Capítulo 2: Madre e Hija - Julia

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Verano del 97

Aún recuerdo sus palabras en aquel momento. La brisa jugaba con nuestras respectivas cabelleras en aquella noche de Junio en la cual recuerdo que no podía apartar los ojos de los suyos.  A pesar del precioso cielo que aquella noche nos regalaba. 

  — Te amo Julia y siempre voy a estar contigo. Te prometo que en cuanto lleguemos a Nueva York, te llevaré con mis padres y....— lo interrumpí.
  — ¿Llevarme con tus padres? ¿Los señores Buenavista? — pregunté temerosa — No estoy segura de que sea una buena idea, no me aceptaran porque...— en ese momento el me interrumpió.
— Tendrán que hacerlo, tú eres la mujer que amo, a la que he elegido para que sea mi esposa. ¿Quién lleva el anillo en su dedo anular en estos momentos?— me preguntó mirando mi mano izquierda.
— Yo...pero...— comenté y en ese momento el puso un dedo en mis labios y después tomó mi mano para besar el dedo anular de mi mano izquierda.
— Serás mi esposa Julia.   

Después de aquellas palabras, me entregué a él por primera y única vez. Me sentía feliz, pues aun a mi corta edad, había encontrado al amor de mi vida, había encontrado al hombre con el que me casaría, pero por supuesto.... yo no sabía que todo aquello que parecía un sueño, iba a terminar tan rápido como cuando despiertas y te das cuenta de que todo lo que soñaste se ha ido y tienes que enfrentar la realidad. 


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Mis pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de alguien tocando la puerta, ¿Por qué aquellos recuerdos venían a mi cabeza? Quizá por el simple hecho de que aquel día me reencontraría con ella, con Julieta, mi hija.

Sacudí mi cabeza un segundo y pronuncié:
  — Adelante.  

En ese momento la puerta se abrió, me puse de pie, pues me encontraba detrás del escritorio de mi oficina. Aquella oficina ejecutiva, así es, había logrado uno de mis grandes objetivos, el tener dinero y poder. Irónico quizá, pues fue por ello que los Buenavista nunca me aceptaron para ser esposa de Eduardo.

¿Quién lo diría? ¿No es así? Aquel anillo lo mantenía colgado como dije de una cadena que llevaba conmigo todos los días. Y ahora me encontraba ahí, frente a ambas.

"Los Buenavista no podrán creer lo que les espera... pero les aseguro, de que lo harán más temprano que tarde." pensé antes de acercarme a una de las mujeres que habían entrado a mi oficina.

— Julieta.— caminé hasta ella para abrazarla, antes de eso había observado a Margareth y aquella hermosa joven. En cuando la abracé, las lágrimas comenzaron a salir de mis ojos. 

  — Mamá.....— escuché que apenas pronunció aquella palabra, la cual hizo latir a mil por hora mi corazón. 

— Mi niña.— la miré de frente y tomé su rostro entre mis manos para mirar sus ojos, aquellos marrones que combinaban con su cabello.

  — ¿Por qué.... por qué me dejaste?— su voz estaba entrecortada y su pregunta me rompió el corazón.

— Julieta, nunca, nunca quise dejarte.— suspiré — Tengo tanto que contarte. Pero ya estamos juntas, al fin. — tomé sus manos y las entrelacé con las mías, en ese momento miré a Margareth, la cual también se encontraba con lágrimas en los ojos.

— Maggie, amiga, hermana de mi alma.— siempre la había considerado como una hermana y ahora que estaba ahí, extendí mi brazo para tomar su mano. 

— Te extrañamos Julia, no te vuelvas a perder del mapa, ¿De acuerdo? 

Las tres reímos.

  — Gracias por cuidar de mi bebé hermosa. Pero vamos, siéntense. —les dije y las invité a sentarse en las dos sillas que estaban frente al escritorio, yo por mi parte tomé asiento en la silla que se encontraba del otro lado de este. 

  — Estás enorme mi vida, mírate, eres toda una mujer.— pronuncié orgullosa. 

— Tenía que crecer tu hija, Julia. Después de todo, fueron varios años. — comentó Margareth.

  — Lo sé... y , aunque sé que no puedo recuperarlos ni regresar el tiempo, quiero compensarlo de una manera muy valiosa. — comenté colocando mis manos unidas encima del escritorio mientras las miraba a ambas con una sonrisa encantadora.

  — Veo que te ha ido bien mamá, pero los años no se pagan con dinero.— comentó aquello Julieta, era evidente que estaba herida por mi ausencia durante tantos años, lo veía en su mirada cristalizada. Sus ojos amenazaban con soltar lágrimas, conocía esa mirada... después de todo, ella y yo no eramos tan diferentes después de todo.

— Tu vida esta apunto de cambiar mi niña, así como cambió la mía. No te abandoné en vano, hice todo esto por las dos.— comenté levantando las manos para que ambas miraran alrededor.

— De ahora en adelante, tú vas a vivir conmigo y Maggie, te pagaré lo necesario para que tus hijos y tú puedan vivir en un lugar mejor. — comenté mirando a ambas.

— No necesito dinero Julia, quiero a Julieta como una hija y mis hijos la quisieron como una hermana, el cariño y el cuidado que le brindé fue genuino. — comentó Margareth y Julieta en ese momento la miró con cariño al mismo tiempo que ambas se tomaron de las manos.

— Bien, pero ¿están de acuerdo de que es momento de que una hija viva con su madre?— pregunté aquello, quizá sentí algo de celos, si... debido a que en ese momento yo deseé ser la persona a la cual Julieta sostenía de la mano. 

  — Bien, viviré contigo mamá. Pero no dejaré de estar al pendiente de los Moore, después de todo, soy una de ellos. — comentó Julieta, en ese momento negué con la cabeza.

— Montez, eres una Montez, al igual que yo, mi niña. — comenté con la cabeza en alto y una sonrisa llena de orgullo, ella volteó a verme y asintió. 

— Ahora bien, no hay tiempo que perder. Recuperemos el tiempo perdido. 

Después de decir aquello, pasamos el resto del día las tres juntas. 
Fuimos a casa de Margareth, en donde los Moore vivían para que Julieta dejara su vida atrás y comenzara su nueva vida siendo mi hija, una Montez. 

"¿Quién lo diría, no creen? Después de todo... mi apellido finalmente tenía un valor en la alta sociedad de Nueva York". 














Cadenas Rotas [Idea Original de EmiiProductions19]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora