9. Villa Claudia

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Lunes 25 de agosto del 2014

Melissa ya estaba lista para ir al cuartel. Una noche más para desvelarse. Odiaba los lunes. Y también los viernes. Tener que estar toda la noche despierta, mirando a unas pantallas con cámaras, comiendo pan dulce y té helado, no era un buen plan nocturno. Y lo peor de todo: sola.

El sábado había pensado que Corin sería un cambio en su vida. Tendría a alguien de su edad que la entienda, y que la desee. Tendría con quien ir al cuartel, si él no tuviera otros planes. Tendría un amigo, pero ni siquiera llegaron a eso, y todo se había arruinado.

Caminó hasta el baño. Se miró en el espejo: cabello castaño ondulado, ojos azules, nariz perfecta, labios finos, buen cuerpo… pestañas de miseria. Sí, era guapa, y ya no estaba tan joven que digamos. Se recogió el cabello en un moño de cebolla para que le fuera más fácil colocarse el pasamontañas. Terminó con sus cosas, y salió.

De pie junto a su mesita de noche estaba Corin, sosteniendo una foto de ella. Melissa sabía qué era esa foto, y no le interesaba que nadie más se entrometiera. Se acercó a pasos bruscos, y se la arrebató.

―¿Qué se supone que crees que haces?

Él se encogió de hombros.

―Mirar. ¿Esa eras tú y tu familia? ―preguntó él.

―Sí, pero no te importa.

―No se supone que hayas conocido a tus padres. Se supone que siempre fuiste huérfana. ¿Cómo es que Iris no lo sabe aún?

―Eso tampoco es de tu incumbencia. ―Lo miró con rabia, intentando que la voz no le temblase. Eso sería un acto muy delatador. Aunque tal vez ya tuviera los ojos vidriosos, pero no podía saberlo con certeza―. Y más te vale que no digas nada si no quieres que te corran.

―¿Tú me vas a correr? ―bufó Corin, con burla.

―No yo, pero ya veré qué hago. ―Se dio la vuelta y se metió la pistola que estaba en su peinadora dentro del cinturón porta-armas.

Él se levantó, y caminó hasta Melissa. Ella sentía claramente sus pasos, y no quería que él se acercase. Era lo suficientemente irresistible para que susurrara en su oreja, y al minuto la tuviera en sus brazos. Y eso no podía pasar. No debía.

Sintió la mano de él rodearle el codo.

―Ya, vale, lo siento. Siento portarme como un idiota novio celoso, pero…

―¿Pero? ―lo interrumpió Melissa―. No hay ningún pero que valga para justificar que me llamaras prostituta. No hay pero que valga para que esculques en mis cosas. Ni tampoco para que vengas y creas que todo está bien. ―Apretó los dientes un rato, tratando de quitar el nudo que estaba en su garganta―. No quiero una relación seria, y eso es lo que buscas tú.

El agarre de Corin se fue debilitando, hasta que su brazo colgó al costado de su dorso.

―Entiendo que te enfades por intentar intervenir en tu vida privada, pero entiende tú que no tengo esa idea de las relaciones abiertas. Sí, bien, es una aventura, vale… pero no quiero compartirlo, ¿sí? No digo que debes quererme, ni que nos enamoremos, solo te pido exclusividad. Para ti y para mí.

Melissa lo regresó a ver, efectivamente más calmada.

―Estás queriendo decir que nunca has ido a un prostíbulo, ¿no?

―Nunca, ni tampoco quisiera. ―Él se cruzó de brazos y comenzó a rascar uno de sus codos, aunque seguro era más para disimular una postura tensa―. Dime, ¿te gustaría acostarte con alguien que se acuesta con más?

Mafia Femenina 1: Albures y Azares Where stories live. Discover now