Undécima y última parte

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Cuando pisaron la calle Tommo permanecía en silencio. Uno de los de seguridad los había parado, ofreciéndoles con un gesto estampar un sello en sus manos para volver a ingresar al local sin tener que pagar entrada. El tatuador se quiso negar, pero Harry tiró de la mano a la que estaba sujeto para que mostrara su muñeca.

Con una B en tinta azul marina impresa en la piel, se alejaron por fin del barullo. En la acera donde se ubicaba el local había gente que charlaba, se reía en alto o simplemente improvisaba algún bailecito, probablemente obra del alcohol.

Soltó la mano de Harry cuando rebuscó en su pantalón. Obviamente necesitaba un cigarro. O dos; ya vería si tres... Vio cómo el chico simplemente comenzó a caminar a su lado, llevándose las manos tras la espalda después de haberse colocado el pelo. Sin haberlo dicho, se dirigían a un sitio más alejado, quizás el inicio de alguna callejuela sin salida que probablemente oliera a orín, o fuera un buen escenario de asesinato para cualquier serie de televisión con poco presupuesto, donde siempre se oía el maullido agudo de un gato de fondo...

Tommo sacudió la cabeza.

Se encendió por fin el cigarrillo, justo cuando Harry parecía fijarse en el picón de la pintarrajeada pared, a la altura de la acera donde pararon. No se decían nada, el mayor sólo disfrutaba del sabor de la nicotina y del humo que retenía por largos segundos.

—Tus pulmones seguro que están negros...

El tatuador le clavó la mirada al escucharlo y volvió a tomar otra calada.

Harry pareció chasquear la lengua tras abrir la boca, y también respirar hondo lentamente.

—Yo también fumo, pero no tanto como tú —habló de nuevo el rizado—. ¿No te asfixias al subir las escaleras? Yo cuando empecé a ir al gimnasio me... —Tommo resopló con tan poco disimulo que lo oyó—. Ok, me callo. Fuma, fuma...

El cigarrillo se consumía rápido entre sus dedos. Comenzó a jugar con el mechero en la otra mano, intentando ignorar la mirada que el otro le echaba. Porque sabía que aunque se hubiera callado estaba esperando, él jamás podía cerrar la boca y ya. Nunca.

Soltó de nuevo el humo.

Jamás. Jamás podría actuar de una manera predecible, o al menos normal.

Normal...

Él tampoco era un gran defensor de la «normalidad». Claro que no, el tipo inconformista y gruñón que llevaba dentro se estaba quejando ante tal pensamiento, pues sabía que lo que en realidad le jodía era que Harry siempre se escapara de su control. Siempre iría en otra dirección, rompería sus expectativas o lo haría adaptarse a él, como si fuera un maldito material maleable.

Como si Harry fuese el puñetero molde...

Le comenzaba a cansar. No siempre podría caerle eso bien, ya le había pasado suficientes...

Sin ser consciente, comenzó a caminar despreocupado por la acera.

Se encendió un segundo cigarro y exhaló, recordando que no hacía tanto tiempo estaba así mismo esperando a Liam, recién enterado de que cierto capullo ya se encontraba dentro del Babylon. Menuda cara de gilipollas se le quedó luego. Hasta Liam lo había visto... Todo para que después le soltara aquella mierda.

Fumó de nuevo.

Trataba de entenderlo, no era imbécil. Sabía que ciertos momentos se habían vuelto más pausados, íntimos... Joder, no sabía bien cómo llamarlos. Empezaron a tenerse confianza y compartir algo más que la cama. O fluidos. Lo que fuera. Harry confiaba en él y él... sí, también lo hacía. Le había contado demasiado, había sido prácticamente el primero en conocerlo tal cual.

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