♦Enemigo♦

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La oscura mancha se escurrió bajo la puerta avanzando lentamente como una impávida sombra que vaga libremente sin la esclavitud de su amo.

El demonio del sueño rondaba en mi habitáculo, mas esta vez, no me había dejado vencer. La noche se precipitaba encima nuestro mientras de aquella mordaz sombra amorfa comenzaba a emerger una silueta.

Un gato.

Negro y grotesco como tal.

Morbosamente deforme

Pero era innegable que aquella sombra había transmutado su silueta para emular aquel repugnante gato.

Sus ojos asimétricos me observaban fijamente.

Parecían casi ojos humanos, o por lo menos irradiaban un atisbo de humanidad tras su horrenda deformidad.

Negros y profundos como tal.

Parecían esconder tras de si, una sabiduría absoluta.

Su sombría anatomía era diminuta, en contraste con su presencia que no era menos que abrumadora.

Absorto por la soberanía que inspiraba aquella malévola visita nocturna, me vi obligado a arrodillarme para reverenciar su absoluto poder.

Aquel... ente, no podría llamarlo de otra manera, se acerco hacia mi y comenzó a regurgitar hasta vaciar completamente su estomago.

El fluido era mayormente rojo carmesí, tornábase morado y verduzco también.

Viscoso y fétido como cualquier fluido corporal descompuesto.

Mi alegría se acrecentó cuando me permitió alimentarme del producto de sus fauces.

Repugnante y obsceno como tal.

El dolor y la angustia menguaban a medida que mi estomago se retorcía al probar bocado tras cinco días de abstinencia obligada.

Finalmente mi hambre se vio saciada.

Alcé la mirada hacia mi benefactor.

Aquel ser que aun me miraba fijamente abrió su boca y proclamó con determinación:

No te dejare morir

Mis oídos ingenuos no daban fe de aquellas palabras.

Ese ente...

Ese ser que aparenta encarnar la maldad pura me concede el mayor de los regalos al librarme de la muerte

Aturdido por aquella repuesta pregunte:

¿Por que?, dímelo tú señor de las sombras, ¿Acaso te has apiadado de mi alma y deseas evitar mi andar en el valle de la muerte? Responde que eso es lo que suplico.

El silencio...

La nada repicaba haciendo eco en mis oídos.

Aquel extraño gato no apartaba su inquietante mirada de mí.

El engendro intentaba escudriñar cada recoveco de mi alma ultrajada.

Señor – dije –, tú, mi oscuro visitante nocturno, ¿Acaso eres un enviado del averno que desea obtener mi alma? Responde que es lo que suplico.

Y el ser me repitió con soberbia aquella infame frase:

No te dejare morir

Mi corazón se aceleraba.

El espacio en mi celda se contraía.

Esa frase que al principio sonábase alentadora, se volcaba en el dictamen de una sentencia implacable.

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