Capítulo 15

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Ese fin de semana me dediqué a estar tranquila y a desconectar. El sábado salí a cenar con Aitana a un nuevo restaurante de comida hindú en el centro de Palma. Y el domingo lo pasé en casa, preparando las clases de esa semana y volviéndome loca corrigiendo las primeras fichas del curso.

Pero el fin de semana ya había terminado y debía volver a la tediosa rutina. Me recogí el pelo en una coleta alta, y me vestí con unos tejanos, una camiseta sencilla de manga corta de color menta y un cárdigan blanco para afrontar las frescas primeras horas del día.

Fue un lunes largo y espeso. Me sentí rara durante toda la mañana, ya que tenía la impresión de que ocurriría algo malo, pero no le di más importancia. Di las clases y vi los primeros resultados de ese nuevo curso: los niños atendían con interés y hacían preguntas que, aunque para los adultos eran obvias, para ellos eran algo nuevo. Y eso para mí era conmovedor.

Ya eran las dos y cuarto del mediodía, y la jornada escolar había terminado ese lunes de mediados de septiembre. Salí del centro, y ya no había rastro de niños ni de padres. El calor seguía azotando la ciudad, así que colgué el cárdigan del bolso. Pero al salir del centro alguien me cogió con fuerza por el cuello, provocando que me fuera quedando sin aire.

- Eres una hija de puta – dijo el padre de Laura con una voz que destilaba odio y repugnancia -. Me has jodido la vida.

No podía hablar, el aire me faltaba y mis ojos empezaban a desprender miles de lágrimas, ¿qué podía hacer? ¿Por qué no había nadie que pudiera ayudarme? Noté como un puño se hundía entre mis costillas, y mi boca se abrió para coger aire, aunque ese hombre no permitiese que respirara. Tenía los ojos cerrados, no me atrevía a mirar el rostro de ese cabrón.

Pero entonces noté que, bruscamente, dejaba de agarrarme el cuello y cogí aire con urgencia. Abrí los ojos y vi como Pablo se liaba a golpes con el padre de Laura. Sus puños golpeaban con fuerza en los pómulos y la nariz, que chorreaba sangre.

- Te juro que como te vuelvas a acercar a tu hija, a tu ex o a Blanca no vas a acabar tan bien, ¿lo has entendido? – la voz de Pablo sonaba fría y dura, me dio miedo.

El hombre nos miraba con asco y, después de decirnos de todo menos guapos, salió corriendo, dejándonos a los dos a solas. Yo respiraba con fuerza y notaba como lloraba, sin poder controlar las lágrimas.

- ¿Estás bien? – preguntó Pblo, con suavidad y cogiéndome de las manos.

No podía hablar. Negué con la cabeza y señalé mi estómago, que todavía me dolía horrores. Seguía llorando, no por el dolor. Lloraba por el temor de encontrarme con ese hombre y que me hiciera daño a mí y su antigua familia.

- ¿Quieres que vayamos al hospital a que te miren el golpe? – volví a negar la cabeza – Blanca, por favor, contéstame.

- Quiero ir a la policía – dije en voz apenas audible.

Pablo asintió, y, cogiéndome de la mano con cuidado, nos dirigimos hacia su coche, un Peugeot 308 último modelo de color gris oscuro.

Llegamos a la comisaría veinte minutos después. Seguía teniendo miedo, miraba a todos lados para ver si aquel hombre estaba por los alrededores, pero no había rastro de él.

Estuvimos cerca de dos horas en comisaría. Explicamos todo lo ocurrido con Laura y su madre, desde el curso anterior hasta ese mismo mediodía. Me encontraba agotada psíquica y físicamente, no podía más, pero debía denunciar. Luego tendría que enfrentarme a un juicio para poder obtener la orden de alejamiento, y ese infierno habría terminado, por fin.

Volveré, te lo prometo #NikéAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora