Capítulo 35 Rebeldes con Causa

Depuis le début
                                    

—De acuerdo —habló Richard—, díganos de qué trata todo esto.

—Cariño —ganó Sarah la palabra—, ¿recuerdas las veces que te dije que Samara era buena para meterse en líos? —Richard cabeceó—. Bueno, ella se metió en uno que provocó su muerte y, según el señor Holmes, alguien quiere matar a Bell y a mí.

Richard se mostró sorprendido y John decidió actuar.

—Señorita Jones aún no tenemos certeza que este ladrón sea quien esté detrás de ustedes.

—¿Y por qué están aquí? —cuestionó curiosa—. Si están aquí es porque tienen la sospecha.

—Exacto —declaró Sherlock y todos voltearon a verle—. Usted, señorita Jones, está en lo correcto —Todos se quedaron perplejos—. Lestrade tuvo la corazonada y por eso nos buscó, además, yo tengo la certeza de que quien esté destruyendo esas esculturas de esa mujer...

—Margaret Thatcher —interrumpió John. Sherlock le ignoró.

—Quien este destruyendo estas esculturas, es un ladrón de poca monta o tiene un plan bien diseñado para llegar hacia ustedes. Es por eso que estamos aquí, para evitar cualquier peligro.

Todos seguían mirando a Sherlock, algunos con la perplejidad otros impresionados.

—¿Y qué sugieren? —preguntó Sarah, no muy alegre.

—He estado pensando en muchas posibilidades. Uno, ustedes dejan la casa y se pueden ir a un hotel por unos días, en lo que el ladrón ataca. Dos —prosiguió Sherlock irrumpiendo a un Lestrade animoso por hablar—, ustedes dos, Richard y Sarah, se pueden ir a un hotel e Isabelle puede retornar a Baker Street o irse unos días con John, en lo que el ladrón ataca.

John miró sorprendido a su amigo también Lestrade y Richard acompañaron al doctor con esas miradas, Sarah solo arqueó una ceja mientras observaba al detective.

—¿Son todas tus opciones, Sherlock? —cuestionó Lestrade.

—Tres —continuó algo molesto—. Si no quieren dejar su humilde casita, John y yo nos ofrecemos a ser vigilancia constante. Veinticuatro a siete, sin excepción.

—¡¿Cómo?! —exclamó John.

—Oh señor Holmes —dijo Richard—, sus opciones son buenas pero...

—Pero —interrumpió Sarah— no queremos dejar nuestra casa —ahora las miradas cayeron en ella—. Querido, ¿si dejamos que el señor Holmes y el Doctor Watson se queden hacer vigilancia?

Sarah vio a su marido con ojos dulces, en cambio, el trío se observaron confusos por la propuesta de ella, a tal grado que Lestrade movía sus labios preguntando qué era lo que le había picado. Ni John, ni mucho menos Sherlock comprendían.

—Querida, yo apoyaría la opción del hotel...

—Lo sé pero, ¿estamos en situación de gastar en un hotel? —preguntó. Todos seguían perplejos—. Creo que la situación no es tan buena para ello, lo mejor es quedarnos aquí, con el mejor dúo de detectives de Inglaterra —mencionó al poner sus ojos en Sherlock y John.

Estos seguían sorprendidos, más el propio Sherlock que, al ver una sonrisa hipócrita en el rostro de Sarah, lo hizo volver a la realidad y cuestionarse de la amabilidad que ofrecía. Sarah era una mujer de tenerle cuidado, bien se lo dijo Irene, bien lo había deducido él; y lo mejor era jugar y enredarse en la telaraña que ella estaba creando.

—¿Y ustedes qué opinan señores? —preguntó Richard.

—Ya se ofrecieron querido.

—Pero quiero saber sus verdaderas opiniones. Tal vez alguno de los dos, o los dos, realmente no puedan cubrir un turno tan extenso.

La Niña que llegó al 221B de Baker Street. 【E D I T A N D O】Où les histoires vivent. Découvrez maintenant