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Cúmulos.

El cálido verano se había instalado en la cuidad, haciendo que la pesadumbre por las altas temperaturas enlenteciera el ritmo de Seúl. La tranquilidad se escurría por las sombras de los vidriosos edificios ejecutivos y por las puertas abiertas de los locales comerciales que no tenían la suerte de estar equipados con aire acondicionado. Los sonidos del cambio de brisa y de las pequeñas cigarras al anochecer, formaban la banda sonara de lo que sería, uno de los veranos que jamás olvidaría.

No lo sabía en ese entonces, mientras salía de mi última clase del semestre de mi tercer año en la universidad. La libertad nos saludó a todos, con la promesa de unas vacaciones sin preocupaciones por el siguiente par de meses. Eso tenía enloquecidos al resto de mis compañeros, que ni bien se habían hecho las cinco de la tarde, tomaron sus cosas y se alejaron lo más rápido que pudieron del campus. Por milésima vez me pregunté si mis compañeros no estarían más emparentados con los simios que de la raza humana: salieron corriendo como si un puesto de plátanos frescos los estuviera esperando afuera. El calor agobiante me dio la bienvenida al cruzar las altas puertas del oscuro edificio de ladrillo rojo hacia el exterior. Cruzaba el patio a paso ligero, no se oía un alma. Supuse que me había quedado solo, no tenía apuro en llegar a casa ese día, por lo que había decidido pasearme por ahí; a donde mis pies quisieran llevarme.

Procurando inconscientemente no tropezar con las raíces de los viejos árboles que se instalaban en el patio de la Universidad, le di la bienvenida al verano. Sus ramas bailaban al compás del viento—todas al unísono y de un lado al otro, agitando sus verdes y finas hojas con alegría. Mi mente, sin embargo, estaba lejos de los árboles, de sus raíces, de la universidad. Mis pies estaban ahí, yo estaba ahí físicamente, pero mis pensamientos estaban lejos; en un lugar donde los sueños habitan, más alto que las nubes en el cielo; mi lugar favorito. No recuerdo exactamente que pasaba por mi cabeza en esos instantes, pero sin dudas estaba absorto en mis pensamientos como para prestar atención a lo demás.

El susurro de las suelas de mis lustrados zapatos oscuros contra el recién cortado césped no fue suficiente para alejarme de mis pensamientos. Sin embargo, el que creí que era un suelo con meras raíces, se vió encontrado con una forma que obstaculizó mi caminata. El pie que chocó inevitablemente contra los míos estaba unido a unas piernas delgadas que seguían por un cuerpo flacucho vestido de traje negro. Era un chico recostado en el césped—brazos extendidos como formando un ángel de pasto y tierra, que miraba atentamente al cielo, como si estuviera sacando medidas de la cúpula celeste. Murmuraba algo para si, perdido en sus pensamientos. No pareció notar la punta de mis zapatos contra el suyo, por lo que me disculpe suavemente y seguí la marcha.

Rodeé su figura y cuando él estaba a punto de salirse de mi ángulo de visión, se levantó de golpe y me miró fijamente. Me paré en seco y retrocedí dos pasos, estaba a punto de disculparme otra vez cuando habló:

— Cúmulo.

Su voz salió como en trance, un susurro apenas percibido que las copas de los árboles tomaron como suyo. Mi cara de desconcierto lo animó a seguir con su monólogo. Sonreía ampliamente.

— La nube. Esa pequeña que acaba de pasar por delante de nosotros es un cúmulo. ¿Preciosa, verdad?

Miré hacia donde sus finos dedos apuntaban, arriba en el cielo. Una pequeña nube marcaba su camino con un aligera sombra sobre nosotros. Se alejó con la brisa lentamente.

Asentí con cuidado.

— Me gustan mucho las nubes —Dijo el chico. Su voz parecía de maestro de primaria: suave, paciente y correcta—. Quisiera estudiarlas más de cerca, pero no sé cómo.

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⏰ Última actualización: Mar 27, 2018 ⏰

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