Todo en esta vida empieza con una llamada

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-Nacha, tienes que ir -le suplicó Elías-. Yo también pensaba que no me iba a ayudar ir a alcohólicos anónimos y mírame -dijo sonriendo de manera campechana.

-No sé, no sé -hizo una pausa y acto seguido continuó con su golpeo al saco. Nacha quería evitar seguir teniendo esa conversación una y otra vez. Primero fue la muerte de Laura, luego su ceguera temporal y, finalmente, la falta de Rober. Decir que Laura formaba parte del olvido era una burda mentira. Laura seguía allí, grabada en su corazón. Tan presente como el primer día...

-No puedes seguir destrozándote los puños aquí. ¿Es que no lo ves? -exclamó Elías enfadado.

-Elías, esto -dijo señalando el saco de boxeo- es lo único que me ayuda a dejar de sentir esa presión en el pecho cada vez que pienso en ella -dio un último golpe seco al saco. Aquel golpe, dado con toda la rabia que tenía dentro, le había hecho daño en la muñeca y le hizo expresar una mueca de dolor. Ahí se dio cuenta de que no podía seguir así, descargando contra aquel saco de boxeo.

Elías le lanzó una mirada de reproche.

-Vale. Está bien. Iré a la psicóloga esa que dices, pero solo un día ¿eh? -avisó Nacha-. Lo hago solo para que te calles de una vez -insistió Nacha. Ya estaba agotada de oír a Elías día tras día.

Elías le entregó una tarjeta de visita de la psicóloga. Se llamaba Teresa Ronda. Tenía que ir al menos una vez para que Elías la dejara en paz. Así que le miró, respiró profundamente y cogió su teléfono.

-¿Sí? -se oyó al otro lado de la línea.

-Hola, quería pedir consulta con usted.

-El jueves tengo un hueco a las 11, ¿te viene bien?

-Sí, perfecto.

Nacha iba a colgar cuando oyó por el teléfono.

-¿El nombre? Perdona, tienes que decirme un nombre.

Suspiró hastiada y volvió a poner el móvil contra su oreja.

-Nacha. La veo el jueves, señorita Ronda.

Acto seguido cortó la llamada y miró a Elías.

-¿Estás contento? -preguntó.

-Sí, mucho -sonrió triunfante-. Ya verás que Teresa te va a mejorar la vida -le dio un golpecito en el hombro.

Elías se marchó dejando a Nacha junto a aquel saco de boxeo y el móvil entre sus manos. Ya no podía echarse atrás; tenía que ir hasta la consulta y conocer a Teresa para que Elías dejara de hacerla sentir culpable cada vez que la veía golpeando su saco.

Solo un metro me separa de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora