13.

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ELENA:

En todo el día no había tenido un solo incidente, ningún encuentro desagradable. Y cuando decía encuentro desagradable, me refería a que, gracias a Dios, ni siquiera había visualizado a Julián. Lo que más temía era no poder controlarme y terminar sacándole los ojos por su arrogancia. Lamentablemente, según María, mañana no correría con la misma suerte ya que tendría que ir a llenar unos papeles a su oficina.

A parte de aquella desagradable noticia me marché con una sonrisa de mi nuevo trabajo, despidiéndome de María y Laura con dos besos, al igual que con César que todavía seguía ordenando y organizando algunos expedientes en su consultorio. Todo iba absolutamente bien hasta que encendí el auto que había alquilado la semana pasada.

Volví a ingresar la llave en la ranura para luego girarla y...

Lo mismo.

El coche no encendía y ya eran más de las nueve y media de la noche, sin mencionar que había aparcado en la parte más lejana del estacionamiento para aprovechar la sombra de los árboles. Suspirando, lo intenté tres veces de nuevo y.... nada. Resignada, me bajé tomando mis pertenencias las que en realidad solo era una taza de las que había comprado en el centro comercial, un abrigo y mi bolso. Saqué el teléfono de mi bolso con la intención de llamar a Eline o inclusive si fuera extremadamente necesario a Christian, pero para mí sufrimiento no había cobertura.

Me senté en el capó, estirando las piernas y apretujándome contra la protección de mi abrigo. ¿Qué hacía? ¿Entraba y le pedía ayuda a César, a Laura o a Marta? Por más que intentara bajar para ir a pedir ayuda, no podía porque sentía que todavía no los conocía lo suficiente y estaría abusando de su confianza, pero si en más de una hora no conseguía al menos una barrita de cobertura entraría y esperaría a que terminaran su turno para pedir un aventón a casa o algún teléfono para llamar. Tal vez si conseguía señal le podía pedir ayuda a Sebastián.

Claro y luego los cerdos volarían.

No supe cuánto tiempo permanecí sentada con los brazos cruzados sobre mi regazo, pero al fin pude visualizar y oír el encendido de un gran auto negro cuyo modelo desconocía, pero era muy bonito y me imaginaba que muy caro también. Tristemente este encendió sus luces sin permitirme si quiera ver el rostro del conductor.

Aguardé impaciente mientras que el auto se acercaba hacia mí hasta que se detuvo al frente, bajando la ventanilla para encontrarme con el rostro cansado de César.

—Elena, ¿qué haces ahí? —preguntó sonriéndome de lado.

—Mi auto no enciende.

César, sin bajarse, inspeccionó la carcacha de reojo tratando de no sonreír.

Sí, lo sé, no tienen por qué seguir diciéndomelo. Esa bola de metal oxidado era un todo un espanto y solo lo había alquilado porque la chica que me atendió me cayó bien y pude ver la desesperación en su rostro cuando prácticamente me pagó para que me lo llevara porque ya llevaba casi dos años sin ser usado y yo, como una tonta, lo había defendido con mi vida hace alrededor de una hora, ahora si era por mí podía quedarse sin ser usado por cincuenta años más.

—Súbete —me ordenó amablemente mientras se bajaba y abría la puerta del copiloto como todo un caballero esperando a que yo entrara.

Sonriente me baje del capó de un salto y avancé hasta tenerlo frente a mí mascullando un gracias antes de sentarme y abrocharme el cinturón. Cerró la puerta para rodear el carro y volver a entrar, poniéndolo en marcha. Cuando llegamos a la autopista apoyé mi rostro en el vidrio y saqué mi teléfono, que ahora si tenía cobertura, haciéndole señas a César para indicarle que usaría el celular. Marqué el número del lugar en donde me alquilaron el auto y les dije su localización, exigiéndoles un rembolso, pero sin tener contestación por la poca batería que le quedaba al estúpido aparato.

Amor condicional © (STAMFORD #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora