CAPÍTULO III

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  —Hay tres etapas en tu reintegración —dijo O'Brien—; primero aprender, luego comprendery, por último, aceptar. Ahora tienes que entrar en la segunda etapa. 

Como siempre, Winston estaba tendido de espaldas, pero ya no lo ataban tan fuerte. Aunqueseguía sujeto al lecho, podía mover las rodillas un poco y volver la cabeza de uno a otro lado ylevantar los antebrazos. Además, ya no le causaba tanta tortura la palanca. Podía evitarse el dolorcon un poco de habilidad, porque ahora sólo lo castigaba O'Brien por faltas de inteligencia. A vecespasaba una sesión entera sin que se moviera la aguja del disco. No recordaba cuántas sesioneshabían sido. Todo el proceso se extendía por un tiempo largo, indefinido —quizás varias semanas—y los intervalos entre las sesiones quizá fueran de varios días y otras veces sólo de una o dos horas  

—Mientras te hallas ahí tumbado —le dijo O'Brien—, te has preguntado con frecuencia, e incluso me lo has preguntado a mí, por qué el Ministerio del Amor emplea tanto tiempo y trabajo en tu persona. Y cuando estabas en libertad te preocupabas por lo mismo. Podías comprender el mecanismo de la sociedad en que vivías, pero no los motivos subterráneos. ¿Recuerdas haber escrito en tu Diario: «Comprendo el cómo; no comprendo el porqué»? Cuando pensabas en él porque es cuando dudabas de tu propia cordura. Has leído el libro de Goldstein, o partes de él por lo menos. ¿Te enseño algo que ya no supieras?

 —¿Lo has leído tú? —dijo Winston. 

—Lo escribí. Es decir, colaboré en su redacción. Ya sabes que ningún libro se escribe individualmente. 

—¿Es cierto lo que dice?

 —Como descripción, sí. Pero el programa que presenta es una tontería. La acumulación secreta de conocimientos, la extensión paulatina de ilustración y, por último, la rebelión proletaria y el aniquilamiento del Partido. Ya te figurabas que esto es lo que encontrarías en el libro. Pura tontería. Los proletarios no se sublevaron ni dentro de mil años ni de mil millones de años. No pueden. Es inútil que te explique la razón por la que no pueden rebelarse; ya la conoces. Si alguna vez te has permitido soñar en violentas sublevaciones, debes renunciar a ello. El Partido no puede ser derribado por ningún procedimiento. Las normas del Partido, su dominio es para siempre. Debes partir de ese punto en todos tus pensamientos. 

O'Brien se acercó más al lecho. 

—¡Para siempre! —repitió—. Y ahora volvamos a la cuestión del cómo y el porqué. Entiendes perfectamente cómo se mantiene en el poder el Partido. Ahora dime, ¿por qué nos aferrarnos al poder? ¿Cuál es nuestro motivo? ¿Por qué deseamos el poder? Habla —añadió al ver que Winston no le respondía. 

Sin embargo, Winston siguió callado unos instantes. Sentíase aplanado por una enorme sensación de cansancio. El rostro de O'Brien había vuelto a animarse con su fanático entusiasmo. Sabía Winston de antemano lo que iba a decirle O'Brien: que el Partido no buscaba el poder por el poder mismo, sino sólo para el bienestar de la mayoría. Que le interesaba tener en las manos las riendas porque los hombres de la masa eran criaturas débiles y cobard y para la gran masa de la Humanidad era preferible la felicidad. Que el Partido era el eterno guardián de los débiles, una secta dedicada a hacer el mal para lograr el bien sacrificando su propia felicidad a la de los demás. Lo terrible, pensó Winston, lo verdaderamente terrible era que cuando O'Brien le dijera esto, se lo estaría creyendo. No había más que verle la cara. O'Brien lo sabía todo. Sabía mil veces mejor que Winston cómo era en realidad el mundo, en qué degradación vivía la masa humana y por medio de qué mentiras y atrocidades la dominaba el Partido. Lo había entendido y pesado todo y, sin embargo, no importaba: todo lo justificaba él por los fines. ¿Qué va uno a hacer, pensó Winston, contra un loco que es más inteligente que uno, que le oye a uno pacientemente y que sin embargo persiste en su locura? 

1984 George OrwellWhere stories live. Discover now