Capitulo trece: Aún estoy aqui.

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Tomás se mostró implacable, con una fría predisposición, cómo si aquel sabor amargo en sus labios hubiera estado esperando para hacer una aparición. Ese mismo día, luego de que Dante se tranquilizara— Cosa que tardo un buen rato— Tuvo una larga charla con él.

— Se que suena horrible, se que es doloroso...Pero era algo que tarde o temprano pasaría. La salud de Dante ya no estaba bien, pero mejorara...Hay que tener la esperanza de que mejorara y mantenerse fuerte hasta entonces. Si no puedes ser fuerte por ti, hazlo por él. – concluyó.

Pero esta fachada de hombre fuerte no duró mucho más que una semana.

Los primeros días se le notaba el rostro enrojecido por el llanto, su lenguaje corporal denotaba lo decaído que estaba y constantemente finas lagrimas caían por su mejilla, como si estuvieran tan afloradas en su rostro que solo necesitaba  pestañar para que un centenar de finas gotas de angustia salieran de sus ojos.  Aunque aquello solo acababa de comenzar, lo peor fue cuando la segunda semana terminó. Esa tarde Tomás encontró refugió de todos sus sentimientos en una botella de whisky. 

— ¡Ya perdí a Karina! –Sollozó mientras María le levantaba del suelo de su despacho con ayuda de Dante— ¿Por qué le tengo que perder a él?

— No hables de Dante como si estuviera muerte –Gruñó María.

María tampoco lucía muy bien, las ojeras en sus ojos lo delataba.  En ese momento se sintió derrotada, no podía contener a la persona que más amaba por que sabía que aquella melancolía era incontenible, se le desbordaba por todos lados. 

— Tienes que ser fuerte ¿recuerdas? Si no puedes hacerlo por ti, hazlo por él –Le recordó Dante con unas palmadas en la espalda. Tomás le abrazó fuertemente y asintió. 

 Pero aquellas palabras no lo consolaron por mucho.

 Cuando el primer mes acabó el hermano de Tomás, Jeremy, tuvo que hacerse cargo del negocio online que éste mantenía. Tomás se tomó una licencia, así que se pasaba las horas yendo al diván de su psiquiatra, ingiriendo anti—depresivos y mirando a lo lejos. María estaba destrozada también, pero sonreía todo el tiempo y solo cuando sonreía parecía que Tomás encontraba una ligera cura para su dolor crónico.

Incluso Ellie lucía más triste, extrañaba a Dante y no entendía por que no le dejaban entrar al cuarto de éste para verle un ratito, aunque no pudieran hablar, aunque Dante ya no pudiera leerle cuentos como antes. Ellie solo deseaba saber que Dante realmente estaba allí.

Y no es que Dante fuera un ejemplo de superación, pero al menos éste se mantuvo fuerte, a veces se le caían algunos pedazos de su corazón, pero al instante los recogía y los ponía en su lugar con cuidado, como si fuera una pila de rocas tambaleantes, amenazando con caer en cualquier momento.

Y así se obligó a seguir con su vida, a no detenerse, por que si se detenía quedaría estancado para siempre. Sin embargo, todas las mañanas antes de partir al campus, tomaba al azar uno de los cuadernos de cuero negro en la caja junto a la cama de Dante y lo observaba fijamente, sin abrirlo. Esa era su manera de continuar, pero aferrándose al castaño en el camino.

 Setenta y tres cuadernos de cuero negro en total, el cuaderno número setenta y cuatro era diferente a todos. Para empezar no era de cuero negro, era de tela color verde manzana. Éste cuaderno era especialmente viejo y estaba remendado por todos lados, se notaba como el lomo había sido cocido infinidad de veces.

Solo cuando el primer mes finalizó, Dante se tomó el atrevimiento de leer los diarios, comenzando por aquel.

Se llevó una sorpresa al abrirlo y no encontrar la letra alargada y puntiaguda de Dante. La letra que encontró, sin embargo, era similar a la de éste. Seguía siendo alargada, pero más redondeada, más relajada.

El Caso del Corazón que Palpita [Temática Homosexual](Editado)Where stories live. Discover now