C A P Í T U L O C U A R E N T A Y U N O ( PARTE 2 )

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Me ha costado entender la gravedad del asunto y asumir la realidad unos cuantos días, al alto coste de mi salud física y mental. Entre la detención de Neumann al ser demostrada su mezquindad y el paseo que me he dado por cada consulta médica de Múnich, tirando de la mano de Leon —más vale prevenir que curar—, he acabado baja de hierro, e incluso he sufrido algún que otro ataque de ansiedad. No me siento yo misma, sino una patética versión de Adrienne Saetre, y ni que decir tiene que para alguien con mi actitud a la hora de enfrentar la vida, tener dolores de cabeza constantes y taquicardia no es en absoluto agradable. Es decir... Dudo que a alguien le guste haber perdido la cabeza y no saber por dónde empezar a buscarla, pero definitivamente, no soporto esta sensación de estar en la cuerda floja constantemente.

Y diréis: ¡pero si ya ha pasado todo!, ¿por qué estás así...? Bueno, es difícil de explicar. En un lapso de tiempo de tres meses, he perdido a una ayudante barra amiga del alma barra luz de mis días a causa de un accidente que, si bien no le ha quitado la vida, le ha quitado las ganas de disfrutarla, un aspecto de su personalidad que siempre he admirado por encima de todas las cosas. Aparte, mi trabajo ha resultado ser un fraude, porque si bien los resultados obtenidos van a utilizarse para un buen fin, me siento sucia por haber estado en ese laboratorio a costa de la salud de Leon. He descubierto, además, que el hombre del que pensé que siempre estaría enamorada, ya no tiene mucho más que un hueco en mi corazón. Y el plato fuerte: me han mentido sobre un estado físico, luego he tenido que aceptar a un novio terminal y hacerme a la idea de que me convertiría en un alma en pena por los próximos... ¿Cinco años? ¿Diez?; y por último, he descubierto que todo era mentira. ¿No es para echarse las manos a la cabeza? ¿No es para volverse loco?

Aun así, he tenido presente en todo momento que había quien estaba peor que yo. Aunque nos han mentido a todos a la cara —a Axel, a él, a mí—, definitivamente es Leon el que se ha llevado la peor parte. Por eso he insistido en pedir cita con todos los médicos de la región —y cuando digo todos, creedme... Son todos—, invirtiendo dos semanas y tres días del mes en asegurarme de que todo estaba en regla. Y lo está. El diagnóstico más preocupante que le han hecho ha sido que tiene bastante machacados los riñones por haber estado digiriendo durante meses unas cuantas sustancias tóxicas, pero nada que con vitaminas y una vida saludable no se pueda mejorar.

De todos modos, ¿quién dice que porque ahora todo esté en regla, yo tenga que batir las palmas y ser más feliz que una perdiz? El miedo sigue instalado en mi cuerpo, la sed de sangre me está consumiendo y... No soy ninguna persona vengativa, y ni mucho menos tan emocional para seguir aferrada a mis malas vibraciones. No obstante, ha sido todo tan intenso que no puedo relajarme. No puedo sentarme al lado de Leon y preguntarle qué está leyendo sin recordar que estaba a punto de cambiar toda mi vida por él.

En el momento lo vi muy claro. Lo quiero, lo adoro; nunca lo habría dejado solo estando enfermo, y no tanto por pena como por el deseo de aprovechar hasta el último aliento a su lado. No me paré a pensar largo y tendido en las consecuencias que pudiera tener para mí, aunque me pasara unas cuantas semanas encerrada en mi habitación. Ese cuarto de esa casa que una vez compartí con Lana, solo vio mis lágrimas de rabia y traición, por haber sido vilmente engatusada para, se supone, evitarme el sufrimiento. Ante lo precipitado del cáncer y el pánico a perderle, lo perdoné casi a la fuerza y, a partir de ahí, se me olvidó todo. Pero ahora vuelve a mi pensamiento lo que me hizo, y aunque no lo odio ni le guardo rencor, sí que tengo miedo. Si fue capaz de mentirme en algo así de grave, ¿cuánto más podría engañarme? No me ha demostrado que pueda confiar en él en ningún maldito momento, y por mucho que lo quiera, no voy a embarcarme en una relación en la que no estoy segura... Cuando, para colmo, tengo pesadillas todas las noches y ansiedad frecuente.

No, no estoy en condiciones de actuar como si no hubiera pasado nada; como si estos últimos meses no hubieran sido los peores de mis treinta años de vida. Y no creáis que no va a dolerme distanciarme por un tiempo, porque joder, sigue siendo la persona con la que deseo estar, pero no a costa de mi estabilidad emocional.

Cuatro veces tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora