Dos historias de amor vampíricas

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Cada momento histórico retoma sus mitos culturales y dialoga con ellos para interpretar el presente. Por ejemplo, Carlos García Gual escribió un interesante ensayo sobre las sirenas, qué son y cómo han sido interpretadas por la humanidad a lo largo de la historia. Ésta es una de las dimensiones más importantes de los mitos: de su interpretación se deriva una información sobre nosotros mismos, acerca de nuestra cultura y valores. Uno de los referentes constantes de los últimos años han sido los vampiros; más allá de los textos de Polidori, Stoker y Rich, también han sido utilizados por la psicología para explicar los trastornos de personalidad, como ha hecho Albert J. Bernstein, quien pone al descubierto sus trucos para parecer adorables mientras te succionan hasta la última gota de sangre. Este psicólogo los clasifica en coléricos, enfermos imaginarios, adictos a la emoción, narcisistas…Efectivamente, todos amamos desde quienes somos, así que, si te ama alguien que utiliza la enfermedad, el victimismo y el llanto manipulativo para lograr lo que desea, te amará utilizando sus armas, es decir, te amará desde su personalidad. Así que un amor vampírico te amará sólo mientras dure la diversión, la novedad, las atenciones, los suministros. Si no le resultas útil, te deja, no hay más. Dejando de lado la psicología y el símil de los vampiros, quería comentar dos películas vampíricas que contienen grandes lecciones de amor. La saga de Crepúsculo versus las
lecciones de amor de Sólo los amantes sobreviven (Jim Jarmusch, 2013).En Crepúsculo, de la autora estadounidense Stephenie Meyer, su protagonista hace una mala apuesta (las apuestas están en 1 sobre 5) y no se impone ningún límite (no tiene el mapa en donde se indica el punto exacto dónde debe retroceder un corazón). Bella sólo tiene un objetivo irrenunciable: que la relación no termine. Evidentemente, es una analogía perfecta del maltrato, aunque millones de espectadores de todo el mundo vean en ello la quintaesencia del romanticismo, ya que así debe ser el amor verdadero. Y estos son los mismos argumentos que oímos una y otra vez en una relación de maltrato o claramente insatisfactoria para crear la trampa perfecta de la que es imposible salir. Nos enseñan que amar de verdad significa justificar, quitar importancia al comportamiento maltratador de la persona amada —ataques de cólera, silencios manipuladores, acusaciones delirantes, agresiones verbales, control—, y si amas de verdad tendrás que justificarlo en nombre de las circunstancias, su terrible pasado, su mal pronto o, lo que ya es lo último e inadmisible: atribuirse la culpa a una misma por haber provocado esa reacción.
La gran paradoja a la que nos enfrenta esta visión del «amor verdadero» es que interpreta a la pobre víctima como la mujer más afortunada, la mujer verdaderamente enamorada, como la capaz de cometer el mayor error de su vida. Veamos lo que ocurre llana y claramente: Bella se enamora de alguien sumamente peligroso que puede matarla, convertirla en vampiro y alejarla de todo su entorno (familia y amigos, tal como sucede en los casos de maltrato), pero, en cambio, en las salas de cine, lo vivimos desde dentro del encanto maléfico de la visión de la víctima y convertimos su terrible destino en el más glorioso y maravilloso de los proyectos de vida humanos: el amor irrenunciable, el sacrificio como prueba de amor irrefutable. Vayamos a la otra lección vampírica, la que me interesa más, y que desgraciadamente no ha tenido la misma popularidad: Sólo los amantes sobreviven. En ella nos encontramos con una pareja que lleva siglos juntos, completamente diferentes en las formas pero iguales en lo referente a sus valores más importantes. Él es depresivo, romántico, gótico y escoge Detroit como lugar de residencia. Una ciudad decadente donde los grandes cines se han convertido en garajes y donde la industria ha desaparecido para dejar paso a una ciudad fantasmagórica y triste. Empapado de negra melancolía, como su ropa, ha escogido la música (compone y sabe tocar todos los instrumentos) como forma primordial de cultura y de conocimiento. Ella es blanquísima, como Tánger, la ciudad dónde vive; es hedonista, optimista, alegre, generosa y vital. Ha escogido la literatura, conoce todos los idiomas presentes y pasados como camino de creación y autoconocimiento. Ambos han escogido vivir separados (¿quién no, después de tantos siglos juntos?), pero aun así continúan amándose, hablando todos los días… y están profundamente conectados hasta el punto de asistirse de inmediato cada vez que sea necesario. Asistirse, cuidarse, tenerse en cuenta, es el fundamento de cualquier amor que aspire a serlo y no sólo a llamarse tal. Estos vampiros son altamente sofisticados, no matan, roban la sangre de los hospitales y evitan cualquier tipo de crueldad. Esta sofisticación, entendida como el trabajo del propio yo, es también esencial en la permanencia del amor. Sólo alguien interesante, que se cultiva y que descubre continuamente el mundo y es capaz de contártelo es capaz de renovar un sentimiento condenado a agotarse si se limita a la contemplación extasiada (y finalmente bobalicona) del otro. El amor sólo puede perdurar si cada una de las personas implicadas en él se esfuerza en cultivarse y crecer. Estos vampiros sobreviven al tedio del tiempo, al comportamiento humano absurdo, terrible y cansino gracias al amor y a la cultura. El amor, así, se convierte en un proyecto vital hacia uno mismo y hacia los otros, y no sólo en un encantamiento hacia alguien tan fascinante como letal.

⠀El Amor No Duele.Where stories live. Discover now