Capítulo 41

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* * *

Con el corazón destrozado abandoné las instalaciones del hotel. Estaba agitado, mi pecho subía y bajaba, no podía pensar con lucidez. Una nube de rabia me cubrió la mente tan pronto me encontré solo en el exterior, caminando hacia mi automóvil.

—¡Maldita sea! —grité a todo pulmón una vez que me metí al auto. Golpeé repetidas veces el volante con mis puños—. ¡Soy un estúpido!

Me recargué en el asiento y eché la cabeza hacia atrás, mis párpados se cerraron de inmediato. Una lágrima resbaló por el costado de mi cara, no pude evitarlo. Me rompí en dos o quizá en más piezas, no estaba seguro. En ese momento supe que no quería estar lejos de ella nunca más, no quería sentir eso por el resto de mis días. Si alguna vez dudé, ya no lo hacía.

No me dolía saber que había estado con alguien más tanto como imaginar que un día me olvidaría.

Iba a ser egoísta.

Marqué un número.

—Departamento de... —interrumpí a mi asistente antes de que pudiera terminar el saludo.

—Soy yo, cómprame ahora un vuelo a Ciudad Victoria para la próxima semana, sin regreso —ladré la orden y colgué.

Había sido el peor de los jefes, pero podría apostar que, a pesar de mi falta de cortesía en esa llamada, ella se había alegrado; seguramente ya estaba festejando junto a toda la oficina.

Encendí el motor y arranqué, con el destino claro en mi mente. Manejé de forma automática, sin querer ahondar en mis pensamientos, sin querer indagar en lo doloroso que había sido verla, a pesar de que había disfrutado cada segundo.

Si me dedicaba a repasar nuestro encuentro acabaría destrozado, no quería pensar, no quería imaginar que había estado con otro porque eso quizá significaba que ya me había olvidado. Quería recordar lo que habíamos vivido, aferrarme a eso y no perder la esperanza.

Estacioné el auto en el primer espacio que encontré y me dirigí a toda velocidad hacia el edificio correcto, ni siquiera sabía si él estaba ahí, pero no había muchas opciones. El camino hacia su oficina lo hice dando zancadas, no me detuve cuando una chica aventó el teléfono y se puso de pie como un resorte para detenerme.

—Señor, ¡no puede pasar! ¡Tengo que anunciarlo! ¡Señor!

No me detuve, ni siquiera cuando escuché sus tacones traqueteando en el suelo.

Abrí la puerta con violencia, esta se estampó en la pared causando un estrépito. El licenciado Caño estaba sentado detrás del escritorio, su secretaria entró a trompicones detrás de mí, respirando con dificultad.

—No pude detenerlo, licenciado —dijo agitada, al tiempo que me señalaba con su dedo índice.

—No se preocupe, señorita Leija, es Samuel, no es necesario que avise su entrada. —La chica asintió y salió de ahí aplanando los labios, lanzándome una mirada llena de molestia—. Lo siento, es practicante, llegó la semana pasada, todavía no conoce a mi círculo cercano.

Tragué saliva, a pesar de que estaba nervioso, el licenciado Caño ya no me intimidaba como cuando era un practicante recién llegado, justo como la chica que había salido de la oficina echando chispas. O quizá me sentía valiente por la adrenalina que hacía que mis dedos zumbaran, por el enojo e impotencia que sentía.

—Necesito hablar con usted —me limité a decir.

Asintió con seriedad.

—Puedo imaginar por qué. —Soltó un suspiro cargado de melancolía—. ¿Qué hizo Jessica esta vez?

Cayendo por Rebecca © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora