De cómo CASI MUERO (reprise)

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Hola de nuevo, desgraciados y desgraciadas.

Como prometí, aquí sigo para terminar de contar la historia de mi casi muerte. Y no, no he tardado tres meses como todos pronosticabais (erróneamente). Solo unos diítas (en verdad yo también creía que iba a tardar tres meses por lo menos jeje).

Bien, lo habíamos dejado en que del hospital me mandaron de vuelta a mi casa a pesar de la que le lié al médico delante de su incompetente cara. Al día siguiente, 18 de diciembre, me desperté y el dolor había vuelto a lo que fue antes de darme el ataque la noche anterior.

Me tiré toda la mañana sin levantarme de la cama, los dolores me lo impedían pero yo seguía con la esperanza de que mis glóbulos blancos o mi sistema inmunológico o lo que sea que quiera defenderme de los males que asolan mi interior acabasen con el problema (siguieron sin hacerlo, así qué los despediré y contrataré otros más útiles).

Entonces ese día fuimos por la tarde a mi médico de cabecera (que justo me lo habían cambiado porque el mío se acababa de jubilar, maldita la hora). Me manda unos análisis de orina y al recibir los resultados me dice que han encontrado pequeñas cantidades de sangre en el pis y que por tanto tengo una infección urinaria (y ya estaría, sin más pruebas ni nada ea a lo loco como cuando relleno una pregunta de un examen con el invent).

A lo que yo dije, pero vamos a ver: ¿es normal que me haya dado un ataque y me duela la tripa como me duele por una (mierda de) infección de orina?

A lo que respondió: sí, puede ser (y un coño puede ser, y un puto coño. Sabes que no es algo normal y que si sucede va a sucederle a un 0,0000001% de las personas que tengan una infección urinaria. Vamos que tendría más posibilidades de encontrarme a Rihanna en el Zara de mi pueblo que de que me diese un ataque con vómitos, hipotensión, dolor abdominal y lumbar solo por una mierda de infección de pis).

Total que me manda unas pastillitas de antibiótico y hale, a casa de nuevo.

Otro al que denunciar que le tocó el título en una tombola. Menuda praxis...

Y llegamos pues al día 19 de diciembre. Otra noche de mierda que no duermo, yo ya solo quería dejar de sufrir y volver a poder comer (me gusta comer), recuperar el apetito... (sí, me gusta mucho comer, repito).

Mi padre dijo que no podía seguir así, que teníamos que volver de urgencia al hospital porque no era normal. En cambio yo (tonto de mí) confiaba en que el medicamento para la orina funcionase y me curase (cosa que, sorpresa, no iba a hacer porque lo que tenía no era una infección en la orina). Al final hice caso a mi padre y me volví al hospital a primera hora de la mañana.

Llegué con mi madre. Seguía doliendo muchísimo, pero ya por lo menos no entraba hipotenso perdido y con un dolor en la zona de los riñones insoportable (aunque sí que pedí una silla de ruedas porque en esta vida extra se nace).

Esta vez no me colaron y tuve que esperar como una hora hasta que me atendieron en consulta (horror).

Me llamaron por megafonía, entré y ahí estaba una doctora que me dijo nada más entrar y ver mi historial: "a ver, Daniel, ¿tú no sabes que es normal que siga el dolor cuando acabas de empiezar un tratamiento? Deberías dejar unos días antes de venir a ver si remite".

Ordenadamente, me levanté de la silla de ruedas, la levanté y se la tiré contra la cara para que se la tragase. O al menos eso sería lo que habría hecho si hubiese estado sano y fuerte. Pero no tenía fuerzas ni ganas así que solo respondí: ya, lo sé, pero es que me duele muchísimo, tengo fiebre y sé que no va a funcionar.

La señorita me dijo entonces que me tumbase en la camilla. Me tomó la tensión, la temperatura, etc. Yo solo deseando que me diese todo hiperpeligroso en plan como cuando mi madre me ponía el termómetro y deseaba que me saliese fiebre para poder no ir a clase. La santa Trinidad debió escuchar mis plegarias porque la tensión salió bajísima y el termómetro marcó algo de fiebre. Así pues, me mandó que me hiciesen una ecografía (aleluya, aleluya).

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