Prólogo

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El despacho de Sergey era agradable y acogedor. Para él, se trataba de un lugar donde reunirse con su "familia" y no simplemente la prisión del trabajo, por lo que prefería los muebles de madera clásicos y elegantes, pero cálidos, y buena iluminación natural. En las estanterías donde otras personas colocarían fotos de sus familiares y amigos o títulos profesionales, destacaban muchas botellas de vodka ruso, del vodka más caro que existía. Salvo las botellas, no había ningún otro objeto personal. Sergey era reservado en cuanto a eso. Su vida pasada debía mantenerse en secreto y su familia de sangre... era un asunto complicado. Sus padres habían sido asesinados por ángeles inquisidores muchos años atrás. Su tía, el ángel caído Duma, era la lugarteniente de Raziel y habían dejado de tener contacto desde el día en que Sergey había decidido dejar la dacha en la que habían vivido juntos para ingresar en el cuerpo de policía. La hija de Duma... Irina era precisamente en la que no quería pensar. Su prima se había vuelto una asesina megalómana cuya ambición consistía en ser reconocida como reina nefilim, algo así como dominar el mundo sin importar el precio a pagar por su ambición ni la crueldad de sus métodos. Para Irina, el fin justificaba los medios, aunque en realidad todo era una excusa para satisfacer su enorme vanidad. Por todo esto Sergey había decidido crear su propia familia, una elegida por él donde, lo que más importaba, eran los lazos de amistad que les unían.

Todavía todo el proyecto de fundar su propia organización secreta le producía cierto vértigo. Era una sensación de inquietud dentro del pecho. ¿Y si no estaba a la altura? ¿Y si les decepcionaba a todos? Él nunca había servido para liderar, la que daba las órdenes solía ser Irina. Eran inquietudes que le asaltaban en los momentos más inoportunos y, si había seguido hacia delante, se debía a que el impulso de ayudar a los demás era más fuerte y, bueno, el saber que existían hombres como el que tenía delante también le llevaba a querer frustrarles.

—¿Se supone que soy un niño ingenuo? —preguntó Sergey, desafiante, con su inglés bien desarrollado, aunque quedaban dejes de su acento ruso natural.
—Definitivamente —contestó Blake, impasible, sentado detrás de su escritorio, el que ahora era el escritorio de Sergey y de nadie más. Todo había salido como lo planeó, el manipulador de Blake ya no tenía poder alguno en ese lugar.
—¿Eso explica el que ahora sea el jefe de la organizaciación? —comentó esta vez tomando una de las espadas que guardaba en su despacho. Era de acero muy pulido, perfectamente equilibrada gracias a una empuñadura sólida que contenía en el centro un zafiro reluciente del tamaño y peso adecuados, el orfebre lo había calculado a conciencia. Todavía estaba afilada pese a que debía de llevar un siglo sin probar la sangre, pero eso no le intimidaba a la hora de juguetear con ella.

—Eso explica el que aún me tengas contigo a pesar de serlo. —El mafioso italiano sonrió. A Sergey no le gustaban nada esas sonrisas taimadas. Rezumaban demasiado veneno.

Fue a Blake a quien se le había ocurrido crear una organización de agentes secretos que le hicieran frente a los agentes de Irina. Blake tenía un hijo humano, J.D., al que quería meter en el proyecto. Lo que nunca habría imaginado era que su propio hijo se le ocurriría traicionarle, prestándole todo el dinero a Sergey que éste necesitaba para llevar a cabo el proyecto. Blake quería haber tendido él esas cadenas sobre el ruso para poder manipularlo a su antojo, ahora tendría que buscar otra forma. Sergey sabía que, aunque se mostraba calmado, en su interior, su orgullo lastimado debía de andar planeando algo. Por ello no estaba dispuesto a perder ese duelo oral. Esgrimió con firmeza la espada y añadió:

—Quizás, simplemente, quiero presumir. —Se atrevió a volver la vista hacia Blake, confiado.

—O, quizás, simplemente eres ingenuo... —siguió Blake, como si nada—. ¿Sabes cuál es tu problema, Sergey? Que esperas demasiado de las personas, y ni siquiera lo digo por mí, creo que he sido lo suficientemente sincero como para que te hagas una imagen certera de quién soy. Lo digo en general, tómalo como un consejo... El único que te daré —dijo antes de volver la vista hacia donde estaba su hijo.

—Yo soy lo suficientemente desconfiado por los dos –añadió simplemente el recién convertido en mutante J.D.. El joven, alto y fibroso, no cesaba de lanzarle miradas hostiles a su padre. La barba de su rostro incrementaba su aspecto rudo.

Más tarde, Sergey recaería en que con esa afirmación, J.D. le daba la razón a su padre, pero en esos instantes Sergey se sintió bien por tener un apoyo. J.D. era su amigo, desde que se conocieron, pese a ser muy opuestos, se habían convertido en casi hermanos mejor dicho. El que J.D. prefiriese a Sergey frente a su padre era una victoria que Blake nunca olvidaría.

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Este prólogo lo escribí yo, pero los diálogos están basados en un flasback que escribió 

Donde Dios dejó su videocámara: S.E.X.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora