Acusaciones contra Creonte

4.4K 75 6
                                    

(Entra Creonte.)

CREONTE: —Ciudadanos, habiéndome enterado de que el rey Edipo me acusa con terribles palabras, me presento sin poder soportarlo. Pues si en los males presentes cree haber sufrido de mi parte con palabras o con obras algo que le lleve a un perjuicio, no tengo deseo de una vida que dure mucho tiempo con esta fama. El daño que me reporta esta acusación no es sin importancia, sino gravísimo, si es que voy a ser llamado malvado en la ciudad, y malvado ante ti y ante los amigos.

CORIFEO: —Tal vez haya llegado a este ultraje forzado por la cólera, más que intencionadamente.

CREONTE: —Fue declarado por este abiertamente que, persuadido por mis consejeros, el adivino decía palabras falaces.

VORIFEO: —Eso dijo, pero no sé con qué intención.

CREONTE: —¿Y, con la mirada y la mente rectas, lanzó esta acusación contra mí?

CORIFEO: —No sé, pues no conozco lo que hacen los que tienen el poder. Pero él, en persona, sale ya del palacio.

(Entra Edipo en escena)

EDIPO: — ¡Tú, ése! ¿Cómo has venido aquí? ¿Eres, acaso, persona de tanta osadía que has llegado a mi casa, a pesar de que es evidente que tú eres el asesino de este hombre y un usurpador manifiesto de mi soberanía? ¡Ea, dime, por los dioses! ¿Te decidiste a actuar así por haber visto en mí alguna cobardía o locura? ¿O pensabas que no descubriría que tu acción se deslizaba con engaño, o que no me defendería al averiguarlo? ¿No es tu intento una locura: buscar con ahínco la soberanía sin el apoyo del pueblo y de los amigos, cuando se obtiene con la ayuda de aquel y de las riquezas?

CREONTE: — ¿Sabes lo que vas a hacer? Opuestas a tus palabras, escúchame palabras semejantes y, después de conocerlas, juzga tú mismo.

EDIPO: —Tú eres diestro en el hablar y yo soy torpe para comprenderte, porque he descubierto que eres hostil y molesto para mí.

CREONTE: —En lo que a esto se refiere, óyeme primero cómo lo voy a contar.

EDIPO: —En lo que a esto se refiere, no me digas que no eres un malvado.

CREONTE: —Si crees que la presunción separada de la inteligencia es un bien, no razonas correctamente.

EDIPO: —Si crees que perjudicando a un pariente no sufrirás la pena, no razonas correctamente.

CREONTE: —De acuerdo contigo en que has dicho esto con toda razón. Pero infórmame qué perjuicio dices que has recibido.

EDIPO: — ¿Intentabas persuadirme, o no, de que era necesario que enviara a alguien a buscar al venerable adivino?

CREONTE: —Y soy aún el mismo en lo que a ese consejo se refiere.

EDIPO: — ¿Cuánto tiempo hace ya desde que Layo...

CREONTE: — ¿Qué fue lo que hizo? No entiendo.

EDIPO: —... sin que fuera visible, pereciera en un asesinato?

CREONTE: —Podrían contarse largos y antiguos años.

EDIPO: — ¿Ejercería entonces su arte ese adivino?

CREONTE: —Sí, tan sabiamente como antes y honrado por igual.

EDIPO: — ¿Hizo mención de mí para algo en aquel tiempo?

CREONTE: —No, ciertamente, al menos cuando yo estaba presente.

EDIPO: —Pero, ¿no hicisteis investigaciones acerca del muerto?

CREONTE: —Las hicimos, ¿cómo no? Y no conseguimos nada.

EDIPO: — ¿Y cómo, pues, ese sabio no dijo entonces estas cosas?

CREONTE: —No lo sé. De lo que no comprendo, prefiero guardar silencio.

EDIPO: —Solo lo que sabes podrías decirlo con total conocimiento.

CREONTE: — ¿Qué es? Si lo sé, no lo negaré.

EDIPO: —Que, si no hubiera estado concertado contigo, no hubiera hablado de la muerte de Layo a mis manos.

CREONTE: —Si esto dice, tú lo sabes. Yo considero justo informarme de ti, lo mismo que ahora tú lo has hecho de mí.

EDIPO: —Haz averiguaciones. No seré hallado culpable de asesinato.

CREONTE: — ¿Y qué? ¿Estás casado con mi hermana?

EDIPO: —No es posible negar la pregunta que me haces.

CREONTE: — ¿Gobiernas el país administrándolo con igual poder que ella?

EDIPO: —Lo que desea, todo lo obtiene de mí.

CREONTE: — ¿Y no es cierto que, en tercer lugar, yo me igualo a vosotros dos?

EDIPO: —Por eso, precisamente, resultas ser un mal amigo.

CREONTE: —No si me das la palabra como yo a ti mismo. Considera primeramente esto: si crees que alguien preferiría gobernar entre temores a dormir tranquilo, teniendo el mismo poder. Por lo que a mí respecta, no tengo más deseo de ser rey que de actuar como si lo fuera, ni ninguna otra persona que sepa razonar. En efecto, ahora lo obtengo de ti todo sin temor, pero, si fuera yo mismo el que gobernara, haría muchas cosas también contra mi voluntad. ¿Cómo, pues, iba a ser para mí más grato el poder absoluto, que un mando y un dominio exentos de sufrimientos? Aún no estoy tan mal aconsejado como para desear otras cosas que no sean los honores acompañados de provecho. Actualmente, todos me saludan y me acogen con cariño. Los que ahora tienen necesidad de ti me halagan, pues en esto está, para ellos, el obtener todo. ¿Cómo iba yo, pues, a pretender aquello desprendiéndome de esto? Una mente que razona bien no puede volverse torpe. No soy, por tanto, amigo de esta idea ni soportaría nunca la compañía de quien lo hiciera. Y, como prueba de esto, ve a Delfos y entérate si te he anunciado fielmente la respuesta del oráculo. Y otra cosa: si me sorprendes habiendo tramado algo en común con el adivino, tras hacerlo, no me condenes a muerte por un solo voto, sino por dos, por el tuyo y el mío; pero no me inculpes por tu cuenta a causa de una suposición no probada. No es justo considerar, sin fundamento, a los malvados honrados ni a los honrados malvados. Afirmo que es igual rechazar a un buen amigo que a la propia vida, a la que se estima sobre todas las cosas. Con el tiempo, podrás conocer que esto es cierto, ya que sólo el tiempo muestra al hombre justo, mientras que podrías conocer al perverso en un solo día.

CORIFEO: —Bien habló él, señor, para quien sea cauto en errar. Pues los que se precipitan no son seguros para dar una opinión.

EDIPO: —Cuando el que conspira a escondidas avanza con rapidez, preciso es que también yo mismo planee con la misma rapidez. Si espero sin moverme, los proyectos de este se convertirán en hechos y los míos, en frustraciones.

CREONTE: — ¿Qué pretendes, entonces? ¿Acaso arrojarme fuera del país?

EDIPO: —En modo alguno. Que mueras quiero, no que huyas.

CREONTE: —Cuando expliques cuál es la clase de aborrecimiento...

EDIPO: —¿Quieres decir que no me obedecerás ni me darás crédito?

CREONTE: — ...pues veo que tú no razonas con cordura.

EDIPO: —Sí, al menos, en lo que me afecta.

CREONTE: —Pero es preciso que lo hagas también en lo mío.

EDIPO: —Tú eres un malvado.

CREONTE: — ¿Y si es que tú no comprendes nada?

EDIPO: —Hay que obedecer, a pesar de ello.

CREONTE: —No al que ejerce mal el poder.

EDIPO: — ¡Oh ciudad, ciudad!

CREONTE: —También a mí me interesa la ciudad, no sólo a ti.

CORIFEO: —Cesad, príncipes. Veo que, a tiempo para vosotros, sale de palacio Yocasta, con la que debéis dirimir la disputa que estáis sosteniendo.

Edipo ReyWhere stories live. Discover now