Capítulo 22

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Para mi sorpresa, mi padre reaccionó suficientemente bien ante la noticia de mi relación con Álvaro. Ambos se pasaron la comida hablando y bromeando, y aquello me hizo sumamente feliz. Recordé cuando presenté a Lucas a la familia, a mi padre nunca le terminó de dar buena espina aquel pijo de ojos azules. Siempre dijo que había algo en él que no le acababa de convencer, que le producía mala espina… ¡Claro que no le convencía! Me puso los cuernos en multitud de ocasiones. Mi padre era un visionario.

Pero con Álvaro todo era diferente. Mi padre estaba relajado y sonreía con sinceridad, y mi madre estaba encantada de que su hija pequeña tuviera un novio tan majo y guapo.

El menú de la comida de Navidad en casa siempre era el mismo: sopa de Navidad (también conocida como galets de Nadal), cochinillo asado y un surtido de turrones y polvorones, más ensaimada lisa.

Después de comer estuvimos jugando a juegos de mesa todos juntos, y más o menos a las seis y media de la tarde, Álvaro y yo salíamos por la puerta de casa de mis padres. Lo que quedó de día lo pasamos apalancados en el sofá mirando películas navideñas y dándonos arrumacos, no había mejor plan para pasar aquella tarde de Navidad.

Eran las ocho y media de la mañana del 30 de diciembre. Álvaro y yo nos encontrábamos sentados en uno de los múltiples bares que había en la terminal del aeropuerto, bebiendo un café-aguachirri bastante asqueroso. Los últimos cuatro días los habíamos dedicado a pasarlo con sus amigos (Helia “intenta-roba-novios” incluida) y a preparar nuestras maletas. Estaba un poco nerviosita, ya que aparte de ser la primera Noche Vieja que pasaría fuera de Mallorca, también conocería a la familia de Álvaro, y aquello era muy incómodo para mí.

Después de bebernos el café, nos dirigimos a la puerta de embarque y subimos al avión. Y cuarenta y cinco minutos después aterrizábamos en el aeropuerto del Prat.

Y al salir del avión fue cuando los nervios empezaron a aflorar. Miles de cosas revoloteaban por mi cabeza y estómago, ¿le caería bien a la familia de Álvaro? ¿o pensarían que era una chica demasiado simple para su perfecto hijo?

En seguida que salimos por las puertas, Álvaro sonrió al cruzar su intensa mirada con unos bonitos ojos color avellana. Eran pertenecientes a una mujer de estatura media, tenía el pelo a la altura de la barbilla y de color caoba, tono que suavizaba las facciones de su cara. Tenía una sonrisa blanca y resplandeciente. En seguida supe que se trataba de Ágata, la madre de Álvaro. Nos acercamos a ella y dibujó una enorme sonrisa al mirarme.

- Tú eres Blanca, ¿verdad? Yo soy Ágata, la madre de este hombretón, ¡tenía muchas ganas de conocerte!

Sin dejarme contestar, Ágata me abrazó con fuerza, mientras veía como Álvaro se reía por la bajini.

En unos veinte minutos llegamos al apartamento en el que nos hospedaríamos durante nuestra estancia en la Ciudad Condal, dejamos las maletas y después nos dirigimos hacia la casa de los padres de Álvaro. Ya había superado el primer obstáculo, que era caerle bien a la madre de mi chico. Pero todavía quedaban dos baches bastante gordos: caer bien al padre y a su hermana y compañía.

Ágata aparcó en el garaje que tenían en la casa. Vivían en una zona residencial cerca de Gràcia y la casa tenía un aspecto encantador y hogareño, muy bonito. Entramos en la casa y lo primero que vi fue a un señor alto fortachón, ni muy delgado ni gordito; tenía el pelo cano y unos ojos marrones oscuros casi negros, cómo los de Álvaro. Se podía ver en él que en un pasado había sido un hombre muy atractivo, y sus facciones marcaban seriedad y severidad.

- Papá, te presento a Blanca – dijo Álvaro con serenidad y una sonrisa.

Alfredo se acercó a mí y me dio dos besos. Pensé que era un hombre que me daba mucho respeto. Bueno, respeto no… Me daba miedo.

- Encantado de conocerte, Álvaro nos ha hablado mucho de ti – Alfredo sonrió de manera afable, y ese gesto hizo que me relajara.

- El placer es mío – dije sonriendo tímidamente -. Muchas gracias por invitarme.

El matrimonio sonrió en señal de que no hacía falta que agradeciera nada, que para ellos que su hijo hubiera encontrado a una chica a la que querer era una señal de festejo.

Antes de irnos a comer todos juntos para conocer a la hermana de Álvaro, fuimos a tomar algo a la cafetería familiar. Era un local muy bonito y agradable, en el que se respiraba paz y tranquilidad, una cafetería digna de una señora como Ágata. Bebí un té de vainilla y compartí con Álvaro un bollo de canela casero, que estaba muy rico.

Después nos fuimos a comer todos juntos a un restaurante de comida italiana. Allí nos encontramos con Marta, Diego y la pequeña Ágata. Marta y Álvaro tenían cierto parecido, aunque no demasiado: tenían la misma mirada y sonrisa, pero Marta era bastante más bajita de lo que me esperaba y tenía el pelo castaño claro. Era una mujer simpática, es más, fue muy agradable conmigo durante la comida. La verdad es que tenía bastante miedo de cómo podía caerle yo, tenía en cuenta que Álvaro era su hermano pequeño y tenía instinto de protección.

Pero la comida fue muy bien. Pude ver como mi chico tenía razón: su padre era una persona muy seria a la vez que agradable.

Una vez terminamos de comer, Álvaro y yo nos dirigimos a casa de su abuela Serafina. Tenía muchas ganas de conocerla, tenía la sensación de que aquella señora y yo encajaríamos a la perfección. Y no me equivoqué.

Vivía en el barrio de Sant Gervasi de Cassoles, el barrio burgués por excelencia. Entramos en una bonita casa señorial y me encontré con una señora de edad cercana a los noventa, con el pelo blanco recogido en un pulcro moño. Al vernos sonrió ampliamente, y pude ver su bonita dentadura (postiza, fijo) y unos bonitos ojos claros, debido a la edad. Nos sentamos en ella en el salón principal, en el que Fany, su asistenta, nos provisionó de té y pastas para pasar la tarde. Durante aquella visita pude enterarme de dos cosas: 1) Que la señora Serafina era toda una sargento (muy agradable y simpática, eso sí) y 2) que no consentiría que su queridísimo y guapísimo nieto sufriera por otra mujer. Yo le dejé bien claro que solamente quería que Álvaro fuera feliz conmigo, que no l e haría daño jamás de los jamases.

Llegamos al apartamento en el que nos quedaríamos esos días más o menos a las seis de la tarde. Estaba agotada, habíamos estado todo el día en marcha y mi cuerpo necesitaba descansar un poco, y sin pensármelo dos veces me tiré en plancha en el cómodo sofá del salón. Cerré los ojos y sonreí en señal de aprobación, mientras notaba como Álvaro se dirigía a la cocina y cogía una lata de cerveza y una naranjada para mí.

- No te puedes dormir ahora – dijo riéndose, mientras cogía mis piernas y se sentaba en el sofá.

- Necesito un poco de tranquilidad, cari – dije, acomodándome en el cómodo sofá.

Álvaro se rio. Dios, el sonido de su risa era una de las cosas más bonitas y excitantes que había escuchado, me quedaba atontada ante cualquier gesto suyo.

- Pues creo que deberías ducharte y ponerte muy muy guapa, a las nueve y media he reservado mesa en el restaurante ABaC para probar el menú degustación.

Levanté mi cabeza al oír el nombre del restaurante. Esa noche me llevaría a cenar a uno de los restaurantes más caros de toda Barcelona y con dos estrellas Michelin. Me incorporé rápidamente y abracé con amor a Álvaro.

- Te juro que es una de las cosas más bonitas que han hecho por mí – susurré sobre sus labios, para después besarle con pasión.

Volveré, te lo prometo #NikéAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora