Ya solo un metro me separa de ti

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Elías entró en la sala de descanso de la comisaría y se encontró a Nacha tomando un café. Últimamente la veía mucho más feliz y no solo porque tuviera siempre su sonrisa. En sus ojos, se percibía un brillo diferente. Los ojos de Nacha habían sido siempre la clave para saber su estado de ánimo.

—Bueno, Nacha, ¿cómo te va con la terapia? ¿A que yo llevaba razón? —le preguntó Elías triunfante.

—Bueno, la verdad es que sí. Teresa es una maravilla de profesional. Me está ayudando muchísimo —suspiró Nacha.

—Me alegro mucho. Te veo tan feliz.

—Sí, la verdad es que me encanta estar con ella. Salgo de su consulta siendo otra, pero... —agachó la cabeza.

—Pero, ¿qué? —Elías sabía que había algo detrás de esa felicidad.

—No sé. Estoy hecha un lío. Ayer contándole que siempre me habían gustado las chicas, me dijo que me entendía. Y no sé si es que me entendía como psicóloga o de que ella también entendía.

—¿Estás diciéndome que crees que Teresa te ha dicho que le gustan también las mujeres? Yo creo que eso forma parte de su vida privada y que no sería ético incluirlo en una sesión con una paciente.

—Ya, eso mismo me digo yo. Sin embargo, la posibilidad de que también le gusten las mujeres me haría como ilusión.

—Creo que la razón de por qué te pasa eso es bastante clara. Estás empezando a sentirte atraída por Teresa.

—¿Tú crees? ¿Crees que debería hablar esto con ella?

—Sí. Mira, ella mejor que nadie sabrá cómo proceder ante esta situación.

—Llevas razón. La próxima semana se lo contaré.

Una semana después, Nacha estaba mucho más nerviosa que todos los días anteriores. Ese timbre, ese puerta...

—¡Hola, Nacha! Pasa, pasa. Siéntate.

—Gracias, Teresa.

—¿Qué tal? ¿Cómo estás? ¿Preparada para continuar donde lo dejamos?

—La verdad es que no. Necesito contarte algo nuevo antes de seguir.

—Claro, dime. ¿Qué pasa?

—Verás, Teresa, tú el otro día me dijiste que me entendías a eso de que siempre me habían gustado las mujeres y no sé en qué sentido lo dijiste.

Teresa se tensó en su asiento. Albergaba la esperanza de que no se hubiera dado cuenta de aquel detalle.

—¿A qué te refieres exactamente?

—A que si a ti también te gustan las chicas.

—Eso forma parte de mi vida privada y yo soy tu psicóloga.

—Ya, perdón. Me he extralimitado —respondió decepcionada.

—No te preocupes. Es algo muy normal. Tú a mí me cuentas todo lo que sientes y somos humanos, esperamos de los demás lo que nosotros damos.

—Ya, ya. No debería haber preguntado.

—Igualmente, ¿qué importancia tiene eso para ti?

—Pues no sé, vengo aquí y salgo muy feliz. Y no creo que sea solo por la terapia, sino que tú también tienes algo que ver.

Se hizo un silencio en el que Teresa esperaba que Nacha acabara de sincerarse. La había observado en las sesiones y, por cómo la miraba, podría imaginarse lo que faltaba por decir.

—Que creo que me gustas —Nacha había agachado la cabeza avergonzada. Le costaba admitirlo delante de ella, de esos ojos.

—No te preocupes —era algo que Teresa esperaba—. Esto significa que no puedo tratarte más. No sería ético. Pero...

—Pero, ¿qué?

Teresa decidió que sería una mala idea. Sabía que realmente no le gustaba a Nacha, sino que su paciente estaba confundida.

—No, nada.

—No, no —Nacha se enderezó y se apoyó sobre la mesa—. Ahora me lo dices. Quiero que seas sincera conmigo.

—Pero esto también significa que —Teresa no sabía cómo decirlo, se había puesto muy nerviosa, y dijo la primera tontería que se le vino a la cabeza— ya solo un metro me separa de ti, este escritorio.

Ante la mirada sorprendida y extrañada de Nacha, Teresa se levantó impulsivamente, fue hacia el asiento de Nacha y la besó. 

Solo un metro me separa de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora