Persiguiendo mi destino por Paula Guzmán

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Alba

Desde muy jovencita imaginé siempre que llegaría mi príncipe azul, el hombre perfecto para compartir los mejores momentos de mi vida. Al paso de los años, los gustos y las circunstancias, me fueron haciendo cambiar de prototipo cada dos por tres, según lo iba idealizando en la mente, al incrementar mis expectativas románticas.

Pasé por los típicos amores platónicos; el chico malo y sexy del instituto que todas las materias reprobaba, pero que con una sonrisa se te olvidaba lo holgazán que era; el profesor joven del bachillerato, que todas soñábamos que nos llamaría al final de clase para declararnos su amor en el más puro clandestinaje—, aunque lo único que conseguí— fue un beso en exceso húmedo y un toqueteo pobre, meses después que deje ese colegio y me lo encontré por casualidad en un bar, totalmente alcoholizado; el compañero intelectual de la universidad que parecía perfecto y a la vez inalcanzable.

¡Claro! Cuando lo vi un año después, besándose con otro chico, lo entendí todo; y por el camino... un montón de sapos de ocasión —nada despreciables por cierto— con los que me tuve que conformar. Pues romántica, hormonal y pasional, soy desde siempre. Para que negarlo a estas alturas.

Siempre he sido una chica con cierto éxito entre los hombres, me cuido mucho, trato siempre de ir bien arreglada y la genética también se nota. No puedo decir que parezca modelo de pasarela o sea el rostro más enigmático, pero tengo lo mío. El cabello largo y pelirrojo con suaves ondas y mis pecas, llaman la atención.

En esta búsqueda por encontrar al compañero perfecto, me di cuenta que era demasiado exigente y tal vez mí ideal era solo una quimera hasta que un día, en el trabajo, conocí a un hombre muy especial: Alejandro Flores Heredia, mi jefe.

Fue inevitable. Un flechazo en toda regla —tristemente de mi parte nada más—, un hombre que jamás visualicé que por sus características, me fuera a gustar y menos, que me derretiría por todos y cada uno de sus huesos. Alejandro es casi quince años mayor que yo, y cuando lo conocí... estaba felizmente casado.

A partir de ese momento, si nada ni nadie me habían convencido o hubieran llenado mis ideales, la cuestión fue a peor, porque yo, Alba, solo tenía ojos para él.

Castillos en el aire

El Banco Internacional de Crédito de Barcelona, se encontraba ubicado en un lugar privilegiado; al final del Paseo de Gracia en pleno centro de la ciudad. El camino a pie para llegar a la oficina, era sin duda un maravilloso inicio del día, y más con el aliciente adicional que suponía para Alba, llegar antes a la cafetería de siempre, para ver si coincidía con Alejandro antes de subir a sus puestos de trabajo.

Cuando entró a trabajar en aquella institución bancaria, no tenía mucha experiencia, sin embargo, las ganas y la suerte de contar con una persona profesional que valorara sus capacidades, la hicieron ascender y conseguir estar a cargo de su propia cartera de clientes.

A pesar de ser un ejecutivo de cuenta con cartera propia de clientes, Alba seguía al tanto de los asuntos más importantes de Alejandro, siendo su mano derecha en el trabajo. Así había empezado y aunque se le cargara el trabajo en exceso, era la única forma que sentía que podía estar unida a él, era una manera de hacerse visible, era un acercamiento que no pensaba desaprovechar, porque con el paso del tiempo, de verdad lo necesitaba.

Cuando lo conoció no hubo nadie más que llenara su aire, se enamoró enseguida de su mirada, la masculinidad que emanaba y la gentileza de sus palabras. Un hombre sensible, leal y completo. Por fin... el hombre de su vida.

Al principio era una ilusión, pues Alejandro estaba casado. Se llenaba los días con suspiros, con fantasías y eso alcanzaba; pero después de la inesperada muerte de Natalia —la esposa de Alejandro— las expectativas cambiaron. Él estaba destrozado y se había quedado muy solo. Alba siempre estuvo ahí para brindarle compañía y para facilitarle las cosas en el trabajo, durante todo el proceso más fuerte del duelo. Siguió paciente, aguardando los momentos precisos para brindarle su apoyo. Enamorándose cada día un poco más, en el silencio.

Romance en tinta: AntologíaWhere stories live. Discover now