Capítulo 45. Nina

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  María daba vueltas en su habitación con su preciado libro en las manos. Estaba algo nerviosa, demasiado a de verdad. Iba a conocer a la dichosa amiguita de la infancia de Bruno y también tendría que confesarle a Nathaniel que había robado un libro al señor Jaquinot y que necesitaba su ayuda. No sabía cuál de las dos cosas le apetecía menos. Seguramente lo de la chica, pero también sabía que el Domador se reiría de ella de por vida, así que...

La puerta se abrió y Bruno entró calmado con una gran sonrisa. María lo repasó de arriba abajo. Llevaba unos jeans algo desgastados y un polo azul que hacía que sus ojos resaltasen y se viesen más irresistibles, si eso fuese posible. Se acercó a él y arrugó la nariz. ¿Se había echado perfume?, ¿por qué? Todas las alarmas de la mente de la chica comenzaron a sonar.

Bruno la miró curioso, cuando la joven se quedaba así de callada le inquietaba. Hubiese pagado lo que fuese por saber qué andaba pensando, pero sabía que seguramente se tratase de algo que le haría reír. La mente de María siempre era un barullo de sinsentidos divertidos.

—¿Estás lista? —le preguntó a la Ignis.

María siguió en silencio y se miró al espejo. Llevaba unos pantalones pitillos negros, un jersey rosa, unas zapatillas de deporte y el pelo recogido en una coleta, seguramente debía de haberse arreglado más para conocer a la amiguita de Bruno, pero había pasado tanto rato imaginando como sería la chica, que se había olvidado de arreglarse.

Asintió con la cabeza y juntos salieron por la puerta.

—¿Te pasa algo? —preguntó el chico algo preocupado mientras pasaba su brazo por la cintura de María y la atraía hacia él. 

—No —dijo algo seca esperando que Bruno insistiese algo más, pero él no era de esos. Le gustaban las cosas claras, si le decían que no, era que no. Si la chica quería contarle algo, ya se lo contaría.

María lo miró molesta, ¿por qué era así?, ¿por qué no se daba cuenta de esas cosas? Su "no", estaba claro que era un "sí", y él debía de haberlo advertido. Se separó un poco de él.

—¿Has hablado ya con Nathaniel? —preguntó sin muchas ganas.

—Ahora —respondió él tocando la puerta del despacho. 

¿Ahora?, ¿no le había comentado nada aún? ¡Cada vez lo entendía menos! No podía aparecerse en el despacho de Nathaniel con ella y pedirle que los ayudase en ese preciso momento. Nathaniel no era un chico demasiado predispuesto a ayudar a los demás, quizá si hubiesen traído a Nicky...

Nate abrió la puerta y se quedó mirando a los dos chicos. No llevaba unos días demasiado buenos, y no tenía el cuerpo para muchas tonterías.

—¿Qué? —preguntó sin más.

Comenzaba bien la cosa...

—Tienes que venirte con nosotros —respondió Bruno con una enorme sonrisa, pero sin explicarle nada.

Nate arqueó la ceja.

—Bruno, no tengo tiempo para tonterías. ¿Qué quieres? —insistió. 

—Te estás volviendo un aburrido. Esto de ser profesor te sienta fatal —se burló Bruno.

María los miró impacientes. ¡Que conversación tan absurda! Golpeó con su codo las costillas de su novio.

—Al grano —susurró ella.

—Está bien — dijo mirando a María—. Necesitamos tu ayuda—dijo con apenas un hilo de voz.

La cara de Nate cambió por completo, y una malévola sonrisa comenzó a asomarse.

—No he escuchado bien, ¿que necesitas qué? —preguntó divertido.

Bruno lo miró con cara de pocos amigos. Sabía que su mejor amigo estaba disfrutando con esta situación.

—Tu ayuda — repitió remarcando cada sílaba entre dientes. 

—Está bien, pero me debes una muy grande —respondió orgulloso. 

María lo miró confusa, ¿así de fácil?, ¿no les iba a preguntar para qué lo necesitaban?

—¿No quieres saber de qué se trata? —preguntó María.

Nathaniel se encogió de hombros.

—En realidad me da bastante igual —reconoció. 

La Ignis negó con la cabeza, ¿quién entendía a esos dos chicos?

—Tenemos que ir a por Nina también —explicó Bruno.

El nombre de la chica fue como una patada en el estomago de la chica, y la reacción de Nathaniel la remato. 

—Que bien, hace tiempo que no la veo.

No lo había dicho con excesivo entusiasmo, pero había medio sonreído, y para Nathaniel eso era casi como si hubiese comenzado a lanzar confeti de emoción. 

—¿Y se puede saber dónde está la Nina esa? —preguntó María ya sin evitar esconder su disgusto.

Bruno la miró incrédulo, ¿y ahora que le pasaba? 

No hubo tiempo de decir mucho más porque Nathaniel ya había comenzado a andar en dirección al bosque donde los esperaba el grifo. Juntos volaron hacia una pequeña aldea perdida en un monte. 

El sol se reflejaba en la cuidada hierba. Las diez diminutas cabañas de madera se encontraban rodeando una preciosa cascada. Sin duda era un lugar hermoso, pero maría no entendía porque la chica estaba allí en vez de en el internado.

Tocaron la puerta y una chica morena, de pequeña estatura, con los ojos color miel y el cabello negro y con ondulaciones al final salió a recibirlos. En seguida abrazó a los dos chicos.

Un segundo, ¿Nathaniel se había dejado abrazar? Las cosas cada vez iban a peor.

—¿Qué hacéis vosotros dos aquí?, ¿y Nicky y Clo también han venido? —preguntó emocionada—. Ay, perdón, que no he dicho nada, soy Nina —se presentó mirando a María con una gran sonrisa y abrazándola a ella también.

Genial, encima la chica era maja y se llevaba hasta con Claudia...

—Nina, venimos a pedirte ayuda, lo siento, no podemos quedarnos mucho—explicó Bruno.

Ella sonrió y los invitó a entrar para tomar algo.

—Tú eres la nueva, ¿verdad? —preguntó sonriendo—. Espero que Nate te esté tratando bien, no quiero tener que hablar con Nicky —bromeó a modo de advertencia.

¿Cómo se podía odiar a alguien que estaba siendo tan agradable? María trataba de esforzarse al máximo, pero le era difícil.

Nate se giró hacia ella, no creía lo que estaba apunto de decir...

  —¿Te pasa algo?

A María le sorprendió esa amabilidad, pero no pensaba desaprovecharla.

—No me puedo creer que Bruno me traiga aquí y me restriegue a su perfecta ex-novia— se quejó.

Nate comenzó a reír como hacía tiempo que no lo hacía. Esa chica cada vez le caía mejor.

María lo miró enfurruñada, ¿en serio? ¡Ella se abría y el se reía!

—¡No tiene gracia!

El Domador trató de serenarse, pero le fue imposible.

—María, Bruno y Nina son amigos de la infancia, todos los somos. Ellos dos no han tenido nunca nada.

 Ella abrió los ojos lo más que pudo, ¿de verdad? Ahora se sentía realmente tonta, además había sido muy desagradable con la pobre chica...

—Además, mi hermana se lió con Bruno y no parece que le hayas dado tanta importancia—añadió sin terminar de entender el razonamiento de la chica.


La leyenda de los Ignis | #2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora