La isla de Jan Mayen - Capítulo XI (11)

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Hace más de medio siglo...

El sonido de las gotas deslizándose hacia la calmada superficie del agua rompía el silencio del oscuro lugar. Fuera de ahí, en un mundo asolado por la guerra y la vanidad de los hombres, todo lo conocido y lo que aún estaba por conocer se agitaba con rabia por la mano de los enloquecidos y los avariciosos. Aunque de entre la penumbra de la muerte y la desesperación de las almas podridas, siempre se entrevé un rayo de luz llamado esperanza.

Los hombres, que arriesgaban su vida por sus creencias, estaban impacientes e inquietos; no se podían creer que no les hubieran arrestado o ahorcado hasta ahora. Demasiadas buenas coincidencias o quizás era el modo que la naturaleza usaba para imponer un poco de equilibrio en el desorden y en la desesperación.

Vamos a hacer mucho bien, pensó el capitán nazi.

Sus socios y su tripulación no pensaban en ellos mismos sino en el bien común; una extraña manera de resarcirse y quitarse de la cabeza las espantosas pesadillas que les perseguían durante todo este tiempo. Anhelaban el sueño profundo y despreocupado del que disfrutaban cuando aún eran unos niños, cuando uno jugaba a batear piedras en Texas y los otros dos discutían por quién iba a capitanear el ejército de plomo de Napoleón, y quién el de los prusianos. Amigos en la paz y enfrentados en la guerra por unas creencias y unas ideas que jamás habían sido demostradas. El mundo de lo absurdo.

A pesar del duro trabajo y del constante movimiento, el sonido de las gotas que caían sobre las apacibles aguas retumbaba por todo el lugar. Suave y tranquilizador. El precio de la expiación era demasiado caro y los presentes estaban dispuestos a pagarlo... incluso con sus vidas.


La isla de Jan Mayen: Proyecto... DesconocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora