Robot

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Cuando Yoo Kihyun arribó al poblado el sol se alzaba por el horizonte de la costa, el cielo azul como ninguno parecía abarcarlo todo, el ganado caminaba en fila por el único camino de acceso al pueblo, el calor insoportable no dejaba respira y los malditos mosquitos lo atacaban incluso dentro de su automóvil... ¡ayuda!

Pero podría ser peor.

— Podría ser peor —se dijo en un susurro, forzando una sonrisa.

Un molesto pitido resonó en el tablero del viejo automóvil que rentó en la estación del ferri. El pequeño dibujo de un carro encendía con una luz roja. Kihyun borró su falsa sonrisa y preocupado —y algo asustado— se orilló al filo de la maltrecha carretera.

El automóvil se apagó súbitamente y el castaño no entendía qué sucedía. Ki bajó del auto, corrió hasta el cofre del motor y lo abrió sólo para encontrarse un montón de humo negro saliendo del interior del auto. Sacó el móvil del bolsillo de sus jeans, si marcaba a emergencias, seguro enviaban a alguien por él... si tan solo hubiese recepción, claro.

Ki llevó ambas manos a su nuca. Para este punto, no había forma de empeorar. El castaño miró a ambos lados del camino pero sólo alcanzó a divisar a lo lejos el ganado que había pasado anteriormente siendo arreado por un viejo campesino.

El castaño corrió unos cien metros hasta el hombre, quedándose sin aliento en el camino. El desconocido, mencionado viejo anteriormente, caminaba con tranquilidad por el recto camino, ni se inmutó al ver al castaño acercarse tan agitadamente.

— ¡Buenas tardes! —saludó Kihyun— mi nombre es Yoo Kihyun, el nuevo maestro del bachillerato en Yeson-Ri. Mi auto explotó... Y... ¿sabe a dónde debo llamar para conseguir una grúa?

El anciano, quien siguió caminando a pesar de que Kihyun le habló, asintió feliz a la historia del joven maestro.

— Que bien que va al pueblo, en unos días tendremos un festival.

Al castaño le costó trabajo entender la frase por completo ya que el hombre hablaba un satoori muy marcado, pero no encontraba relación entre la pregunta hecha y la respuesta recibida.

— Claro. Lo que necesito saber es si hay una grúa que me lleve hasta el pueblo —dijo nuevamente, en un tono más alto por si el anciano tenía problemas de audición.

— La señora Im hará dulce de calabaza, debe probarlo.

Kihyun bufó frustrado. Claramente el hombre no tenía problemas de oído sino demencia senil.

— ¿Podría al menos decirme cuanto falta para llegar a Yeson?

— Una hora a pie. Es un lindo día para pasear —asintió feliz.

Kihyun se detuvo al darse cuenta que habían caminado de vuelta hasta el auto. El anciano y su ganado siguieron su camino y el maestro castaño se había dejado caer sobre el cofre del portaequipajes del carro.

Estaba ahí, varado en medio de la nada, con calor, mosquitos y un auto averiado. En serio, ya nada podía ser peor.

Pasaron unos treinta minutos en los que Kihyun se debatía mentalmente sobre lo que haría; si se quedaba ahí sentado esperando a que otro ser vivo pasara por la vieja carretera y lo rescatara seguramente caería la noche. Por otro lado, una hora caminando con el equipaje a cuestas bajo el rayo del sol sonaba a tortura, sumado el hecho de que su condición física era nula.

Kihyun tomó una maestría en literatura, y en las novelas románticas, este sería el momento ideal en el que el protagonista —un personaje ficticio idealizado como un príncipe— aparece en escena y salva a la damisela en apuros.

Bear. [ShowKi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora