Quieta, atreviéndose a penas a respirar se mantuvo por largos minutos solo observando el blanco techo extendiéndose ante sus ojos. Paso saliva con dificultad y se dio cuenta por la sensación molesta en su garganta que tenía mucha sed, demasiada y eso debía ser bueno considerando que pensaba que estaba muerta y esa era una señal de que no lo estaba.

Su mente trabajaba con lentitud, no extendía que estaba pasando, habría esperado que en cualquier momento el cuarto se incendiara en llamas y que seria devorada por las mismas hasta reducir su cuerpo a cenizas, no sin antes mantenerla en una agonía prolongada y lenta, o quizás alguien entrara a torturarla, a infringirle tal dolor que suplicaría por que parara solo para hacerla pagar por esa vida oscura que la obligaron a vivir.

Pero lejos de eso todo parecía en calma, solo el suave sonido de su respiración se escuchaba en esa habitación, no había gritos o lamentos, no era asechada por demonios o verdugos, no estaba siendo víctima de torturas o suplicios tales que le hicieran arrepentirse de los pecados cometidos.

Silencio, solo silencio, un silencio que lo cubría todo con apacible calma, con una tranquilidad de la que no recordaba desde cuando no había experimentado.

Los minutos corrían  envuelta en la blancura de esa habitación, en el silencio tranquilo de un lugar olvidado y cuando se sintió un poco más segura que nadie entraría a lastimarla, su respiración como los latidos de su corazón se normalizaron, fue entonces cuando fue un poco mas consiente de la suavidad bajo su cuerpo, de la calidez que la cubría, del  aroma a limpio y a medicina.

Debía estar entonces en un hospital, recostada sobre una cómoda cama y cobijada por las sabanas, pero no entendía por más que se esforzaba en comprender como era posible de que estuviera viva. Ella había escuchado con claridad como pronunciaban la maldición asesina y como se había atravesado en su camino para proteger a Luna con su cuerpo, después el frio alivio que dio paso a la nada.

Estaba completamente segura de haber recibido la maldición, tan segura como de que ahora de algún modo increíble seguía viva, pero no encontraba ninguna manera lógica para estarlo.

Se movió con torpeza, espirando sus músculos agarrotados sintiendo cierto dolor extendiéndose por su cuerpo, pero no era demasiado intenso, si acaso un poco molesto para moverse con rapidez, se incorporo con suma lentitud apoyando sus brazos, observando con mayor cuidado a su alrededor. No se había equivocado estaba en un cuarto de hospital, las paredes eran del mismo blanco que el techo y había una mesita de noche con un vaso de agua y un par de frascos de pociones de diferentes colores.

Logro sentarse por completo apoyada en la cabecera de la cama y estiro su mano para tomar el vaso de cristal con ese vital liquido que necesitaba para aplacar la inmensa sed que sentía y así lo hizo, pero no fue hasta que termino de beberlo que noto algo extraño.

Dejo el vaso en su lugar para observar sus manos, las movió intentando reconocerla, una extraña sensación la invadió por completo, cuando noto que no eran sus manos aquellas que se movían ante sus ojos.

Desesperada se levanto de su cama, de manera tan rápida que perdió el equilibrio y se cayó de bruces contra el suelo, pero eso no la detuvo se levanto como pudo sujetándose de la orilla de la cama y después de la pared cercana hasta llegar a una puerta lateral que  pensó que era el baño.

Así era, esas manos desconocidas no dejaban de temblar cuando girar el pomo de la puerta y aun tambaleante entro al cuarto de baño, se sostuvo con todas sus fuerzas de las baldosas del pequeño lavabo mientras veía su imagen reflejada en el pequeño espejo del modesto baño.

Por un momento dejo de respirar, no podía ser de ella, ese reflejo traicionero que se mostraba ante ella, ese que mostraba con cada gesto como se sentía en ese mismo instante, un hermoso rostro de finas facciones, con la boca abierta claramente por la sorpresa y el desconcierto, esos labrios temblorosos y pálidos, esos ojos abiertos desmesuradamente, enmarcados por largas  y tupidas pestañas negras, esa piel de porcelana, pálida ahora por la impresión.

Sanando Mis HeridasWhere stories live. Discover now