—¿Me pueden explicar que está pasando aquí?

Tanto a mi madre como a mí, se nos escapa un jadeo cuando escuchamos a mi padre, Aiden Rommel.

—No sabía que estabas aquí, cariño.

En cambio, yo me quedo callado, ya que siento un puño que me oprime la garganta.

—Su conversación se escucha por todo el pasillo —nos dice con cierto tono de reproche—. No soy muy partidario a inmiscuirme en sus discusiones... hoy haré una excepción.

Mi padre se caracteriza por ser una persona con un carácter afable, bastante educado y muy razonable. Nada en comparación conmigo o con mi madre. Estoy por creerle a Akos cuando me dice que no hay mucha diferencia entre ella y yo.

—No estábamos discutiendo, amor. —Mi madre le resta importancia a nuestra discusión—. El problema es que a tu hijo le está costando asimilar las cosas, pero ya lo hemos solucionado.

Mis fosas nasales se me dilatan y entrecierro los ojos al escuchar el maravilloso resumen que le acaba de dar.

—Deja de tratarme como si fuera un niño, porque ya no lo soy —suelto, seco—. Y no haré nada de lo que has dicho.

—Wrathly, ese no es modo de hablarle a tu madre —reprocha mi padre—. Me gustaría recodarte que tu madre sufrió bastante para traerte al mundo. Sin embargo, deseo mantener mi postura en no tomar bandos hasta saber el porqué de esta disputa... Hijo, ¿a qué se debe todo esto?

Sus palabras son como un puñetazo en mi estómago, claro que estoy enterado por todo lo que tuvo que pasar mamá para traerme al mundo. Según me contó mi abuelo, ellos se conocieron cuando mi padre fue a España por insistencia de su amigo Hugo, celebrando que habían finalizado sus estudios universitarios; viajaron al municipio de Vigo, donde mi madre lo ayudaba en su fábrica de lutier.

Una vez mi padre me dijo que cuando vio a mi madre por primera vez, fue como un flechazo directo al corazón, en cambio, ella tardó en caer. Aunque las agencias de viajes incrementaron sus ganancias gracias a la insistencia de mi papá, cada mes iba a verla con la esperanza de que le diera el sí. Se le declaró como por ocho veces, pero la novena fue la vencida. Ellos lograron superar el problema de un noviazgo a distancia y algunos contratiempos más. Cuando se casaron, mamá se vino a vivir aquí, a Alemania. Gracias a los negocios de papá, no hemos tenido que vivir en otros países.

Adaptarse a este país no fue tan difícil para mi madre, como cuando se dio cuenta de que no podía concebir. Sufría de SOP (síndrome de ovario poliquístico); fueron 6 años luchando por tener un bebé.

Se sometió a varios procedimientos, algunos doctores le decían que sería muy difícil conseguir embarazarse, pero terca como una mula, nunca aceptó un NO por respuesta. Después de mucho luchar, pudo concebirme, pero se infectó de Rubéola cuando iba por el cuarto mes. Muchos amigos y familiares la culparon por mi ceguera. Según ellos, fue por insistir tanto en algo que tal vez no estaba designado para ella. Es absurdo que todavía en estos tiempos, existan personas tan retrógradas, ni Dios ni ella tienen la culpa de mi ceguera. Creo que de allí nace su apego y sobre protección hacia mí.

—Hijo, estoy esperando tu respuesta.

Se me olvidó responderle a mi padre. Comienzo a relatarle la razón de nuestra discusión. Al terminar, él le pide a mi madre que cuente su versión. Tuve que morderme la lengua al escuchar sus razonamientos, pero sé que ella hizo lo mismo cuando le tocó callar.

—Ahora que los he escuchado, esto es lo más razonable que pueden hacer. —Mi madre y yo soltamos un pequeño bufido—. Wrathly, estoy de acuerdo con tu mamá, de que debes de establecer horarios para conversar con tu amiga. —Pienso rebatir, pero toca mi hombro—. Aún no he terminado, te escuché en silencio y lo mismo pido de vuelta. Habla con tu amiga y socialícenlo, porque no pienso tolerar más discusiones por este asunto.

Soldat Donde viven las historias. Descúbrelo ahora