Capítulo doce

Magsimula sa umpisa
                                    

Me retuvo.

Posó los dedos alrededor de mi muñeca y me obligó a que permaneciera a su lado.

—Entonces olvidemos todo lo que nos hemos dicho hoy —siguió con su tono de voz serio. —Ahora sí puedes irte.

Para mí era un placer macharme, pero tuve que mirar su mano y después levantar la cabeza pidiéndole que me soltara. Lo hizo con una sonrisa y me dio la espalda para volver al despacho.

—¡Kenneth! —esperó al llamarlo. —No le diré a nadie lo que tienes con Judith.

El silencio volvió de nuevo.

Y esa vez, lo comprendí.





El teléfono móvil empezó a sonar en el bolsillo delantero del uniforme. Esa mañana, mi madre tuvo que salir después de que Sofía le comunicara que su nieta no se encontraba muy bien, así que la supervisora que la sustituía era más estricta que ella porque no había ningún vínculo familiar para que pudiera pasarme alguna infracción en horas de trabajo.

Le di la espalda, y poco a poco empecé a salir del salón fingiendo que estaba limpiando esos muebles del siglo XIX que aún conservaban en palacio.

—¿Si? ¿Quién es?

Era un número oculto.

—¡Menos mal, Thara! —gritaron al otro lado. —Es la única llamada que me han permitido hacer. ¿Podemos hablar?

Seguí alejándome.

—¿Qué quieres? —llevaba días sin saber nada de Erick después de la visita que le hizo a Kenneth en la embajada de Francia. —Estoy trabajando. ¿Por qué no me llamas cuando se te hayan quitado los efectos del cannabis?

—¡No! No me cuelgues por favor —no dejaba de insistir, y Margaret terminaría descubriéndome. —Me han detenido.

—¿Qué?

—Lo que oyes, Thara. Le hice una visita a esa escoria que tenemos en el país con el título de príncipe y me descubrieron.

Era lo normal.

Aunque sus detenciones no solían durar mucho.

—¿Y qué quieres?

—Ayúdame a pagar la fianza, por favor.

—Erick...

—Sé que hice mal. Pero ayúdame. Al menos hazlo por todo lo que hemos pasado juntos.

Esos chantajes emocionales no me gustaban.

—¿Cuánto?

—Bueno...mmm...serían...

—¡Al grano, Erick!

—Tres mil euros.

—¿¡Quuuué!? —no pude evitarlo.

Ni siquiera había cobrado mi primer sueldo y ya estaba a punto de gastarme lo poco que tenía ahorrado. ¿Estaba dispuesta a darle el dinero que gané por servirles copas a Kenneth y a Philippe? Y además, en aquella noche pasaron más cosas.





—Firme aquí, señorita.

Antes de hacerlo, miré por encima del hombro asegurándome de que estaban soltando a Erick. Lo sacaron de esos calabozos llenos de mendigos y carteristas.

La seducción del príncipeTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon