—Sin etiquetas mejor. Estoy aquí para que hablemos, ya conoces la rutina. Escucharé todo lo que me quieras decir, esté en tu expediente o no. Lo consideres aburrido o interesante. Todo lo que me digas tendrá la importancia que tú quieras darle. Si me lo dices, será por algo y una de mis funciones es ayudarte a descubrir por qué dices ciertas cosas y otra será decodificar para qué las dices. Juntos vamos a averiguar qué te sucede.

—Yo no tengo ganas de hablar —casi rumió Gabriel.

—Pues habíamos empezado bien. Discutir sobre etiquetas no era mala forma de empezar. ¿Tal vez sobre tu infancia? ¿Te etiquetaban tus compañeros? ¿Tus padres?

Gabriel bufó y se removió en la silla.

—Ya habrá leído todo en mi expediente. No sé a qué viene tanta pregunta —dijo sacudiendo la cabeza negativamente después de volver señalar con los ojos la carpeta que estaba sobre la mesa.

—Tu expediente dice muchas cosas, Gabriel. Me gustaría oír de tu boca qué es lo importante que quieres contarme. ¿No quieres que hablemos de tu infancia? —Marcelo utilizaba un tono neutro y adecuado fruto de su experiencia.

—No —dijo tajante.

—Veamos ¿Tienes una hermana que se llama Marta? —intentó Marcelo mientras abría el bloc de notas que había dejado sobre la mesa.

—No —soltó mientras se echaba hacia atrás forzando el respaldo de la silla.

—Según tu expediente, nombras reiteradamente a dos personas, una tal Lari. ¿Amiga tuya? ¿Cómo es tu relación con ella? —Marcelo sabí que solo necesitaba una respuesta para comenzar. La punta de un hilo del cual empezar a tirar.

—No conozco a nadie con ese nombre. ¿Todas esas preguntas idiotas las sacaste de mi expediente? —Marcelo notó la agresividad en el trato, pero decidió no se reflejara en lo más mínimo en su accionar.

—En el expediente no están las preguntas, Gabriel —dijo de forma pausada— en el expediente están tus notas. Las he leído con mucha atención, tal como acordamos. Algunas son muy interesantes y dejan en claro ciertas cosas que...

—Dejarán en claro que estoy loco —le interrumpió—, y además no recuerdo haberlas escrito.

—Pero tú mismo se las entregaste al enfermero. Y son de tu puño y letra ¿verdad?

—No lo recuerdo —Gabriel volvió a cruzar los brazos sobre la mesa y escondió la cabeza en ellos.

—Te creo que no recuerdas haberlas escrito. Y sería importante que volviéramos a ese olvido cuando te sientas con ganas de hablar de ello. Pero ¿qué te parece si ahora hablamos sobre su contenido? ¿Cómo si fuera un cuento tal vez? Podemos releerlas juntos y me dices lo que piensas. Tal vez recuerdes algunos trozos ¿Te parece bien que lo intentemos? —preguntó Marcelo.

Gabriel negó con la cabeza aún escondida entre sus brazos.

—Si no quieres hacerlo..., está bien, podemos dejarlo para otra ocasión. Hablemos sobre algo placentero. ¿Qué te parece placentero?

—Mi mujer. Mi fiesta de cumpleaños.

Marcelo sintió que estaba encontrando la punta del ovillo con la cual comenzar su tarea.

—¿Recuerdas tu fiesta de cumpleaños número 9?

—No. Recuerdo la de mis 18 años —dijo Gabriel levantando la cabeza para mirarlo fijamente, ensayando una enorme sonrisa.

—¿Y tú? ¿Estás casado? —preguntó Gabriel a bocajarro sin dejar de sonreír y antes de que Marcelo pudiera intentar su nueva pregunta..

—No —contestó el terapeuta titubeando sin saber por qué.

Hubo un corto silencio que rompió Marcelo mientras garabateaba en su bloc.

—¿Cómo conociste a tu mujer?

—No quiero hablar de eso. No quiero hablar de mi mujer —dijo Gabriel perdiendo la sonrisa.

—Podemos hablar de Rodrigo, quizá.

Marcelo pudo advertir que su paciente no se había cerrado al escuchar el nombre "Rodrigo"

Gabriel bajó la mirada.

—Si te acuerdas de Rodrigo, ¡cuéntame algo sobre él! —le animó

—Rodrigo no existe.

—Para ti, sí.

—Rodrigo es un sueño —dijo Gabriel ofuscado.

—Pues eso, cuéntamelo ¿Qué sueñas con Rodrigo? ¿Qué hace Rodrigo en tus sueños? ¿Qué haces tú en esos sueños? Cualquier cosa que recuerdes puede ser importante para que le encuentres sentido a lo que te pasa.

Gabriel se rio.

—Rodrigo es un niño. Solo es un niño —dijo entre risas.

—¿Dónde le conociste? ¿Un compañero de la escuela, del club? —aventuró intentando consolidar la distensión lograda en el tono de la charla.

—No. Lo conocí en un sueño. La primera vez no hablé con él. Estaban sus padres y el doctor que atendía a Rodrigo —la mirada de Gabriel se elevó hasta el cielo raso.

—¡Cuéntamelo! —lo animó Marcelo.

—La madre era joven. Linda muchacha. Yo estoy en la misma habitación, con ellos, pero no me ven.

Marcelo decidió no intervenir, no quería que sus palabras fueran tomadas como una intromisión en el relato, se limitó a mirar a su paciente sin decir ninguna palabra y a tomar notas.

Gabriel continuó.

—La joven mujer se sentó en una de las sillas que estaban frente al escritorio del médico. En ningún momento había soltado la mano de su marido. Este permanecía de pie, a su lado, algo encorvado y mordiéndose el labio inferior de forma nerviosa.

«Hay un cristal que los separa de otra habitación. Es como una ventana a la sala contigua. Allí pueden ver a su hijo Rodrigo, de 5 años. Está sentado en el suelo de la amplia sala con paredes pintadas de vivos colores.

«Sostiene torpemente con sus pequeñas manos, un cubo rojo en el que fija su mirada. No lo mueve, no se mueve, solamente lo mira fijamente. El médico está sentado en su escritorio, no parece soberbio y a mí eso me parece raro en un médico, ¡sin ofender!.

«Es más, me da la impresión de que realmente comprende el desolador panorama que tiene en frente. Creo que no es la primera vez que debe dar una noticia de este tipo a los padres, pero es joven y aún se le hace difícil.

Marcelo anotó que Gabriel estaba completamente ido. "Se ha enfrascado en su relato y no parece ser consciente de mi presencia". Cuando volvió la mirada hacia Gabriel se encontró con que este lo miraba desafiante y con una media sonrisa. Con tono irónico le preguntó.

—¿Terminaste de escribir? ¿Continúo?

—Por favor— atinó a invitar Marcelo.

EsquizofreniaDär berättelser lever. Upptäck nu