Parte única

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El sonido de golpes a puño limpio, se escuchaban en la habitación. Plegarias en medio de llanto y gritos ensordecedores envolvían su mente. Una parte de sí se sentía a punto de desvanecer, era esa pieza que nos hace estar cuerdos y con todo lo bueno que nos enseñaron de pequeños. Esa parte importante, KyungSoo la estaba cuidando lo mejor que podía, pero en la realidad que vivía era un completo sueño, un ideal inalcanzable.

Él jamás pensó que su faraón sería así de cruel. Con ese rostro perfecto y hasta hermoso a ojos ajenos, pero que podía volverse el vivo retrato de Am-heh*. Devoraba todo aquello que le parecía impuro, aquello que significaba un posible estorbo en su dinastía o simplemente por diversión. El faraón devoraba todo, incluso al propio KyungSoo.

—Por... por favor —imploró el pobre hombre que se encontraba amarrado de pies y manos, completamente extendidos y desnudo.

KyungSoo se mostró estoico ante su llamado. Imperturbable, aunque por dentro estuviera gritándose a sí mismo que había sido suficiente, que el hombre ante él era inocente (como todos los que pasaron por el mismo calvario). Sin embargo, sabía que debía seguir órdenes al pie de la letra, porque el infierno que él vivía cada noche, no se comparaba con el que les hacía pasar a cada alma inocente que el faraón le mandaba a ejecutar.

—Cometiste un pecado... No puedo permitir que quedes impune.

El desdichado rompió en llanto por milésima vez y a KyungSoo le dolió, aunque no lo demostró en su rostro.

—Yo... yo no le hice nada... yo...

—¡Cállate! —gritó colérico KyungSoo, pegándole en la boca... sangrándolo.

Las gotas de sangre estaban esparcidas en el suelo, bajo los pies maltratados del criminal. Sus manos estaban igual de manchadas al igual que el torso y piernas del otro. KyungSoo pensó que quizás el faraón gustaría hacer vino con esa sangre, como el dios Shesmu*... para eso debía cortar su cabeza... ¿No estaría blasfemando al querer hacer el trabajo de Shesmu? ¿Su Majestad no le castigaría por tal atrevimiento?

No era momento para pensar en eso, debía seguir con lo dictado: realizar la ejecución del pecador, del criminal.

Sin más, KyungSoo fue por un cuchillo que se encontraba en una pequeña mesa en una esquina de la habitación, para después acercarse al otro y cortar los amarres, dejando caer al acusado sin compasión. El hombre se quejó y parecía que el aire le hacía falta en sus pulmones. KyungSoo lo miró desde su posición, percibiendo esa sensación de poder enfermiza. A paso lento quedó frente al hombre que tocía sangre y que trataba de incorporarse con sus débiles brazos.

—JongDae... —llamó calmo KyungSoo.

El aludido elevó con dificultad su cabeza y miró a los ojos al otro, quien se acuclilló y con su mano extendida le mostró el cuchillo. JongDae sollozó al ver el arma y negó múltiples veces, pidiendo compasión a su ejecutor.

—No, por favor...

—No tienes elección, JongDae. Su Majestad ha dicho explícitamente que debes suicidarte.

JongDae tembló ante tal comentario, rehusándose aún más a lo que se le estaba ordenando. Él sólo había sonreído afable a KyungSoo delante de JongIn. Él era un jardinero nada más. Un jardinero con muy mala suerte. Nunca pensó que llegar a aquella mansión él perecería. Tenía una esposa enferma y había perdido su empleo como cajero en una tienda de conveniencia. Había visto aquel anuncio en el periódico de una de las familias más influyentes en Corea del Sur. No lo dudó ni un instante y se postuló como un mísero jardinero con tal de obtener el dinero suficiente para pagar el hospital donde su mujer se encontraba hospitalizada. Nunca imaginó que se vería envuelto en tal situación. Nunca.

Sí, su majestad [KaiSoo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora