El Caballero Negro. Parte 4

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Bajo la luz de la vela, el hombre se acercó lentamente mirándola a los ojos. Se metió bajo la manta, tumbándose de espaldas, con la espada a su lado, y cerró los ojos tratando de descansar.

Breena se movió ligeramente inquieta procurando mantenerse en su lado sin tocarlo. Pero no era una tarea fácil porque la manta no era muy amplia y no podía alejarse mucho sin destaparse. Se quedó dormida luchando por no rozarlo. Pero en lo más profundo de su mente sentía curiosidad por saber lo que se sentiría cuando un hombre como él acariciaba los rincones prohibidos de una mujer... Sus rincones más escondidos. No como había hecho por la tarde, que la había acariciado por encima de la ropa y, a pesar de todo, la había puesto a cien. Se preguntó qué sentiría si sus manos recorrieran su cuerpo desnudo. ¿Serían las sensaciones aún más intensas?

Soñó que se abrazaba a él buscando su calor y que su abrazo le era devuelto con miles de caricias provocativas que le calentaban el cuerpo. Soñó que esas caricias no eran suficientes y que pedía más.

Para el guerrero aquello era lo más parecido a una cama que había visto en mucho tiempo. Su cuerpo cansado se debatía por descansar pero la suave piel femenina lo perturbaba. Durante unos instantes pensó que lo mejor para los dos era dejarla con aquellos ancianos, que podrían cuidar de ella, y marcharse sin mirar atrás. Suspiró angustiado. Durante esos días, que se había visto obligado a cuidarla, había creado un vínculo con ella que hacía tiempo que no tenía con una mujer. Sus ropas y su manera de hablar le intrigaban. Su cuerpo delicado había despertado su lado tierno y protector. Antes de quedarse profundamente dormido, decidió que la llevaría personalmente a su casa. La había visto tan indefensa y maleable en sus brazos, que no sólo se consideraba responsable de ella sino que también tenía la necesidad de esa responsabilidad.

Sintió con toda su intensidad como el cuerpo desnudo se pegaba al suyo. La piel masculina ardiendo al contacto de la femenina. Breena se movió buscando su calor y, al hacerlo, abrazó su desnudez con sus brazos delicados. Instintivamente le rodeó la cintura y acarició la espalda suave. Soñó que ella se movía como respuesta al gesto placentero, que una mano tibia acariciaba el pelo de su pecho descendiendo provocativamente hasta su abdomen. Su órgano se despertó de golpe de su letargo con una erección tan violenta que casi le dolieron los testículos. La mano femenina se detuvo tímida a escasos centímetros de su miembro excitado, lo que lo puso aún más duro y grande. Nervioso, se tumbó de lado y la abrazó. Su pene se hizo hueco entre sus muslos, saboreando la humedad femenina. Sus manos recorrieron las formas del cuerpo suave en un deseo apremiante por conocer sus secretos. Mentalmente reconoció unos pechos bien formados que encajaban perfectamente en sus manos, la barriga plana y sin un gramo de grasa en un cuerpo musculoso y para nada blando como el de las mujeres que había conocido.

Lamió un pezón que se puso duro y tieso como su miembro y lo pellizcó con los dientes. Breena movió las caderas buscando aliviar el dolor que sentía bajo el vientre. Dow apoyó una mano en sus nalgas y la inmovilizó contra él mientras movía el pene entre sus muslos, rozando con cada movimiento la entrada a su vagina.

Breena gimió ante sus avances, lo que lo excitó aún más. Y la mano que inmovilizaba sus nalgas continuó su avance hasta encontrar el monte prohibido. Lo acarició delicadamente, sintió su deseo y supo que también ella estaba preparada para recibirlo. La tumbó de espaldas, buscó sus labios y los encontró receptivos, devolviéndole cada uno de los besos cada vez más intensos. Hasta que la excitación se hizo tan grande que contenerse ya no era una opción y penetrarla era la única salida para detener el dolor que amenazaba su miembro viril.

Con la primera embestida, Breena detuvo las caricias curiosas del cuerpo musculoso, sorprendida por un repentino y pequeño dolor. Abrió los ojos y vio el rostro perfecto que tanto la atraía en sus sueños febriles. Cuando Dow se movió levemente buscando una segunda penetración, Breena se agitó a su vez bajo el hombre buscando su propio placer, dándole placer. Las manos femeninas exploraron cada centímetro de su cuerpo, aprendiendo cada cicatriz, cada músculo, provocando aún más la excitación masculina con sus torpes caricias. Con cada acometida, un suave gemido de placer escapaba de los labios femeninos excitándolo, e incitándolo a continuar.

El Caballero Negro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora