Más persecuciones.

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Unos lacónicos segundos transcurrieron en los que yo me quedaba estática en mi lugar, viéndole con la boca semi-abierta de la impresión, entendiendo de una vez la pestilencia que me llegaba a medida que me fui acercando a la jaula. Él volteó y me miró con sus ojos, subiendo las cejas de la impresión e intentando buscar alguna palabra que parecía no poder formular.


Sus ojos estaban al rojo vivo. Se perdía el hermoso verde que tenía en ellos. Estaba despeinado, con un suéter gris, y pantalones negros. Tanta sencillez que antes me parecía un espectáculo para la vista, se vio abrumadoramente arruinada por lo que él tenía en sus manos y por el efecto que esa sustancia generaba en su mirada. Sus ojeras eran el indicio de noches sin dormir y también tenía un moretón pequeño pero visible en su pómulo izquierdo.

Se veía destrozado.

De repente su mirada segura y firme se vio opacada por una de desesperación y arrepentimiento al verme ahí.

Él junto sus labios, rindiéndose de buscar una explicación. Suspiró profundamente, ese gesto característico de Alex que hacía mínimo diez veces por día. Dirigió lentamente su mirada a su mano derecha, sin expresión alguna. Profundamente observó el porro que tenía en su mano y lo soltó de forma repentina. Vi como este caía al suelo en un ruido sordo y se abría el papel para que quedará a la vista su contenido verde y de apariencia pastosa.

Maldición era droga.

Cuando volví a subir mis ojos a los suyos este ya me miraba de una manera tan extraña que no logré definir. Inclinó su rostro hacía abajo, fijándose en mi con sus ojos felinos.

Por un instante sentí un temor extraño recorrer mi cuerpo. Había visto como en cuestión de segundos él se debatía por primero buscar una excusa o explicación, rendirse y para luego observarme de una forma y postura que parecía que me iba a comer como a una presa.

Era la primera vez que lo tenía en frente desde hacía días. Después de mi ataque de pánico y de descubrir su gran traición. No sabía cómo actuar ante una situación así, preferí quedarme en mi lugar hasta que él se decidiera a decir una palabra. Pero por un instante todo a mí alrededor parecía desvanecerse y de mí se apoderó una gran incertidumbre por saber cómo actuaría en este momento mientras quedaba embelesada de su presencia inevitablemente.

De manera automática me lancé dos pasos hacía atrás cuando el avanzó hacia mí de una forma que me pareció excesivamente rápida. Pero choqué contra la pared de cemento a mi espalda, cosa que por un instante me dejó sin aire, y él se apoyó sobré su brazo al lado de mi cabeza, ya que es más alto que yo. Su rostro quedó a centímetros del mío y no podía apartar mi mirada de sus ojos inyectados en sangre.

Quería salir de ahí.

El me dio un beso en la frente mientras yo me quedaba helada permitiéndoselo sin saber muy bien por qué. Simplemente verle en ese estado me perturbaba. Sabía lo que la droga podía hacer en el cuerpo y la mente de una persona. Y no sabía que tan drogado estaba él. En una cantidad pequeña no hacia gran efecto, solo el enrojecimiento. Pero cuando te excedes, puede hacer que pierdas control sobre tus acciones y tus pensamientos. Podrías ser capaz de cualquier cosa y por muy dramática que sonara, temía un poco de este desconocido Alex frente a mí.

Él pegó su frente con la mía y con una voz rasposa, aliento a hierba, de forma sutil y lenta me dijo:

-¿Que te puedo decir?- Sonrió con todos sus dientes, pero no lo suficiente como para que la sonrisa llegara a sus ojos.

Mi pecho subía y bajaba con respiraciones rápidas, fuertes y sonoras. Él se dio cuenta dejando de sonreír poco a poco y apretando la mandíbula. Apretó los ojos, botando el aire por sus fosas nasales y me tomó de ambos hombros con sus manos, aun sin mirarme.

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