Lakross no era una ciudad como otra cualquiera. Multicultural, trepidante y vital, era reconocida por todos como la mejor ciudad del mundo. Era el sitio en el que había que estar, o por lo menos, con el que siempre había que contar. Todo ocurría en Lakross, y lo que sucedía fuera de Lakross no merecía la pena. Pero ni siquiera ella podía escapar a esas fronteras transparentes que se levantaban como olas de estática. Lakross tenía, oficialmente, un Sector Rojo, un Sector Naranja, un Sector Azul, un Sector Amarillo, un Sector Blanco y un Sector Verde. Pero entre las divisiones que se escapaban a esa distribución había otras menos neutras, mucho más siniestras. Divisiones que marcaban el destino de los niños que crecían en ellas, que creaban distintos clanes y razas en una megalópolis que se jactaba de integrarlas a todas. Un barrio rico, un barrio industrial, un barrio comercial, un barrio de negocios, el barrio de las putas, el barrio de los inmigrantes. Muchos barrios residenciales. Un suburbio. Y zonas peligrosas.
Aquellos eran los lugares favoritos de Finn O'Reilly, porque era donde, según sus propias palabras, podía ser él mismo.
-Ser yo mismo, tío. Ya sabes, ¿eh? Soltar a los perros. Desatar el volcán. Sacar al demonio a bailar, ¿comprendes?
Solía explicarlo así de metafóricamente a sus compinches mientras bebía cerveza en el bar de Tommy Lebhner, y ellos asentían y reían, muy convencidos de entenderle pero sin tener la menor idea. ¿Y quién podría haberles culpado? Nadie sabe qué clase de bestia se oculta en el interior de un hombre hasta que no la ve.
Pero hacía tres años que Finn no iba a al bar de Tommy Lebhner. Un día, sus compinches, a quienes había llegado a considerar amigos, le dieron una paliza en un callejón. Cuando se cansaron de pegarle, sacaron las navajas. Le habrían matado de no ser por la oportuna llegada de un tipo alto, despeinado y de mirada felina. El desconocido comenzó a repartir golpes con el control y la seguridad de un profesional. Una vez hubo despachado a los asaltantes, que salieron corriendo a duras penas al comprender la situación, recogió a Finn de la calle, le llevó a un viejo diner vacío y destartalado, y curó sus heridas.
-¿Por qué te has entrometido? -preguntó Finn.
-No era una pelea justa -respondió el desconocido.
-Tal vez me lo merecía -había dicho él.
Pero el otro se limitó a encogerse de hombros.
Como agradecimiento por su ayuda, Finn le echó una mano a Lynx con la limpieza del restaurante que ese mismo día acababa de comprar y le obsequió con su compañía. A la semana siguiente, fue al diner en lugar de ir al bar de Tommy Lebhner. Decidió que, ya que seguramente no fuera bienvenido nunca más en su tugurio habitual, sería buena idea pasar más tiempo con el hombre silencioso que le había salvado la vida. Quería comprenderle, saber la razón por la cual actuaba como lo hacía. Y además, tenía un bar.
Así fue como nació su amistad.
En tres años, Lynx nunca había sido capaz de explicarle mejor a Finn el porqué de su comportamiento altruista y brutal de aquella tarde. Pero él ya no lo necesitaba. Había aprendido a ver las señales, a leer en sus silencios, al menos lo suficiente como para entender algunas cosas.
La tarde del 7 de septiembre, Finn O'Reilly acababa de terminarse la hamburguesa y, saliendo del Cat's Eye -que era el nombre poco original que Lynx le había dado a su local- se había dirigido a pie hasta la calle 82. Caminaba con las manos en los bolsillos, silbando con entusiasmo y resguardándose de la lluvia bajo los balcones. El otoño llegaba a Lakross de forma súbita, y esa noche refrescaba lo suficiente como para llevar chaqueta y gorra. Pero aunque hubiera hecho calor, el señor O'Reilly no se habría descubierto la cabeza. No era tanto por el complejo que su calvicie le causaba como por una cuestión de imagen. Le gustaba su gorra. Le gustaba más que su cabeza, en realidad, así que no veía razón para quitársela ni siquiera en pleno verano. Era gris con cuadros verdes estilo escocés y no armonizaba en absoluto con los vaqueros rotos y la sudadera con cremallera, y menos aún con la burda camiseta de tirantes, blanca y desgastada, que lucía debajo como prueba de rebeldía. Las modas no iban con Finn O'Reilly. Todavía no había nacido quien le dijera cómo debía vestirse.
YOU ARE READING
UNREAL
General FictionUna ciudad llena de luz. Un futuro esperanzador. La civilización humana ha alcanzado su cénit. En un tiempo en el que las personas viven conectadas, las vidas de los protagonistas se entrecruzan y se enredan en una búsqueda constante de su lugar en...
Intro
Start from the beginning
