Te saludo a ti, dulce desconocido.
Sí, tú, que con sólo una breve mirada lograste sacar cientos de suspiros de mis labios.
No sabes de mi existencia, quizá sólo tus ojos se han conectado unas cuantas veces con los míos por alguna alineación de los planetas, pero mi corazón sintió como si me miraras de la misma manera que yo.
Tu negro cabello azabache que llevas un poco largo no opaca el intenso brillo de tus ojos oscuros. Tan blanca es tu piel que me pasaría horas mirándote, tratando de mostrarte lo que tú ser provoca en mí.
Sé que nunca podré estar a sólo centímetros de tí, ni siquiera seré capaz de acercarme a ti y decirte cuán hermoso le resultas a mis ojos, de cómo mis pupilas se expanden con verte sonreír.
Mi inseguridad me lleva a mirarte desde la lejanía, y mis labios no podrán decirte lo mucho que me cautivas porque sé que tú —completamente— posible rechazo recaería en mí como una manada de caballos pasando sobre mi cuerpo.
¿Acaso sabes lo hermoso que eres? Quisiera ser la que te acaricie el cabello, mientras miramos el horizonte, con tu cabeza en mi regazo, sólo disfrutando de lo bella que puede ser la vida.
Tengo en mi conocimiento que nunca leerás esto, y si por alguna razón lo hicieras no tendrías idea de que estas sinceras palabras te las dedica con devoción aquella chica del rincón, que no destaca, y no puede dejar de mirarte caminar, siendo tu mismo con un intenso brillo en los ojos.
Me he resignado demasiado pronto, sin embargo sé que es lo mejor, pero ten por seguro que siempre estaré allí, en el lugar que menos esperes, viéndote crecer y ser feliz.
Veré con tristeza como alguien más ocupa el lugar que yo nunca podré tener. Y cuando eso pase sólo me levantaré, daré media vuelta y antes de finalmente irme miraré por mi hombro tu rostro una vez más, sabiendo que eres feliz.
Y todo esto y más va para ti, bello chico cuyo nombre desconozco...
A quien me gusta llamar:
Dulce desconocido.
