Sangre enloquecida

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Se arrastraba miserablemente por el suelo enfangado. Los brazos le dolían por las heridas, aún tenía una flecha clavada en el hombro y al caerse del caballo se había hecho bastante daño en una pierna. No estaba rota, pero ahora el cuerpo le dolía tanto que así lo creía. Había empezado a llover a cántaros, y Seijuuro se ahogaba con el agua y el barro. Estaba cubierto de ello y la lluvia no conseguía limpiarlo. Se apoyaba en algún árbol pero se resbalaba y volvía a caer de bruces al suelo. Intentó ponerse de pie, pero entre las heridas y la creciente fiebre, lo volvieron al suelo de inmediato. Pero no podía quedarse ahí tirado, era de noche y alguna bestia podría venir a por él.

Akashi estaba ya al borde del desmayo, agotado, cuando divisó una luz algo más lejos de él. Entornó los ojos, con la fiebre no llegaba a comprender qué podía ser. Se acercó poco a poco, volviéndose a arrastrar. Se aferró al tronco de un árbol, sintiendo todos su cuerpo retorcerse de dolor. Pero así pudo entrever qué pasaba delante de él: se trataba de una casita modesta. ¿Lo ayudarían? Seijuuro ya no estaba para pensar en consecuencias, él estaba asustado y herido y necesitaba ayuda. Al desprenderse del árbol, Seijuuro acabó cayendo. Intentó gritar, por si así los de la casa lo escuchaban, pero no salió ningún ruido más que quejidos. Se arrastró un poco más, alargó un brazo hacia la casa... y, finalmente, se desmayó.

Ahora Akashi no podía saber qué tan suertudo era, justo en ese momento alguien salió de casa a vaciar un cubo de agua sucia de haber limpiado algo. Era oscuro y llovía mucho, pero el chico de la casa alzó la cabeza y lo vio tirado en la entrada del bosque. El muchacho se asustó y se acercó con cuidado.

–¿Estás...vivo? –dijo, prudentemente. Se agachó al lado del accidentado y lo sacudió un poco. –¿Me oyes?

El chico no podía saber que se trataba del príncipe fugitivo porque éste estaba cubierto de barro. Vio que temblaba mucho y estaba herido, así que lo cargó como pudo y lo adentró en casa. Akashi tan sólo se pudo aferrar a sus hombros, porque otra cosa ya no podía hacer. Cada vez más sus fuerzas decaían.

–Chicos, ayudadme. Poned mantas y toallas al suelo – ordenó el salvador, a tres chicos que habitaban la misma casa.

–¿Qué ha pasado, Reo-nee? – preguntó uno rubio, mientras recogía las mantas. Uno de los chicos, el más alto y fuerte, ayudó a trasladar al inconsciente.

–Lo he encontrado afuera, bajo la lluvia. Está herido –explicó Mibuchi. –Ei-chan, sácale la flecha...

Mientras Mibuchi lo sostenía de lado, Nebuya empuñó la flecha que le atravesaba el hombro y tiró de ella hasta que la sacó. El chico, en medio de los dos, soltó un alarido.

–Traedme agua, lo tenemos que limpiar... Y tú, – le soltó Mibuchi al tercer chico ajeno a todo eso. –Ayuda un poco y trae algo para poder vendarlo.

El chico resopló y cerró lentamente su libro. Hayama y Nebuya se levantaron de inmediato y, entre los dos, trajeron un cubo de agua. Los dos hicieron el ademán de tirarle el contenido por encima.

–¡Así no, pedazo de animales! –exclamó Mibuchi. –Lo vais a ahogar. Id a otra parte, ¡los tres! Me ponéis nervioso.

–Yo no hice nada –se defendió Mayuzumi.

–Ahora mismo no estoy para aguantar tu amargura. Anda, esfumaos.

Los tres chicos se alejaron del salón y desaparecieron en la cocina. Mibuchi pasó a centrarse en el pobre chico enfermo y herido. Le quitó la ropa de la parte superior del cuerpo y empezó a limpiarlo bien, para poder curarlo después. Una vez curado el hombro y el brazo, pasó a limpiar el resto del cuerpo. Primero le limpió la cara y el pelo, por si tenía algún golpe en la cabeza. No había problema, así que le dejó otro paño (uno nuevo) en la frente para bajarle la fiebre. Lo tapó con una manta y avivó un poco el fuego para que se secara más rápido. Mibuchi ordenó un poco la sala y dejó que los otros tres pudiesen pasar, eso sí, en silencio.

Sangre de ReyesNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ