz que emanaban de unos pocos focos que aún funcionaban.

Imelda caminaba con cautela, aunque tenía puestas sus botas, el terreno lodoso podía ser bastante traicionero, considerando también la potencia del viento. Con un brazo se cubrió el rostro y agudizó la mirada tratando de distinguir a alguien en todo ese caos de devastación, pero no veía nada más que restos de casas y objetos... hasta que lo escuchó. Entre el golpeteo del agua, el correr del arroyo y el soplido del viento, había también una guitarra. No pudo evitar el gruñido, que salía de lo más profundo de su ser... pero igual siguió el sonido. Cada paso que daba, la guitarra se oía con mayor claridad.

Era una melodía que conocía muy bien, pero que le causaba un gran dolor. A la melodía de la guitarra le acompañó una voz conocida que la obligó a detenerse...

-Recuérdame. Hoy me tengo que ir mi amor

Recuerdame

No llores por favor

Te llevo en mi corazón y cerca me tendrás

A solas yo te cantaré

Soñando en regresar

Sacudió la cabeza y decidió no dejarse llevar por el desprecio a la música. Tenía que llegar hasta él. Siguió el sonido de la canción, hasta que lo vió.

Héctor estaba sentado entre los restos de lo que parecía ser su casa. Estaba sentado sobre una piedra, con la guitarra casi abrazada a su pecho mientras cantaba. Estaba totalmente empapado, sus ropas pegadas a sus huesos, sus pies descalzos hundidos en el barro, su sombrero deformado por el agua...

-Héctor... - Lo llamó. Su voz quebrada, insegura.

-Recuérdame, aunque tenga que emigrar

Recuérdame

Si mi guitarra oyes llorar

Ella con su triste canto te acompañará

Hasta que en mis brazos estés

Recuérdame...

La última nota de la guitarra. Los hombros del músico se desplomaron y el instrumento cayó al suelo. Se tomó la cabeza escondiéndola entre sus rodillas. Imelda estaba segura que todavía no se había dado cuenta que ella estaba allí, observándolo.

-Héctor. - Esta vez, sin la distracción de la música, su voz se oyó más segura y más imperativa. Lentamente el esqueleto levantó la cabeza y comenzó a voltear hasta que sus ojos se encontraron. Parecía que él continuaba desconcertado. -¿Qué estás haciendo aquí? - Torció la cabeza, como si no entendiera la pregunta.

-¿Qué hago aquí? ¿Qué haces tú aquí? - Respondió poniéndose de pie. -Estás empapada! -

-Supuse que no irías a un refugio. Veo que no me equivoqué. - Héctor bajó la mirada.

-Los refugios no son lo mío. Este es mi lugar. - Imelda cerró los ojos. Las palabras "Este no es tu lugar" cruzaron su mente, pero no las dijo. No podía decirlas.

-Vine a buscarte. - Dijo finalmente irguiéndose en su lugar y tratando de no sonar tan dubitativa. -Te quedarás con nosotros hasta que... hasta que tengas tu casa nuevamente. - Observó la pila de maderas que serían su casa y supuso que era mucho llamarla así.

-No. No puedo ir contigo. - Le dijo él, negando con la cabeza y haciendo un gesto con ambas manos. -No pertenezco allí. - Insistió.

-No. - Concedió Imelda, aunque por dentro sitió un aguijón de culpa. -Pero no podemos dejarte aquí. Tendrás un lugar para refugiarte de la lluvia y estarás seguro. -

-Te lo agradezco, de verdad. Pero no puedo aceptarlo. - Héctor volvió a sentarse en su roca y tomó nuevamente su guitarra.

-La canción que estabas cantando. Es la que le compusiste a Coco, ¿Verdad? -

-Sí... la canto todas las noches... -

-A la misma hora. -

-Sí... -

-Dejaré que la cantes y que toques esa endemoniada guitarra. - Héctor la observó por sobre su hombro asombrado. -Pero por favor, ven a casa. -


Decir que estaba sorprendido y desconcertado sería poco. Hacía varios años que no veía a su esposa. Lo había echado de tantas formas, las últimas demasiado violentas y dolorosas. Héctor decidió hace tiempo no volver a intentar acercarse a la hacienda Rivera, ya no tenía esperanzas con Imelda. Pero esa noche, que en medio de una lluvia torrencial lo fuera a buscar y no solo eso, sino que le pidiera "por favor" de ir a su casa... era como un sueño.

Ella se subió al alebrije gigante y le extendió la mano para ayudarlo a subir. Héctor la aceptó vacilante y montó sobre Pepita. Luego, ya sentado sobre el lomo del animal, colocó sus manos en la cintura de Imelda.

-Sácame las manos de encima! - Chilló ella, mirándolo con rabia. -No te pases, Héctor. - Él quitó las manos rápidamente.

-¿Cómo voy a sostenerme? - Preguntó entre asustado y preocupado.

-De la piel de Pepita! - Exclamó ella, todavía molesta por el contacto. Héctor suspiró y se sostuvo de la piel del alebrije.

El vuelo fue violento. El alebrije volaba con velocidad, el viento golpeaba con fuerza y el agua continuaba cayendo con ferocidad. Imelda no había vuelto a hablarle y Héctor no estaba seguro de porqué estaba yendo con ella.

CONTINUARÁ...

AN: La experiencia me dice que NO debo publicar historias nuevas si tengo otras inconclusas... pero no lo pude evitar!!
Acá en Buenos Aires llovió por casi 10 días consecutivos, no fueron tormentosos, sino que días muy húmedos y lloviznas muy molestas... en medio de esta tediosa situación se me dió por escribir esto.
Héctor no estará con su conducta de conquistador, más bien será él quien marque distancia con Imelda, así que será el rol de la matriarca Rivera tratar de achicar esa distancia... pero a la vez peleando con su orgullo y a contra reloj, cuando el tiempo mejore, su esposo volverá a marcharse...

Espero les haya gustado! 

TormentaWhere stories live. Discover now