Capítulo 11: Guiston Park

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Acomodé mis gafas de sol para que no se me cayeran y miré a Max. Su cabello rubio y parecía brillar bajo el sol.

—Imagino que esas gafas te las vas a quitar para subirte a los juegos, ¿no?—me preguntó.

Me encogí de hombros, fingiendo estar despreocupada, pero en realidad, por dentro estaba aterrada.

—Está prohibido subirse a los juegos con gafas puestas, así que sí —respondí.

Esa era una norma que me ponía los pelos de punta y traté de no pensar en eso hasta ahora. Era muy difícil mantener los ojos pegados al suelo en un parque de atracciones, y más lo era cuando subía a los juegos.

Igualmente, tampoco era tonta. Alex y Max nunca habían visto mis ojos, porque cada vez que estuve con ellos llevaba gafas de sol o el lugar estaba a oscuras. Así que, algo debían sospechar. Si yo me juntaba con un chico que siempre iba con los ojos tapados, también lo haría.

Respiré hondo y tomé coraje. Si no lo hacía ahora, que tenía un poco de fuerza de voluntad y esperanza, no lo iba a hacer nunca, y me iba a quedar como una rara parada sola, mirando cómo todos se divertían.

Agarré las gafas y me las saqué. De un tirón. Y fue como si revelase una parte de mi alma. Realmente me sentía extremadamente expuesta, como si en cualquier momento un poco de aire pudiese derribarme al suelo, el cual no dejaba de mirar. Lentamente, subí la mirada hacia las atracciones, y me maravillé por los colores vivos que tenía el lugar, ya que las gafas eran bastantes oscuras. Distraída por semejante belleza, miré a Alex, que estaba hablando con Max, y cuando este último me vio, frunció el ceño.

—¿Tienes hambre?—preguntó.

Parpadeé. Miré a Trevor, luego a Emma, y luego a Max de nuevo. Esta vez fue mi turno de fruncir el ceño. ¿Acaso...acaso no veía bien? ¿Y si...y si era daltónico?

Max resopló y señaló un reloj imaginario de su muñeca.

—Vamos, que no tenemos todo el día, cielo—. Sonrió

Mientras que pedía dos croissants en un puesto con comida hecha a base de pantas, porque me había dado hambre, pensé en lo raro que era que no hayan dicho nada del color de mis ojos, ya que era algo súper notorio. No eran de un violeta apagado, sino que resaltaban mucho.

Era imposible que no los hubiesen visto.

Max estaba a mi lado. Lo miré fijamente y lo estudié. Él no se percató de eso y siguió pidiendo un té. Luego de pagar, me miró y enarcó una ceja.

—¿Tengo algo mal?—preguntó.

Me sonrojé y aparté la vista, negando con la cabeza.

Esto era demasiado extraño. Parecía ser algo natural para él ver mis ojos, cuando era lo contrario. Como dije antes, sabía que él probablemente sospechaba que mis ojos ocultaban algo, pero no tuvo ni una mínima reacción. Tampoco Alex. Era como si hubiesen sabido de antemano que mis ojos eran...

Abrí mucho los ojos y miré en dirección a los demás. Cuando lo encontré, lo confirmé. Ian nos estaba mirando a Alex y a mí con una mueca de preocupación. Cuando vio que lo estaba mirando, hizo una mueca.

Sabía que lo sabía.

Seguí mirándolo y él a mí. Su mueca se acentuó y volví a mirar a Max, que ya tenía el té en la mano y mis croissants. Me las dio con una sonrisa espectacular (sus dientes eran muy blancos) y caminamos rumbo al grupo.

No podía decidirme si estar enojada o no con Ian por haberle contado de ante mano a Max, y suponía que también a Alex, lo de mis ojos. Porque eso fue lo que pasó, no cabían dudas.

Por un lado me frustraba que les hubiera advertido, porque eso significaba que me creía débil e incapaz de afrontar situaciones con respecto al gran problema de mi genética, y si bien todo eso era verdad y no lo pensaba admitir, por otra parte me dio una alegría que se hubiese tomado el detalle de decirles, ya que eso significaba que algo le importaba y no quería lastimarme.

Suspiré. Hacía mucho que no vivía situaciones intensas. No recordaba lo agotadoras que eran.

Cuando los alcanzamos, Trevor gritó que quería ir a la montaña rusa roja, una de las más fuertes, a la cual no pensaba subir, y fuimos hacia allí. Había muy pocas personas, así que todos subieron en seguida y yo me fui a sentar en un banco que había al costado. Estaba respondiéndole un mensaje a mi mamá para que supiera que estábamos bien, cuando alguien se sentó al lado mío. Terminé de escribir, y disimuladamente, miré al costado.

Fruncí el ceño, confundida.

—¿Qué haces aquí?—pregunté.

Ian sonrió.

—Vi tu mirada.

–Ah, eso...—Miré al frente y suspiré. No había tomado una decisión sobre cómo reaccionar ante lo que hizo, así que me guié por mis sentimientos—. No estoy enojada, pero sé lo que hiciste.

Asintió.

—Sí, lo supuse. No lo hice con mala intención, simplemente pensé que serviría para sacarte un peso de encima. Lo lamento si te ofendió.

Sonreí a medias.

—No pasa nada...no me enojé, aunque sea no mucho, así que está bien. Te entiendo. Pero me resultó raro...nunca nadie le había avisado a otra persona que mis ojos eran muy raros.

Ian se puso tenso y giró el cuerpo hacia mí.

—No les advertí que tus ojos son raros, Iris. Les dije que tus ojos eran hermosos y que no debían reaccionar exageradamente por eso.

Mis mejillas ardían. Mis orejas y mi cuello también.

—Gra...gracias—dije, apresuradamente.

Ian rio.

—Solo quería que supieras que tus ojos no deberían darte vergüenza, sino que deberías considerarte afortunada.

Me relajé contra el banco y sonreí.

—¿Amigos, entonces?—preguntó.

Asentí.

—Amigos.

—¿¡Oye, por qué no has subido!?—gritó Alex desde lejos.

Vinieron todos con una sonrisa de oreja a oreja y riéndose. Emma tenía todo el pelo revuelto y Max también.

—Estuvo genial—acotó Emma—. Realmente fue como probar el elixir de la vida.

Ian no respondió, pero se quedó haciendo contacto visual con Alex durante un rato. Parecía que sus ojos hablaban por sí solos.

—¡Vamos! Quiero ir a las tazas giratorias—dijo Trevor.

Todos estuvimos de acuerdo, así que allá fuimos.

El día se pasó volando. Max no paraba de hacer chistes y Alex contaba anécdotas de sus giras, mientras que Ian reía sin parar a causa de sus vivencias. Subimos a muchos juegos más y cuando nos dimos cuenta ya era de noche, por lo que nos fuimos. Los chicos iban a recorrer otras ciudades en su gira, así que nos despedimos con un gran abrazo, porque no los íbamos a ver durante un tiempo.

Me tapé con la manta de la cama de hotel que compartía con Trevor, porque Emma se movía demasiado mientras dormía y era súper incómodo, y volví a sentirme feliz por segunda vez en mucho tiempo.

Solo esperaba que durara.


♥♥♥

¿Les gustan las ferias? 

¿Y las montañas rusas? 


HorusWhere stories live. Discover now