La isla de Jan Mayen - Capítulo XVI (16)

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Casi al final de la guerra...

Cajas y más cajas de madera se apilaban en un rincón de la cueva. Los innumerables viajes del submarino habían transportado hasta allí todo el oro que los tres hombres habían podido conseguir. Oro de bancos saqueados, de búnkeres nazis reventados, de guaridas francesas asaltadas, rescatados de comunidades judías y museos; de todas partes. En esta operación estaban implicadas personas de todas las naciones y de todos los estamentos militares y sociales. Desde el pequeño agricultor hasta los oficiales de todos los bandos. Su objetivo era tanto singular como disparatado, pero era lo que les dictaba el corazón.

—Al parecer, Berlín está sitiado y sólo es cuestión de tiempo de que Alemania se rinda —dijo el americano.

—Mejor —añadió el capitán alemán—. Menos problemas para el mundo. Creo que los japoneses aguantarán un par de años más, pero al final se rendirán. Entonces nos llevaremos el oro e intentaremos reparar todo lo que nos sea posible.

El americano asintió.

—Yo tengo una idea mejor —dijo el judío—. Seguro que haríamos mucho bien, pero pensad también en todos los que colaboraron para hacer este proyecto posible y que quizás, sólo quizás, cuando regresemos hayan cambiado de idea. Recordad que las promesas en la guerra no sirven de nada en la paz.

Ambos se quedaron pensativos.

—¿Qué propones entonces? —preguntó el capitán alemán.

—Opino que dejemos esta tarea a nuestros nietos, cuando las heridas de la guerra no sean tan profundas y no haya tantas cabezas pensantes alrededor de una mesa. Tres descendientes, un mundo por reparar. Sé que suena egoísta, pero...

—No, no —interrumpió el americano—. Tienes razón. Reparar el daño causado sin prejuicios ni pasiones. Que sean las nuevas generaciones quienes arreglen lo que las viejas mentes estropearon. Me parece el plan perfecto.

—Muy bien —dijo el capitán alemán—. Creo que estamos todos de acuerdo. Me gusta la idea de que nuestros nietos enmienden los errores de sus abuelos.

—Y que Dios nos perdone —añadió el americano.

Los tres compañeros y amigos mantuvieron un minuto de silencio en memoria de todas las víctimas de la guerra, que sin darse cuenta se alargó hasta casi seis. El oro que robaron era para los hijos que perdieron a sus padres, para las mujeres que perdieron a sus maridos, para las madres que no volvieron a ver a sus hijos, para los jóvenes que les despojaron de su inocencia, y para todos aquellos que sufrieron el terror de ser apartados de sus sueños, y de su dignidad. El oro no iba a arreglar el daño causado, pero tampoco engordaría las barrigas de los egoístas y los corruptos que querían aprovecharse del final de la guerra, tal y como lo hicieron mientras duró.


La isla de Jan Mayen: Proyecto... DesconocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora