El holocausto Malfoy

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Esa mañana solo decidió contemplar la lluvia amarga que chocaba contra aquella ventana de cristal opaco y herrajes estilo neoclásico. Los relámpagos iluminaban su rostro como si fuesen testigos de la culpa, el dolor y la angustia de aquel chico que había perdido gran parte de su humanidad y sentido común.

Su mirada fija en aquellas gotas estrelladas que se deslizaban rápidamente por el vidrio era la muestra de la guerra mental, el asco a si mismo y la falta de sangre fría que ahora tenía. Un rayo fue lo que logró sacudir su cerebro cerrando sus ojos y apretándolos un poco por el impacto; sus cabellos platinados que solían estar perfecta y  pulcramente peinados ahora se revolvían pegándose contra su frente a causa del sudor frío producido no por la actividad física sino por los nervios que se destrozaban al son de las manecillas del reloj de pared de esa recámara repicando a cada minuto transcurrido.

Tomaba entre sus manos el retrato de su buró de caoba negra finamente tallada por manos prodigiosas; acabado que solo los duendes muebleros solían dar a tan únicas piezas. Observaba detenidamente a esas dos figuras que a pesar de estar en movimiento mantenían la mirada fija hacia la cámara que los estaba retratando.

Del lado derecho un hombre maduro que rondaba los cuarenta años, mirada altiva y autosuficiente que desbordaba a través de esos orbes cenizos y atractivos. Su cabello perfectamente cuidado y peinado hacia atrás le daban el toque apropiado de un hombre con gustos refinados y sofisticados. Vestía una túnica de terlenca negra con motivos satinados hecha de los mejores sastres que en el callejón Diagon atendían y elaboraban tan exquisitas piezas solo para aquellos mandatarios y empresarios de élite. En su mano derecha empuñaba un bastón alargado con terminación cónica, y en el mango una cabeza de serpiente abriendo el hocico mostrando sus colmillos afilados, los ojos de animal elaborado en plata pura eran un par de pequeñas esmeraldas que seguramente brillarían con la refracción de la luz mostrando un verde vivo e intenso.

Del otro lado estaba la versión más joven y fresca de aquel hombre; un chico de mirada socarrona y sonrisa retorcida se encontraba un poco mas al frente para robar cámara y demostrar que él y solo él sería el único sucesor de todo ese poder y alcurnia que emanaba de la familia que hasta ese momento, se conocía como la más poderosa del mundo mágico.

-¡Mierda!- Lanzaba a la pared aquel retrato con demasiada furia. Esos ojos grises contemplaban los trozos de vidrio regados en el piso de mármol aguándose al recordar la inmundicia en la que ahora se había convertido su altanería, su ego y sobre todo, su apellido.

Consideraba una maldición de la vida misma haber sobrevivido a esa guerra tan cruel de la cual había tomado parte del bando incorrecto. En ese momento hubiese deseado ser atravezado por un rayo de color verde intenso que soportar la humillación y la vergüenza de tener que agachar la mirada ante aquellos que se hacían llamar "héroes".

Ya no había elfos domésticos que levantaran el desorden, ya no mas asistencia cada vez que chasqueaba los dedos, no había nadie quien preparara la cena , mucho menos quien mantuviera esa mansión fría en condiciones opulentes y óptimas. No habría más tertulias ostentosas donde la etiqueta se mostraba a cada rincón en cada plática cultural y economista que se tenía cada viernes por la tarde encabezada por el magnate Lucius Malfoy; quien en ese entonces era una gran personalidad y erudito en materia de finanzas mágicas.

 La familia de platinados era en ese entonces de las más comentadas en esas revistas de sociales y clubs exclusivos de la ciudad; jamás se hablaría de ellos con honor alguno sabiendo que su costosa y ponderosa mansión había servido de barraca para satisfacer el antojo de tortura y gritos de dolor que tenía una bruja de mente retorcida y fanática por la pureza de la sangre considerando inferior a cualquiera que no siguiera los ideales y preceptos de su señor ahora derrocado.

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