The secret of the Harry's daughter

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Harry dio a luz a una hija hermosa, una niña tan blanca, tan calma como las nubes esponjosas, con hebras de ébano y de nariz parecida a un botoncito rosado. Nadie sabía cuándo había sido concebida, quién era el padre y porque, cuando el niño que vivió la tuvo entre sus brazos, se deshizo en un mar de lágrimas que no cesó hasta muy entrada la noche.

La dulzura con la que Harry Potter miraba a su hija al acariciarle las pálidas mejillas era solo comparable a la sensación de escuchar el batir de las alas de una mariposa, si prestabas atención, podías ver la belleza en ese solo acto. Y sin embargo, había tristeza y preocupación en su faz mientras, se podía especular, pensaba en el futuro incierto que tendrían ambos.

Era una mañana soleada, cuando la pequeña vio por primera vez. Sus ojos se mostraron al fin detrás de la cortina de largas pestañas negras, de un verde oscuro. Su pequeña risa se dejó escuchar al instante, mientras pataleaba y estiraba las manos al cielo. Desde el primer momento, supieron que ella era especial.

Ronald podía pasarse horas embelesado, mirando a la niña dormir en la cuna que habían puesto en su habitación, junto a la cama provisional de su amigo. Hermione solía bromear, diciéndole que se volvería una especie de estatua guardiana, con la sonrisa boba grabada en sus labios. En secreto, ella amaba admirarlo mientras lo hacía. Y amaba mirar a la bebé también.

Harry nombró a su hija, Saoirse.

***

El sol se reflejaba en el mar frente a él, como una llama a punto de extinguirse. Era un poco intrigante la forma en que el magnetismo de los misterios que contenía le atraía, era la época correcta en la que debía sumergirse y estaba listo, armado con más branquialgas de las que alguna vez soñara comer.

Cuando estuvo listo, se asomó al acantilado y comió la asquerosa planta, intentando no devolverla. Sentir el regusto baboso que le dejaba en la lengua le trajo recuerdos del Torneo de los Tres Magos y, antes de que el sol se ocultara tras el horizonte, trazó una curva perfecta hacía las olas, hundiéndose en las profundidades.

La libertad que sintió fue tan apabullante que cada célula de su cuerpo vibraba. El agua no estaba fría ni caliente, la sentía perfecta y probó sus extremidades recién cambiadas, nadando un poco más. Sentía las corrientes marinas entre sus dedos, indicándole la dirección que debía seguir.

Las Selkies eran las criaturas más misteriosas que había en el mundo, nunca podías perseguirlas y jamás lograbas identificarlas en tierra. Harry tenía la sensación de que las Selkies tenían mucho que ver en todo, porque nadie podía explicar las desapariciones misteriosas, de chicas que habían nacido en aquel mismo pueblecillo. La única oportunidad era encontrar su madriguera y adentrarse en sus secretos.

Pero el mar era infinito, o al menos lo parecía, porque lo único que veía frente a él era más y más nada... nadó hasta que la luna se posó sobre el mar como el sol marino y fue sorprendente...

Debajo de la luz del astro, el mar cobraba vida. Comió más algas por si acaso y miró maravillado aquel lugar mágico. Era como ver un mundo nuevo, vio lo que parecía ser una ciudad con fachadas perladas que reflejaban la luz y vio montañas de coral, medusas fluorescentes se abrieron paso entre el bosque de algas, como misteriosas aves que cruzan el cielo.

Y Harry sintió como si volara.

Tan pronto como la maravilla había llegado, escuchó un canto, parecido al que las sirenas del Lago Oscuro entonaron alguna vez, el recuerdo rebotando en los recovecos de su cabeza. Pero aquel sonido era más hermoso, más suave, más etéreo... y estaba llamándole.

Nadó hacia las montañas, mientras el camino parecía iluminarse con las voces bellísimas. Entonces las vio, un grupo de focas danzando entre los rayos que se rompían en la superficie del agua, balanceándose con las olas y la marea. Más allá, una ballena pasó nadando lentamente, como una gran mole que hizo que perdiera de vista a las criaturas de lomo grisáceo.

The secret of the Harry's daughterWhere stories live. Discover now