Ramón.

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Nació como el menor de cuatro hijos en una humilde familia al este de Los Ángeles, su padre era músico, un gran músico, uno de los que no ves en youtube o se escuchan en las grandes plataformas de música o streaming. Mas no porque su talento fuera menor, estaban en el país ilegalmente, aunado a esto, había tenido un accidente laboral que lo dejó ciego, si bien para un ciudadano Americano esto significaría una pensión vitalicia que le aseguraría una vida más que digna, para él, resultó una condena a la lucha constante por sobrevivir otro dia. Fue  un genio en el piano, el chelo y la guitarra, a pesar de ésto tocar en bares y fiestas es lo más  a lo que pudo aspirar. Pero para Gabriel siempre fue el mejor músico, el mejor padre y su héroe más grande.

Asistí a la misma escuela que Gabriel y tal vez no fuimos mejores amigos, pero siempre nos llevamos bien, él solía ser de esas personas que agradan a todo el mundo y los que crecimos en Boyle Heights tuvimos la fortuna de disfrutar el talento de su padre en innumerables ocasiones, resultaba magico verlo tocar, en el escenario su ceguera desaparecía, sus manos hábiles creaban hermosas melodías llevando a tu mente de paseo, viajando entre las notas sobre el camino pautado hacia mundos fantásticos, lejos del bullicio, de los sonidos de sirenas y disparos que inundaban nuestra nuestra cotidianidad. Y en lo personal lo que más me maravillaba era el hecho de que al finalizar siempre apuntaba en dirección a Gabriel, como si el manto blanquecino que cubría sus ojos desapareciera un instante fugaz, jamás fallaba y cuando Gabriel peguntabs como lo hacía su respuesta fue siempre la misma “ Aprendí a usar los ojos del alma” aun recuerdo con un nudo en la garganta el último día que dijo esas palabras, fue el más amargo de los días y un duro golpe para todos los que presenciamos la horrible escena.

Al quedar huérfano con quince años de edad, Gabriel, y su hermano Samuel de dieciocho, se convirtieron en el sustento económico de la familia. Su hermano comenzó a trabajar en labores típicas de los Dreamers, jardinería, construcción, etc. Mientras Gabriel, al no tener edad para trabajar, se concentró en lo que mejor sabía hacer, dibujar. realizaba retratos de los turistas en Hollywood. Y diez años después de haberle perdido la pista ahí fue donde lo volví a ver. Un joven menudo, harapiento y con el cabello negro alborotado, un niño a la vista pero su mirada había envejecido y le doblaba la edad, tristeza e ira contenidas en unos grandes ojos verdes, que brillaban con sed de sangre, justicia o venganza. Las dos últimas tan parecidas que es fácil confundirlas, y tan distintas que significan salvación o condena para quien no sabe elegir.

Ya de cerca pude ver que conservaba su talento y no solo eso, con el tiempo lo había pulido y perfeccionado, siempre conto con una habilidad natural para el dibujo. Por otra parte yo, aunque era bueno en clase de arte, tuve que esforzarme para lograr que mis trazos se acercaran a los suyos, de alguna forma eso siempre me molesto, así que siempre lo consideré mi rival a superar. Me encantaba tomar un lienzo en blanco y convertirlo en algo hermoso, solo que en mi caso tuve que trabajar mucho para poder lograrlo, entre al instituto de artes de California y me gradúe como el segundo de la clase, sin embargo en el proceso encontré mi verdadera vocación «El tatuaje» y soy bueno, en verdad muy bueno, pero aun así mis trazos nunca llegaron a ser como los de Gabriel, sus dibujos parecían cobrar vida en el papel, fantaseaba en crear aquel nivel de detalle, saliendo de mi corazón a través de mi brazo, circulando de mi mano hacia mis dedos y así darle vida a mis creaciones en la piel.

Aún lo fantaseo...

Entre las obras de Gabriel destacaban algunos retratos de personas, paisajes y un par de caricaturas, pero lo más relevante para mi eran unas tétricas bestias. Una de ellas era una especie de quimera con cuerpo de león y el hocico alargado, dientes afilados y unas astas largas con decenas de puntas afiladas. El otro, más espeluznante; al menos para mí, pero no en su aspecto, algo perturbadoramente familiar en el me hace sentir escalofríos. Es solo un hombre desnudo, con extremidades de reptil que terminaban en unas afiladas garras, grandes alas carentes de plumas en su espalda y unos ojos llameantes que parecían seguirme el paso.

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