El diario de Alistair

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Wealth & Health ha secuestrado las sedes de SALIF y lanzará estratégicamente todo su armamento sobre pueblos y ciudades. Todo está calculado para que se acabe por fin el dolor y el sufrimiento, para todos. Por fin. De modo que ya no hay nada más de qué preocuparse...”

Apagué la radio en ese momento, no sé si dijo algo más pero yo no quería oírlo. Luego vinieron los temblores, los ruidos, creo que algo me golpeó la cabeza, porque recuerdo que mi vista se nubló y cuando desperté no sabía dónde estaba. Pero, desde luego, estaba vivo, como el dolor de mi brazo roto me dejó bien claro.

Cuando salí a la calle seguía habiendo vida en ella, aunque era muy diferente, y mucho más escasa. El ataque apocalíptico de Mitch Silver habría acabado con él mismo, y con muchos otros, pero erró en sus cálculos, y no fue seguido por todos sus aliados, dejando a su paso un mundo caótico, radiactivo y plomizo donde aún me pregunto si vale la pena intentar subsistir.

El ataque había caído al este de Magerit, nuestra ciudad, pero los temblores habían sido intensos y numerosos. Muchos acuíferos se habían contaminado por la radiación, la misma radiación que había aumentado a nuestro alrededor, haciendo más posible que enfermásemos; una capa de cenizas grises se movía sobre nuestras cabezas impidiendo que el sol brillase con su antigua intensidad, nos costaba ver y teníamos frío, un frío que no se suavizó apenas con la llegada de la primavera.

SALIF se mantuvo en pie. La mayoría de sus sedes habían desaparecido, pero en Magerit salieron ilesos. Y, con sus armas y parte de su ejército allí, no fue nada difícil para ellos comprar a la policía, y hacerse con el control de la mayoría de los acuíferos y, por tanto, con el control de la ciudad. Y así, su líder, Frank Lance, se convirtió en el poderoso dictador de Magerit.

La voz se corrió rápidamente: nuestra ciudad estaba viva aún, había que reconstruirla. Pero entonces Frank Lance y su policía comenzaron a actuar de forma implacable. Se hacía difícil subsistir en la ciudad sin comprometerse a dedicarse al servicio de SALIF y a su Nueva Civilización, aunque todo lo que la gente recibía era la seguridad de tener un poco de agua, un poco de comida, algo de dinero tal vez en los casos más afortunados. El orden, la ley, se establecían según la voluntad de SALIF y de su policía. Y si para ellos era menester entretenerse torturando a algún desgraciado que viajaba en el metro, tampoco podían impedírselo. Así, mucha gente huyó de la ciudad y las llegadas se hacían cada vez menos numerosas. Otras mafias controlaban sus propios pozos, menos numerosos, y crearon sus propios grupos de resistencia para protegerse. La soleada ciudad que tanto esfuerzo nos había costado levantar se había convertido en un montón de ruinas de una civilización extinguida y nuestra decadente sociedad se volvía más violenta con cada umbría jornada.

Sin leyes ni norma escrita, sin gobiernos ni reyes, los más rápidos habían aprovechado la falta de autoridad para negar incluso los más elementales derechos. Las mismas mafias que controlaban el agua aprovecharon para hacer capturas y también para hacer prisioneros y adjudicarse la posesión de los mismos. El éxito de la abolición de la esclavitud se había desvanecido en un parpadeo. Marcaron a sus siervos con un ingenioso sistema llamado bijou, palabra que, irónicamente, significaba joya. A simple vista tan sólo parecía un piercing colocado en la nuca, atravesando un corto tramo de piel con una pequeña barrita de aluminio o plata. En realidad, era mucho más complicado: la pequeña barrita se clavaba a través de las vértebras, llegaba a rozar los nervios y, en caso de que el esclavo intentara rebelarse, bastaba con dar un fuerte tirón por los extremos del bijou para destrozar su médula espinal. Sin poder moverse, el condenado acababa por morir de hambre y sed.

Después de tanta democracia, nos veíamos inmersos en un mundo mitad dictatorial mitad anárquico, el control de Frank Lance se iba haciendo estable, pero también crecía el número de peleas entre mafias. Los escasos medios de información que teníamos estaban manipulados y controlados por los poderosos, y casi se hacían más fiables los rumores que cualquier papel impreso o emisión de noticias. De alguna forma, algunos subsistían, mantuvieron sus negocios o abrieron otros, pero siempre con escasos beneficios, pues Frank Lance y los demás exigían altísimos tributos.

Fue entonces cuando empecé a oír hablar de El Bávaro.

Un pequeño grupo de gente se había acercado a una estación de metro atestada de policías y les había tendido una emboscada. El resultado fue que todos ellos recibieron una dosis de la medicina que tanto les gustaba administrar a los niños, acabando en el hospital militar de Lance. Y tardaron en salir de él. Los que los habían atacado eran unos pocos jóvenes, aunque el número cambiaba según las versiones, que decían actuar en nombre de alguien a quien llamaban “El Bávaro”, y que declaraban aquella estación de metro como libre de opresión policial y de la lucha de mafias. Fue intencionado, supongo, que la estación donde sucediera todo aquello se llamase “Esperanza”.

La noticia se divulgó rápidamente, las especulaciones sobre quién era El Bávaro y por qué él y su pequeño pelotón deseaban liberar el metro no se hicieron esperar. Los de Frank Lance volvieron a la estación de Esperanza, pero fueron atacados de nuevo, y comenzó a pasar lo mismo en otras estaciones aisladas. Lo curioso del tema o, al menos, lo que apareció como rumor, fue que los que luchaban en el bando de El Bávaro eran una especie de elegidos, señalados por una marca blanca en el costado, que eran más fuertes y más diestros de lo normal y que estaban mejor preparados que el resto para subsistir en el nuevo mundo en que vivíamos. Las opiniones bailaban entre la convicción de que aquello era sólo una falacia hasta la ciega creencia de que aquellos chicos habían sido marcados por Dios. A esto, muchos decían que dónde estaba Dios cuando Mitch Silver se preparaba para El Martes.

Pero pronto se supo la verdad. De alguna manera, Frank Lance averiguó que la fuerza de aquellos muchachos al servicio de El Bávaro se debía a que poseían una variedad genética, un gen, que había despertado posiblemente debido a la radiación. Y sus laboratorios le aseguraron que, si eran capaces de coger a uno de esos chicos con vida, podrían examinar su cuerpo y tratar de emular ese proceso para su propio beneficio. Lance anunció grandes recompensas para quien pudiese llevarle a uno de esos niños, y hubo gente que comenzó a llevar hasta sus policías a muchachos maniatados o metidos en sacos, los cualespataleaban y suplicaban que lesdejasen marchar. Sin embargo, ninguno de ellos al cabo tenía la famosa marca, ni pudieron probar que tuviesen los codiciados genes. Los verdaderos niños de El Bávaro eran escurridizos y con el tiempo la caza de críos cesó, pues la mayoría de la gente se dio cuenta de que era prácticamente imposible conseguir la recompensa que Frank Lance les ofrecía.

En medio de todo aquello, la pregunta más interesante era ¿quién era ese Bávaro?

Si El Bávaro era o no de Baviera, era algo que no parecía importar demasiado, aunque, las escasas veces que había sido visto sí que identificaban sus rasgos con los atribuibles a alguien de esa región, al menos, a los ojos de una persona de Magerit. También se decía que, como algunos de los ricos que a veces se dejaban ver entre las multitudes, llevaba una mascarilla que lo protegía de respirar el nocivo aire del exterior. Su presencia confería al ambiente un aire inquietante y era bueno a la hora de improvisar. Hasta el momento, no había habido ningún intento de liberación fallido, y con ello los rumores apuntaban cada vez más a que era el antiguo jefe del ejército del país.

Casualmente, las heridas de mi brazo parecieron cicatrizar cuando los rumores sobre aquel grupo cobraban consistencia. Ya no podría utilizarlo como antes de El Martes, pero los dolores remitían y casi podía dormir sin tomar calmantes, y sólo me despertaba un par de veces por la noche. El día que conseguí finalmente dormir sin sufrimiento, plácidamente y sin despertarme ni una vez, me levanté con una imagen que no quería abandonar mi mente. Un reloj de sol en forma de colgante, un disco de bronce con una esfera de cristal verde incrustada en el centro, una joya que había recogido dos años antes en las ruinas de un hogar. Aún no sabía cómo el regreso del dueño de esa joya a Magerit iba a cambiar por completo el curso de los acontecimientos.

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⏰ Última actualización: May 26, 2014 ⏰

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