La visita de la muerte

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Las horas transcurrieron lentamente, en cuanto terminó el horario escolar la pelirroja se levantó lo más rápido posible, corrió escaleras abajo, necesitaba trasportarse o su fachada se iría al infierno. Apareció en la sala de su casa, subió por las escaleras de caracol y entro a su habitación, Daniel le había provocado adrede, le incitó a agredirlo en público. Mantener esa doble vida le costó tanto; tuvo que vivir en internados desde los seis años, después instaló en hermosa, aunque solitaria casa, donde estaba completamente sola, todo lo hizo para mantener un lugar estratégico entre los humanos, así nadie sospecharía de ella.

Se recostó sobre la cama; por alguna extraña razón se encontraba increíblemente agotada, tanto que sus ojos se cerraban solos, bastaron unos segundos para que cayera en un sueño profundo. Las pesadillas se apoderaron de ella, sombras negras danzaban alrededor de su cuerpo, sintió un fuerte dolor alrededor del cuello y el aire comenzó a faltarle, se estaba ahogando.

Se despertó repentinamente, descubriendo al invasor; por instinto le arrojó una bola de fuego, enfocó su furiosa mirada sobre él, se preparó para atacarle nuevamente, esta vez lanzó una llamarada en su contra, enviándole contra la ventana, el impacto partió el cristal en miles de pedazos. El intruso al vacío, cayendo sobre la grama recién cortada, se incorporó rápidamente, aunque no contaba, pero la pelirroja le atrapó en un círculo de fuego.

— ¡Que demonios te pasa! ¡Intentaste matarme! ¡Eres un desgraciado, Kevin! —gritó Aíma con dificultad, le costaba hablar por las profundas heridas en su cuello.

—Eres una verdadera molestia, muñeca—contestó irritado; era un hombre joven, no aparentaba más de 22 años, su cuerpo musculoso lucía algo bronceado, pero combinaba perfectamente con su cabellera azabache y un flequillo rebelde descalzaba sobre su ojo izquierdo, dejando ver solo uno de sus almendrados ojos.

— ¡¿Por eso me ibas a matar?! ¡Eres un maldito cobarde, me atacaste dormida! —chilló enojada.

—Me ocasionas molestias en el trabajo, pequeña muñequita—soltó Kevin de mala gana.

— ¡Oh claro! ¿La muerte se irritó porque no le dejo tener vacaciones?

Déjame salir, Aíma—suspiró cansado.

— ¿Si no lo hago me matarás? —se burló la joven.

—Piensa en los vecinos, se aterrarán, pensaran que intentas quemar a tu novio en el jardín—fingió interés por ella.

—No te preocupes por ellos, duermen como bebés—siseó segura.

—No sabes lo que se acerca, Aíma lo lamento, pero mi deber es velar por las almas. Me conoces bien—insistió para que lo dejara irse.

—Si se pudiera asesinar a la muerte, te juro que estarías en el infierno—señaló mientras se sentaba en el césped, para verlo mejor.

— ¿Piensas encerrarme eternamente? —preguntó aburrido.

—Buena idea—comentó la pelirroja con una sonrisa torcida. Las horas pasaban y Aíma continuaba mirándole, seguía atrapado entre las llamas. Después de maldecirla hasta el cansancio, se rindió, sentándose sobre el césped. — ¿Quién te mando? —preguntó curiosa, sabía que no era su forma de actuar.

— ¡Nadie! —chilló disgustado—fue mi idea, muñeca.

—Buena combinación, cobarde y mentiroso, por eso te llaman "el ángel de la muerte", ese que por ineptitud nunca pudo obtener el título de ángel y se limitó a recoger la basura—soltó con saña, Kevin le miró con. La pelirroja se levantó para volver a su hogar, las horas pasaron rápidamente, el reloj marcaba las tres de la madrugada, el clima se tornó frío, Aíma miró entre los restos de su ventana, Kevin seguía entre las llamas, no podían dañarlo, pero le impedían salir. Lo conoció el día en que nació él siempre se encontraba cerca de las personas que estaban por morir.

Era igual que un guía, quien te conducía en tu último viaje, sin importar si el destino era el cielo o el infierno. Aíma sabía que era un egocéntrico descarado, pero él le contó una vez que la muerte no podía matar por su propia mano, solo era un acompañante, que velaba el camino de las almas. Suspiró cansada, le ardía el cuello, se miró al espejo para inspeccionarlo, una marca roja le rodeaba piel; le había quemado profundamente, si no despertaba, le hubiese matado, miró nuevamente en su dirección, pero esta vez con rabia. Kevin seguía atrapado entre las llamas, con la mirada en la grama, lucía igual que un pequeño regañado; en cuanto el reloj marcó las cuatro con quince, una poderosa tormenta invadió el lugar, la lluvia azotaba todo a su alrededor, incluso las llamas que encarcelaban a Kevin, por lo que ya ese encuentra libre.

—Adiós, muñequita—soltó Kevin, desvaneciéndose entre la lluvia.

—Nos vemos pronto, Kevin—soltó Aíma, porque, aunque no lo viera, sabía que podía escucharla.

La pelirroja subió nuevamente a su cama, permitiéndose dormir sin temores, tenía un enemigo más, pero le conocía tan bien como para saber que no le atacaría dos veces en el mismo día; él no era así, lo hizo por petición alguien, era la única opción válida, no le conocía a nadie tan cercano como para que se arriesgase, nunca se mancharía las manos por alguien que no le importase.


Entre el cielo y el infierno |Trilogía cielo o infierno #1  ©Where stories live. Discover now