Enemigos infernales

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Las trompetas sonaron, dándole paso a Cassius; todos los presentes se levantaron, en señal de respeto. Él dirigiría la reunión de esa tarde. Era alto, de cabello rubio oscuro, ojos claros y barba escasa, es el tipo de hombre que haría a las humanas pelear entre sí, solo por tener un poco de su atención. Vestía una camisa de seda gris, un pantalón negro y calzado del mismo color, sobre su ropa reposaba una túnica de color rojo intenso, casi parecía que estuviese hecha de sangre.


—Como ya deben imaginarse, los he citado aquí, porque existen traidores entre nosotros—voces y murmullos invadieron la sala, producto del comentario hecho por Cassius.

— ¡Silencio! —ordenó autoritario, provocando que la sala se estremeciera—. Fuentes cercanas y de mi entera confianza, me han comentado una perturbadora noticia. Un grupo de nuestro bando, se encuentra colaborando con los defensores de la humanidad. ¡Nos han traicionado con esos bichos asquerosos y ruines! —continuó diciendo, su voz era sedosa, aunque dura a la vez, igual que la bofetada de una rosa espinosa.

— ¿Defensores de la humanidad? —murmuró la pelirroja un tanto confundida.

—Ángeles—susurró Kólasi̱ a su oído. Ella le miró incrédula, pensaba que era una broma. — ¿Crees en los demonios, pero no en los ángeles? Mi querida Aíma, para que exista el mal en el mundo, también debe existir el bien. Es parte del equilibrio.

—Les advierto que no seremos compasivos con los traidores, los torturaremos y luego mataremos, de la única forma que nosotros sabemos, hasta que imploren piedad y saben que no somos piadosos—terminó Cassius con un tono macabro. La reunión finalizó y todos abandonaron la sala.

—Я заплачу—escupió Vladimir, pasó junto a la pelirroja.

—Cuando quieras—respondió ella. El joven demonio llevaba una venda alrededor de la cabeza, justo sobre la zona de los ojos, si antes le odiaba ahora deseaba acabarla.


Estar en el infierno provocó un agradable, aunque raro buen humor en Aíma; al estar junto a los demás demonios, no tenía que fingir ni pretender ser algo que no era. La verdad era que ser buena y calmada le costaba demasiado; algunas veces deseaba asesinar a unos cuantos de sus compañeros de clases, pero al final del día se contenía por el bien de los planes de su padre. Le dolió cuando Kólasi̱ la regresó a casa, aunque su soberbia le impedía admitirlo. Él se quedó a su lado, hasta que se durmió, como lo hacía cuando eran niños. Aíma siempre disfrutó de su compañía, pero el tiempo le hizo comprender que debía dejarlo ir, arriesgó mucho en el pasado, pero nunca recibió nada significativo de su parte.

El reloj marcó las 6:40 am, la alarma tocó una melodiosa sonata rusa, era la favorita de su padre, la encantadora melodía le despertó inmediatamente. Se deslizó fuera de la cama, tomó una ducha cálida, para luego ponerse su disfraz diario, peinó su cabello hasta dejarlo lacio, lo recogió en una cola de caballo alta, se colocó unos lentes enormes que sacó de un cajón, eran horribles, sinceramente sentía lástima por quienes tenían problemas de visión.


—Lo odio—murmuró frente al espejo. Se acomodó el uniforme del colegio; era azul marino, con detalles rojos de estilo japonés, y junto con el look que su padre le obligaba a llevar, la hacía sentirse horrible. Salió de la casa, cuando sintió el autobús del colegio acercarse.

—Buenos días—saludó al subirse. La miraban como un bicho raro, eso era común, incluso algunos jóvenes hicieron comentarios de mal gusto. Trató de distraer su mente para no escucharlos de lo contrario haría una estupidez; se sentó en el tercer asiento del lado izquierdo, junto a la ventana. El autobús realizó varias paradas en las cercanías, en pocos minutos se encontraba casi lleno, excepto por el puesto a su lado, nadie era capaz de sentarse junto a ella, aunque no por miedo obviamente.

Entre el cielo y el infierno |Trilogía cielo o infierno #1  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora