Hass

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Estaba sentado en la sala de estar con la cabeza entre las manos, pensando en ella otra vez, en Eva, tal y como había hecho desde el día que la habían secuestrado, el mismo día que se habían llevado a Leiden, en el mismo maldito mundo en que mi existencia parecía inútil.

¡Maldición!

Los habíamos buscado, habíamos golpeado en cada puerta y revuelto cada lugar, habíamos investigado cada pista sin haber logrado nada. Buscamos bajo cada roca, en cada rincón de la casa donde él había desaparecido, dimos vuelta por completo el local de Laicot, pero no había rastro de ninguno de los dos. Era como si de un momento a otro se hubieran esfumado, como si buscaran borrarlos de nuestras memorias, de nuestras vidas.

Pensar en eso despertaba en mí unas ganas frenéticas de matar, y eso estaba mal, lo sabía, me estaba volviendo loco y en el proceso de autodestrucción también lo estaba arrastrando a mi hermano; nunca había sentido un impulso tan fuerte de derramar sangre, ¡no estaba en mi naturaleza, maldición, soy un íncubo! Un maldito demonio sexual, un inútil monstruo que no tiene ni siquiera unas condenadas garras para despedazar a alguien.

Suspirando me froté la frente, el dolor de cabeza había comenzado a hacer mella en mí otra vez y deseaba con todas mis fuerzas haberme inyectado una dosis más fuerte para soportar lo que estaba por venir. Todo había cambiado y podía palpar la sed de sangre que me consumía como nunca antes lo había hecho.

Era frustrante, sabía que cada día se volvía más difícil seguir adelante, más difícil para Furcht. La agonía era inaguantable y a veces tan solo deseaba apuntarme un arma a la cabeza y volármela de una vez, con tal de no pensar más, de terminar con todo.

Eso era lo malo de que la S.A. creara los tríos, siempre estabas atado a los otros dos, en un principio la idea me parecía una de las mejores opciones para absorber del otro lo que nos hacía falta. Así funcionaba, cada trío estaba conformado por elementales que se complementaban entre sí, un modo de evitar que nos volviéramos locos en el mundo que nos tocaba vivir y centinela a cargo unido a nosotros de por vida. Estaba seguro que nadie había previsto algo como esto, Leiden no estaba, por lo que solo éramos Furcht y yo ¡Vaya dúo! Estaba seguro que Furcht no soportaría el peso de vivir en soledad, ¿cómo lo haría? Llevábamos años compartiendo todo, el balance dependía de eso, nuestro balance, Leiden era quien aportaba el temple para que ni yo sucumbiera a mis instintos de incubo, ni Furcht fuera matando a todo al que lo mirara mal. En estos momentos lo único que nos mantenía en pie era Zander, nuestro centinela, porque aunque odiara admitirlo, yo solo podía pensar en una sola cosa.

Hallar a Eva.

Ella aparecía todas las noches en mis sueños. Algunas veces eran agradables y dulces, en los que ella entraba a mi cuarto con sus ojos prendados de los míos, con un andar muy pausado, se acercaba a la cama y se recostaba a mi lado como si siempre hubiera pertenecido allí, me deleitaba acariciando su cabello, percibiendo su aroma a mujer, deteniéndome a contemplar cada detalle como nunca lo había hecho antes con ninguna fémina. Pero había otras noches en que los sueños se volvían pesadillas oscuras en las que la veía morir frente a mis ojos sin poder hacer nada; su mirada suplicante y sus brazos extendiéndose hacia mí sin lograr siquiera tocarla me volvían loco.

Cerré los ojos con fuerza intentando apartar esos pensamientos de mi mente; debía calmarme y volver al presente, decir lo que debía decir de una vez por todas y dejar de ser un cobarde y recordar lo que alguna vez fui.

¡Diosa, lo que hubiera dado por otra transfusión!

Ahora estábamos en casa, con Vívika y Zander intentando darnos ánimos aunque todos sabíamos que era imposible, ¿quién podría estar bien en un momento así?

Oculto en hieloWhere stories live. Discover now