008/013

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Unas rosas rosas llegaron a parar a la tumba del ya difunto David Pot; Su hijo, miraba su lapida con melancolía, el era un buen hombre ¿Que se hizo merecer esa muerte tan espantosa?

Stuart no lo sabía, nunca le contaron que fue lo que sucedió realmente ese día.

Caminó un rato por el cementerio mirando de reojo tumba por tumba, algunas veces leia lo que había en ellas, pero solo eso.

Vio a lo lejos un chico posando con delicadeza un ramo de flores rojas sobre una lápida, luego se sentaba en frente de este, y de quedo un rato así.

"Tal vez perdió a alguien especial" pensó Stuart y un vago recuerdo de su padre lo hizo entristecerse más de lo que estaba.

Salió del cementerio, el decidió irse caminando hacia su hogar, así lo despejaba de todo lo que ha recordado hoy.

A veces odiaba los domingos, otras veces los adoraba.

Caminaba mientras tarareaba un canción que se le había pegado al pasar por una cafetería.

Miro hacía el cielo, este ya iba tomando un color rojizo, que junto al azulino lograban inspirar a Stuart.

Antes solía mirar a los autos pasar, oler el delicioso aroma que provenía de los restaurantes, acariciar a los perritos que pasaban por su camino.

Pero el cielo, mirarlo le hacía dudar de que sentido lo ponía de esa manera.

Su corazón latía, eso era seguro.

Se quedó unos segundos parado contemplando el cielo, sin importar lo raro que se veía eso.

Fue bajando su mirada poco a poco, deleitándose con las montañas las cuales el sol utilizaba para decir adiós al día que ya había acabado y dando comienzo a la oscura noche.

Miro los edificios y hogares que se miraban a lo lejos, estos reflejaban cierto orden en la sociedad, siendo de agrado para el que los contemplaba.

Miro algunos graffitis que yacían pintados en las paredes, el arte abstracto de ellos hacían pensar a Stuart.

Miró.

Miró.

Miro un hombre a lo lejos.

Entre la multitud.

Lograba sobresalir de la vista de el peliazul, como si fuera parte de el deleitante paisaje que hace segundos miraba.

Ahora su vista estaba en ese hombre.

Azabache, alto, piel de oliva, uñas pintadas, un hombre que a los ojos del contrario no paraban de mirar sus facciones.

Mientras fumaba y cerraba sus ojos y movía su mano contra su pierna al compás de la música que emitía sus audífonos, recostado tranquilamente en uno de los graffitis.

Toda esa presentación personal hacía que su corazón latiera.

Más que al mirar al cielo.

Más que al mirar las montañas.

Más que al mirar las viviendas.

Más que al mirar el raro arte de las paredes.

Más que al saber que esté domingo a sido perfecto.










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He's My JesusWhere stories live. Discover now