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— ¿Importaba acaso? —Oscar miraba desafiante a su mejor amigo, descubrir aquello le hizo enojar, realmente sentía algo parecido a rabia correr por su cuerpo.

—Importa realmente— Adam miró hacia abajo, los humanos parecían pequeñas hormigas, el balcón donde estaban era parte de la empresa, era el lugar privado de Adam cuando no quería hablar con nadie, ahora discutía con su amigo...

—No, te importó poco que estuviese comprometida y que fuese mi prometida— Oscar lanzó la acusación de forma muy directa. Adam sonrió cínicamente. Había pasado un mes desde que Adam había proclamado a Alana como suya, desde que salían y solo existían ellos.

—No la mereces, ella es demasiado para cualquier hombre y lo sabes— Adam afirmó con seguridad, realmente Alana era demasiado para Oscar, demasiado para cualquiera ciertamente. Incluso para él, pero él ya la había elegido y no iba a soltarla, no, señor. Esperó demasiado por ella, no iba a dejarla ir como si nada.

—Sí, pero yo la tengo... es mía— Oscar no debió haber dicho aquello, Adam sintió que la sangre le hervía, Alana no era de él, Alana no era una propiedad, Alana no era un objeto y no le pertenecía a alguien (excepto a él, claro) pero otro humano no podía proclamarla como suya.

—Ella no es un objeto, ella no de tu propiedad— Adam dio media vuelta enfrentando los ojos de su amigo, él no estaba para nada tranquilo, de sus ojos grises chispeaba fuego, antes de abandonar el lugar negó con la cabeza y dijo: —Ella no se va a quedar contigo— sin más, dejó solo a su amigo. Esa era una amenaza, Alana no iba a quedarse con él.

Adam era como la luna, apuesto, brillante, imponente y tenía los ojos plateados, como un rayo de luna. Adam le agradaba mucho más que su prometido, no había terminado el compromiso pero... ya no tenía acercamientos con Oscar de ningún tipo, solo hablaban de vez en cuando.

—Lo sé todo— Oscar miró con furia a la chica que estaba cortando un jitomate en la cocina, ella levantó la mirada de la tablita, estaba confundida.

— ¿Qué sabes? —preguntó ella regresando la mirada al jitomate, cortándolo. LA música sonaba bajito, no tenía ganas de escuchar ruidos, no esperaba a Oscar a las tres de la tarde.

—Tú y Adam, lo sé todo— Alana dejó de cortar el jitomate pero no se atrevió a mirar a su prometido. Aunque solo eran amigos.

—No comprendo lo que quieres decir— murmuró la rubia regresando a su labor, quizá si le restaba importancia Oscar la dejaría tranquila.

—Si comprendes, Adam y tú están saliendo a mis espaldas, tú eres mía— el hombre rompió el espacio que los separaba, tomando a su prometida de la muñeca derecha, haciendo que soltara el cuchillo y este cayera al suelo.

—Me lastimas...— habló Alana entre dientes. Su muñeca estaba doliendo mucho.

—No puedes seguir viéndolo... no puedes seguir creyendo que puedes hacer lo que quieras, me perteneces— soltó Oscar con rabia. La muñeca de Alana estaba roja y él seguía apretándola.

—Suéltame... — dijo con los ojos cristalizados, estaba por llorar, él comenzaba a asustarla, ella no podía seguir permitiendo eso. Sus mejillas estaban rojas, sus ojos picaban. Él la soltó y se encerró en su estudio. Ella solo logró llorar. Oscar estaba poniéndose más peligroso.

Oscar jamás se había portado de esa forma en los cinco años de relación que habían tenido, hasta hace un mes antes de comprometerse era el ser más agradable del mundo y las actitudes que había tenido antes de ello, las justificaba diciendo que eran por el trabajo, debido a que su mejor amigo (el cual ella no tenía el placer de conocer) llegaría del extranjero a tomar su puesto de trabajo al fin y ella inocentemente adjudicó todo al estrés laboral. Pobre ilusa, Oscar era una persona falsa.


PredestinadosWhere stories live. Discover now